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Hace unos meses, cuando “lo que está pasando en Guate” se refería a manifestaciones, constantes y masivas, de ciudadanos en redes sociales, plazas y calles, que retaban al poder, hartos de la corrupción de la clase política, muchos nos cuestionamos por qué en nuestro país no había mayor despertar ciudadano.
Según una encuesta virtual a 100 personas, que difundí en mis redes sociales y que no pretende ser de ningún rigor científico, la corrupción es el problema que más afecta a El Salvador (54% de las respuestas). Me cuesta creer que, con cifras record de homicidios todos los meses e historias de terror que caracterizan la crisis de inseguridad que estamos viviendo en el país, la violencia no sea el problema más importante para los salvadoreños. Me preocupa ver que no nos estemos movilizando de forma masiva por la situación de violencia e inseguridad que afecta a todos, sin importar ideologías o banderas. Me aterra pensar que nos insensibilizamos ante la pérdida de cientos de vidas de salvadoreños, solo porque no son “nuestros” muertos.
Sin embargo, es cierto que la corrupción es grave y afecta en gran medida a los salvadoreños más vulnerables, robando al Estado y mal utilizando recursos públicos y resultando en menos salud, menos educación, menos seguridad, que tanto necesitamos. La corrupción es además un tema cada vez más relevante: la Ley de Acceso a la Información Pública (LAIP), aun con sus mejoras pendientes, ha servido como base para conocer más sobre el uso de los recursos públicos, y la promoción de la Ley de Probidad seguramente fomentará una mayor rendición de cuentas de los funcionarios públicos. Los reportajes sobre el enriquecimiento de nuestros diputados y los conflictos de interés del sector judicial, que El Faro ha hecho una gran labor revelando, han sido seguramente fundamentales para generar más conciencia ante la corrupción de la clase política. Pero, ante estos casos, ¿por qué es nuestra indignación tan efímera?
Tenemos elementos de sobra para cuestionar a funcionarios públicos, pero no se investigan nunca: la denuncia no trasciende y no hay protección a quien se involucra con honestidad en lograr justicia cumplida. ¿Qué detonante estamos esperando? Las razones que pueden explicar nuestra pasividad son varias: por un lado, miedo a salir a las calles. La marcha del 5S (en mi opinión, de buenas intenciones pero criticable implementación) al inicio de su convocatoria, fue la ocasión para muchos de manifestar su apoyo y voluntad a una marcha ciudadana, y a la vez admitir que estas se veían opacadas por el temor de cualquier represalia o ataque, organizado o espontáneo (las declaraciones oficiales del Gobierno ciertamente no contribuyeron a fomentar la participación ni a garantizar sentido alguno de seguridad).
Pero, más que el miedo, pienso que la razón que explica el fracaso de iniciativas de sociedad civil que pretenden demostrar su rechazo a la corrupción es la polarización partidaria. Como siempre, y las tres marchas rivales del fin de semana contra la corrupción, somos expertos en desacreditar cualquier acción del que vemos como nuestro enemigo, y profesionales en descalificar cualquier acusación, así sea fundamentada, si el acusado está alineado con nuestro partido de preferencia. Si promoves la lucha contra la corrupción, en el momento que sea, y como lo demostraron los comentarios a mi entrada anterior en el blog, los defensores del partido de turno en el gobierno, sea cual sea, van a tildarte de hipócrita, doble moral, desestabilizador o vendido. Y por supuesto, porque no hay argumento posible en temas políticos sin que salga a relucir: “si los otros también lo hacían!” , como si eso automáticamente lo justificara.
Ejemplos tenemos de sobra, aparte de los trolles contratados en redes sociales. Se organiza una marcha percibida como de derecha, se organiza otra como respuesta; se siembran cruces condenando la ineficiencia ante la crisis de violencia en un redondel "de izquierda"; se siembran otras en el redondel símbolo del partido de oposición con rótulo de respuestas acusando a los 20 años de ARENA de las cifras de homicidios. Aquí hasta los muertos se politizan. Así seguimos, y la polarización estúpida que nos maldice no ha hecho más que profundizarse y sigue esparciéndose como un virus que nos inmoviliza como ciudadanía organizada, volviéndonos incapaces de manifestarnos de forma unida, coherente y constante por un mismo objetivo.
Ante esto, necesitamos tender puentes y dejar de seguir ciega y fanáticamente a partidos: no solo en las calles, sino sobre todo en las instituciones. Urge encontrar temas de consenso, fomentar instituciones sólidas e independientes y formar liderazgos que transciendan colores y banderas. Muchos afirman no estar resignados: hay salvadoreños preocupados y dispuestos a actuar siguiendo a otros: más de la mitad de las personas (58% de encuestados) dicen que no han salido a manifestar pues están esperando a alguien más que tome la iniciativa para luego sumarse. A los franceses les encanta hablar de “esprit critique” o espíritu crítico, esa capacidad de cuestionar cualquier argumento o postura, para no caer en fanatismos de ningún tipo. Necesitamos cursos intensivos de esta facultad, antes de pretender hacer algo como ciudadanía unida por objetivos comunes. No solo esta ceguera partidaria nos bloquea y facilita que cualquier partido coopte iniciativas legítimamente ciudadanas, sino puede ser peligrosa y favorecer la llegada de políticos caudillistas o de líderes mesiánicos.
Sigamos trabajando por el paisito, sin caer en la trampa de pensar que los tres vecinos del Triángulo Norte somos iguales. Tenemos mucho en común, muchísimas luchas compartidas y desgracias entrelazadas, pero el panorama político es muy distinto. Aunque cueste, sigamos trabajando por lo nuestro. Sigamos luchando para defender la institucionalidad y para combatir la impunidad, tan relacionadas, y pensemos en lo urgente: la ineficiencia del gobierno en enfrentar la violencia y criminalidad y las elecciones de segundo grado; para garantizar lo importante: educación, salud, seguridad para todos los ciudadanos. Empecemos por eso, demostrando nuestro compromiso con nuestro país, con nuestro futuro, que no es poco.
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