Hay libros que desgarran con cada letra. Así pasa con las crónicas de “Los migrantes que no importan” de Óscar Martínez. Hay escenas que quiebran, como ser humano con dignidad, como mujer. Eso te hace el documental “María en tierra de nadie” de Marcela Zamora. Hay imágenes que duelen, que te echan en cara mundos que queremos ignorar. De eso está compuesta la compilación de fotos “En el camino: los migrantes que no importan”, de Edu Ponces, Toni Arnau y Eduardo Soteras. Todos reflejan una realidad omnipresente o acechante o inminente para muchos salvadoreños: la migración a Estados Unidos. O el camino hacia el sueño de una vida (¿más?) digna.
Este es un problema que existe desde hace mucho y que conocemos desde hace mucho, pero del que poco se ha hablado. Hasta hoy. Revistas, cadenas de televisión y periódicos de todo el mundo cubren la migración indocumentada de centroamericanos, fenómeno masivo que radica en la falta de oportunidades, violencia y miseria en la que viven tantos en nuestros países.
“Asumo la presidencia ampliando el llamado de unión nacional […] Una unión fruto de la pacificación de los espíritus, del optimismo creativo y realizador, de la armonización democrática de las diferencias y del compromiso colectivo de construir una nueva nación sin odio y sin resentimiento. Unión en torno de un proyecto de desarrollo nacional que tiene como base la inclusión social, la ampliación de las oportunidades, la valorización de la producción y el trabajo, la modernización de las instituciones y la garantía plena de las libertades democráticas.”
En los últimos meses, he leído varias veces el discurso de toma de posesión del entonces entrante presidente Funes, pronunciado el 1 de junio de 2009. Es un imponente discurso, realista y consciente de los desafíos pero optimista y decidido de cara al futuro, convencido de la necesidad de promover la unión y el diálogo en nuestro país, de promover la ética y la meritocracia, de fortalecer la institucionalidad. Sin importar cuántas veces lo haga, y los invito a hacerlo, no deja de sorprenderme la distancia entre el tono conciliador del discurso y lo que hemos visto estos últimos meses.
La primera buena señal de la inauguración de la jornada de debates #3DSV fue tener la casa llena. La disposición de más de 50 jóvenes a pasar dos horas y media, un viernes por la noche, debatiendo un tema de realidad nacional es alentadora y un claro mensaje sobre la voluntad de generar estos espacios de encuentro y de alimentar el diálogo, sentando a la mesa a gente diversa pero con el mismo objetivo: elevar el nivel de debate de ideas en nuestro país.
Como muchos, sufrí de un caso severo de sobredosis electoral.
Después de un par (varios pares) de días de relativa incertidumbre de resultados, decepción por las reacciones ante los resultados consolidados, y desesperación ante las maniobras y estrategias para dilatar y evitar la firmeza de los mismos, sentí la necesidad de desconectarme de la política.
Este hastío se debió, entre otras, a razones como:
Siendo mi generación la que gusta de reivindicar que nació después de la guerra, que no esa división entre salvadoreños, que no creció oyendo discursos de guerra fría, me esperaba a algo muy diferente de nuestra parte en estas elecciones. No anticipé el fanatismo, ni la irracionalidad de los ataques, ni mucho menos la cantidad de insultos personales y la descalificación ad hominem. Es una pena ver la realidad que tenemos: jóvenes que repiten los mismos discursos que la clase política y la generación que sí vivió la guerra quiere inculcar, reproduciendo comportamientos que dividen y polarizan. En medio de tanto debate sobre la renovación de los partidos políticos, ¿qué cambio habría realmente si hay relevo generacional pero no hay relevo de ideas y comportamientos?
Lo vivido en la época electoral puso en evidencia lo mucho que nos queda por construir. Esperemos que no haya destruido lo poco que ya habíamos avanzado. Y sobre todo, sigamos siendo parte activa en la construcción de una ciudadanía más informada, más respetuosa, más intolerante ante las ofensas y más abierta al diálogo.
En este sentido, la iniciativa “Debate, Diálogo y Democracia” (#3DSV, promovida por Censura Cero, Xpressate, Juventud Social-Demócrata y Global Shapers – San Salvador Hub) parece ser un paso concreto hacia esta nueva ciudadanía, creando un espacio para que distintos jóvenes se sienten a debatir sobre temas de nuestra realidad nacional, desde matrimonio entre personas del mismo sexo hasta dolarización y reforma fiscal, pasando por libertad de expresión y regulación en Internet. El objetivo de esta serie de debates, que fue lanzada hoy, es sentar a personas con distintas posturas, y encontrar dónde radican los disensos y consensos de la juventud salvadoreña. Este tipo de ejercicios, punto de encuentro entre personas e ideas usualmente divergentes, contribuyen a construir esa ciudadanía que muchos pensábamos tener.
Entusiasmada y optimista por este espacio, que me ha hecho salir de mi desconexión con la política, los mantendré informados de cada una de las sesiones en Pie de Página; mientras tanto, pueden seguir las discusiones con el hashtag #3DSV en redes sociales. Debatamos, dialoguemos, construyamos democracia.
Art. 218 Constitución de la República
Los funcionarios y empleados públicos están al servicio del Estado y no de una fracción política determinada. No podrán prevalerse de sus cargos para hacer política partidista. El que lo haga será sancionado de conformidad con la ley.
Después de las elecciones del pasado 2 de febrero, la evaluación del trabajo técnico y administrativo del Tribunal Supremo Electoral fue generalmente positiva. El proceso electoral transcurrió con tranquilidad, no hubo retrasos considerables, la publicación de los resultados fue rápida y el sistema eficiente.
Sin embargo, también es generalizada la condena por la pasividad ante la propaganda que, a pesar de la medida cautelar dictada por la Sala de lo Constitucional el pasado 24 de enero, los funcionarios y partidos políticos siguieron publicando. Y esta condena no se limita al 2 de febrero, sino que sigue vigente y va en aumento a medida en que se acerca la segunda vuelta de elecciones.
El prólogo de las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau marcó la vida de todos mis compañeros, desde que lo leímos y tuvimos que aprendérnoslo de memoria en séptimo grado. Voy a ahorrarles su declaración de principios y, siguiendo su ejemplo (y por eso de la honestidad y la confianza), voy a inaugurar este espacio con una confesión: nunca he votado.
No ha sido por falta de espíritu patriótico si no porque, desde que soy mayor de edad, no había estado en el país en ninguna elección. A mala hora vienen a aprobar el voto en el exterior. Tengo tanto espíritu patriótico, de hecho, que decidí regresarme a El Salvador en año preelectoral para vivir la campaña, oír las propuestas de los candidatos, sentir la euforia cívica y votar por primera vez (si la experiencia del chiquiDUI no cuenta) en unas elecciones tan decisivas. En serio, ese fue mi argumento para volver.