« Yo te lo juro, que yo no fui... son puros cuentos de por ahí... | Inicio | …Y como decía Napoleón: “El que parte y reparte, le toca su Bonaparte” »
Siempre tuve la esperanza que un día ganaría la izquierda en mi país y que por alguna conjunción mágica, y según decían sus dirigentes en sus variados discursos, muchas de las injusticias podrían arreglarse al fin, claro no con la ilusión que fuera de inmediato, pero sí con la certeza de un proceso muy contundente, con paso firme.
Algunas de mis expectativas se cumplieron como la de los programas sociales referentes a los paquetes escolares; si un país como el nuestro que no tiene “commodities” desea salir adelante necesita educar su bien más importante que es su población y apostar por la niñez y adolescencia; esto también implicaba que no se podía continuar apostando a la represión, y por eso siempre consideré que el primer error tanto del gobierno de Mauricio Funes como del gobierno del profesor Sánchez Cerén ha sido la apuesta mayoritaria por los programas encaminados a reprimir a las juventudes por el lugar donde viven, de ahí que sea en las zonas más populosas y en las que están en condición de mayor marginalidad donde se tienen más denuncias de abuso policial, no es por casualidad que el lanzamiento del programa “El Salvador Seguro” se hiciera en la delegación donde fue golpeado y agredido el compañero Aldo Peña, un activista de derechos LGBTI, hombre transgénero que tuvo que soportar un proceso judicial para defenderse del señalamiento policial de que él los había agredido.
La policía es una institución surgida de los acuerdos de paz que buscaba reemplazar a los cuerpos represivos del Estado, tanto en su filosofía como en su proceder cotidiano, pero lamentablemente con el apoyo de los gobiernos de Francisco Flores, Antonio Saca, Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, se ha ido transformando poco a poco desde aquel ideal hasta aproximarse a un cuerpo represivo, que ha recibido licencia para realizar asesinatos sumarios, los que lamentablemente son aplaudidos por una población desesperada, agobiada y acorralada que ignora que esto no logrará erradicar a las pandillas, y que lejos de ello cultiva y abona resentimientos, y no combate las causas por las que más jóvenes se sumen a esa forma de vida que hoy denominamos “mara”, aunque en el discurso oficial parece que se le llama, con elocuencia y elegancia, “pandilla”.
Como lo reflejó la más reciente encuesta de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” –UCA– se observa que la gente está huyendo del país, e incluso pidiendo asilo, lo hacen no sólo por proteger su vida y libertad del asedio amenazante de las maras, sino que también lo hacen hoy también por las amenazas de los grupos de exterminio y por los abusos de los grupos élites que actúan con cierto grado de cobijo por parte de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional Civil.
El control territorial por parte del Estado se logra cuando TODAS las manifestaciones del Estado se hacen sentir, ver y oir dentro del territorio; tal control no se logra con masacres o arrestos tumultuosos, porque al final de unos cuantos día el 98% de los arrestados regresan a sus comunidades y los agentes de la Policía Nacional Civil y de las Fuerzas Armadas en realidad no solo no están permanente presentes en los “territorios recuperados” sino que el resto del Estado tampoco hace su presencia; al final del día lo que publicitariamente se llama control territorial no es más que un conjunto no sistemático de patrullajes esporádicos con efectividad limitada por algunas horas –cuando el éxito es enorme la efectividad dura unos pocos días– y una sigilosa y mágica retirada, lo que evidentemente no incentiva en lo más mínimo al apoyo de la población en esa comunidad, porque saben que su miedo e inseguridad retornará en muy poco tiempo, y además con una “clica” que podría pasarles la factura.
El Estado no ingresa de lleno a esas comunidades, las unidades de salud no pueden ni realizar campañas de vacunación o fumigación sin la autorización del poder real de la zona, que es la mara, lo mismo sucede con la educación, pues por más que se reciban los valiosos paquetes escolares, las padres no mandan a sus niños o niñas cuando saben que la mara ha dado “toque de queda”, además no se puede obviar que muchos centros educativos están llenos de estudiantes que forman parte de las maras y tienen por misión reclutar a más jóvenes, y aterrorizar a la comunidad educativa, mientras, por otra parte, no existen programas efectivos que colaboren a estimular la economía local de esas comunidades.
El problema de las maras no es sencillo, lleva a la base una situación estructural, y mientras no se corrigan las profundas desigualdades y exclusiones en la sociedad, es decir, mientras algunas de nuestras juventudes se vean seducidas por estos grupos que representan seguridad, dinero, estatus, poder y estima, esa adrenalina que los jóvenes gustan experimentar, el problema no se solucionará. Entonces, no es una solución mediática adornada de uniformes, insignias y armas como se corrige esta problemática muy grave. Por supuesto, si las autoridades gubernamentales no quieren, no pueden, o no saben como realizar acciones políticas que conduzcan a los cambios que se deben hacer, sólo tendrán por remedio mostrar la parafernalia de la fuerza, antes que evidenciar el fracaso de su razón.
