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El Salvador y su gente trabajadora.
El Salvador y sus ciudadanos de cálida sonrisa.
El Salvador y las pupusas.
El Salvador y la Selecta, yo te quiero.
El Salvador de las hermosas playas de arena negra.
El Salvador de la octava maravilla del mundo.
El Salvador de cerros y volcanes.
El Salvador de los atardeceres tornasol.
El Salvador y sus 24 muertos diarios.
El Salvador y sus dos pandillas, sus decenas de clicas.
El Salvador y su gobierno ineficiente, sus funcionarios indiferentes, sus niños migrantes.
El Salvador en guerra.
La ola de violencia no es nueva. No es ola, ha sido un maremoto de meses, gestándose por años en una sociedad enferma que olvida, que excluye y que discrimina.
Hemos visto busetas quemadas con personas dentro.
Hemos visto violaciones tumultuarias de niñas y un éxodo masivo aquí y hacia allá.
Hemos visto asesinatos de chiquitos por venganza contra sus padres.
Hemos visto masacres sin más que los cinco minutos de indignación y rabia.
No hemos visto cómo nos desensibilizamos ante la muerte, nos acostumbramos al miedo.
Morir por una rama de pito en el jardín del vecino.
Morir por un gol desafortunado.
Morir por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Morir por salir a trabajar para tratar de mejorar la vida de tu familia, así sea mínimamente.
Morir por no poder huir a tiempo hacia el Norte.
Mientras tanto, nuestros funcionarios se esconden, nos dicen que es percepción y estrategias desestabilizadores, alegan que las muertes son daños colaterales y pretenden hacernos creer que esta es la tormenta antes de la calma.
Sí, así también, El Salvador es impresionante.
Seremos impresionantes cuando nos unamos y recordemos la vida de cada una de las víctimas en su dignidad. Seremos impresionantes cuando gritemos todos juntos, como salvadoreños, para exigir que cese la violencia y que no haya más muertes. Seremos impresionantes cuando actuemos, guiados por la esperanza de un El Salvador en paz.
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