Cuando en la sociedad salvadoreña, tristemente también moldeada para ser vengativa e intolerante, se celebra la muerte de jóvenes a mano de grupos de exterminio protegidos de alguna manera por las estructuras estatales, ya no me siento sorprendida… En este país mucho de la normalidad que viven otras sociedades se ha perdido, vivimos en un país bastante invertido en sus valores y principios. Mientras se pregona en los eslogan publicitarios que “somos gente buena” o "los buenos somos más" me convenzo que eso no es cierto; más bien somos crueles y deseamos vivir en un sistema represivo donde las botas de los cuerpos uniformados pongan el orden, siempre y cuando no lo impongan sobre mí o mis intereses. Por eso en nuestra diaria cultura resulta que es mal conductor –“vieja tenía que ser– quien no tiene una actitud desesperada y evita pasarse el amarillo a toda velocidad, o no se pasa el rojo –“pasá, si ya va a cambiar a verde”–, o no tiene la osadía de cruzar la doble línea amarilla, o prefiere no adelantar por la derecha. Por eso también en esta cultura consideremos como “macho admirable” a quien sagazmente evita cumplir sus responsabilidades de paternidad a través de falsas constancias de salarios, porque así evita que “la ex se lo gaste con Carmelo”.
Adicionalmente somos una sociedad muy agresiva, basta ir al estadio y ver cómo se ponen los hinchas del equipo de la capital, agreden a otros solo porque son la mayoría; vemos cómo por la locura al conducir se atropellan a personas y los responsables se van –(casi) nadie se queda– justificando su actuación en el hecho que el sistema no funciona “porque si me quedo me van a joder”; vemos también como diariamente se golpean a mujeres, por sus propios esposos, novios o parejas; vemos diariamente como se acosa sexualmente a las mujeres que realizan trabajo doméstico; esos mismos prototipos de la anticiudadanía no escatiman en irse sin pagar una cuenta, y en reconocer que si la cajera les dio un vuelto mayor por un error la conducta correcta es apurarse antes de que se den cuenta.
¿Por dónde se debe empezar? ¿Hay que solucionar primero la inversión de valores de la sociedad para exigir al Estado que haga bien lo que debe hacer, o debemos esperar que el Estado haga bien lo que debe hacer, para que él moldee y revierta nuestros valores de convivencia? Como yo no soy un robot, no espero que el Estado me cambie; soy una mujer libre, y por ello responsable de mis actos, y creo por tanto que yo puedo poner en orden mis valores de convivencia y exigir al Estado que haga bien lo que debe hacer. En el ámbito de la seguridad esto se traduce en reconocer que se trata de una corresponsabilidad, y que un rol debemos jugar dentro de nuestras capacidades, y que esto no releva al Estado a realizar lo suyo, y de realizarlo bien, y que las salidas fáciles no son la solución… Esto es como pretender secar una mala hierba que crece sólo porque se le podan algunas hojas cada día, sin llegar a su raíz, sin extirparla desde ahí.
Cuando yo escuchaba a los dirigentes de la izquierda, hace varios años, cuando ellos eran oposición y usaban ropa común, y se ensuciaban las manos comiendo pollo y sopa de patas, creí que su llegada al gobierno permitiría alcanzar la raíz de los problemas, debido a sus sofisticados métodos de análisis, y que adoptarían todas las medidas necesarias para transformar esa realidad, porque su compromiso con un país diferente era incuestionable. Siempre pensé que impulsarían una reforma tributaria para que paguen más los que ganan más, pero terminaron haciendo una reforma tributaria que graba más a la clase media; siempre pensé que impulsarían una reforma educativa que permitiera una nueva ciudadanía; siempre pensé que impulsarían una reforma de salud plena; siempre pensé que el déficit cualitativo de vivienda disminuiría; siempre pensé que la seguridad pública, y la seguridad ciudadana, mejoraría ampliamente por dejar de usar mecanismos represivos y de corto alcance… Pero no fue así. Llegaron al poder político y mágicamente olvidaron todo… el color de la sangre, el deseo por un mejor país, el propio plan de gobierno, y comenzaron a matizar todo a la luz del cristal de la suma y la resta de votos. Ganaron la lucha electoral, pero perdieron la lucha política.
Ahora entiendo porqué se implementan las soluciones que se anuncian publicitariamente. De defender los intereses de los trabajadores, se limitaron a pagar un modesto bono a los policías, sin mejorar sus condiciones de empleo; de impulsar un modelo policial ajeno a lo militar, se ha pasado a los viejos métodos, los que hace 25 años debieron haber quedado sepultados. Por supuesto que entre los que sonríen por nada cada vez que tienen una cámara de televisión en frente, entre los que se sienten importantes porque algunos representantes de la oligarquía salvadoreña les dan la mano, y entre los que siguien creyendo y queriendo hacer bien las cosas, se obtiene un resultado que es frustrante para la sociedad, aunque quizás no lo sea para los votantes de huezo colorado que siempre discutirán altisonantemente que lo que hace el gobierno o deja de hacer, es porque eso es lo mejor para “el proyecto”.
Entonces, me queda claro que las llamadas “soluciones” de bota y arma, no son ni soluciones ni alternativas viables; me pregunto con tristeza si en realidad los buenos somos más; me cuestiono si quienes yo creí líderes, en realidad lo son; y me sigo entristeciendo cuando veo que hasta el momento no he encontrado un liderazgo político que quiera implementar las decisiones que se deben implementar para ofrecer soluciones a los problemas de la población, donde el de la seguridad ocupa una posición de privilegio.
Ahora que comienza el año me rehúso a la pérdida de la esperanza, y le invito a preguntar conmigo ¿lo lograremos durante este 2017? Sin duda usted y yo queremos hechos, no palabras… Resultados, no propaganda.
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