Hace algunos meses, acepté la invitación del diputado Juan Valiente de acompañarlo en el proceso de elecciones internas de ARENA, como aspirante a candidata a ser su diputada suplente.
Hace unos días, se publicó el listado final de candidatos por el COENA y se conoció así la asignación arbitraria de ciertos candidatos suplentes, como Gaby Trigueros, así como la exclusión de candidatos sin haberles dado la oportunidad de subsanar supuestos errores ni de participar en la entrevista obligatoria, como lo fue en mi caso. Esto desato una ola de reacciones que resultó en la denuncia del proceso electoral interno por los diputados Juan Valiente y Johnny Wright.
La política salvadoreña puede ser muchas cosas, pero nunca aburrida. Y es que la coyuntura nacional tiene ese extraño poder de jugar con nuestras emociones en lapsos absurdamente cortos: sube los ánimos, genera esperanza, luego de un solo la destruye en pedacitos, le salta encima, y luego vuelve a hacernos creer que vale la pena seguir tratando de generar cambios en el paisito, desde cualquiera que sea nuestra plataforma. Y así va.
Los eventos recientes, relativos al despido/renuncia solidaria de seis de los nuevos integrantes de la Juventud del partido ARENA, no fueron excepción. Este grupo de jóvenes, de quien, con toda confianza y propiedad, puedo afirmar que son inteligentes, innovadores, honestos y apasionados, le habían dado esperanza a muchos. Y le habían dado un empujón de legitimidad al discurso de renovación y apertura de ARENA.
Sobre todo, habían venido a darle asidero a la trillada expresión del “relevo (generacional)”. Pero resulta que nada de esto es tan cierto como nos han tratado de hacer creer.
El pasado miércoles de ceniza, una importante fecha para los católicos, se creó una polémica cuando en una institución privada de educación francesa, se les solicitó a los estudiantes quitarse la cruz marcada en sus frentes.
Contrariamente a lo que muchos afirmaron, alegando que esta es una imposición de los que no tienen religión sobre los que sí la tienen, incluso llegando a afirmar que se trataba de una “persecución al cristianismo”, se trató del cumplimiento de una regla institucional, compartida por todos los Liceos Franceses del mundo, que prohíbe el uso de símbolos religiosos en sus instalaciones en virtud del principio de laicidad. Este no implica condenar la existencia de ninguna religión ni de todas, ni la adherencia a algún sistema de creencias o a ninguno, sino que trata de asignarlas a la esfera privada.
Recientemente, un grupo de extranjeros radicados en El Salvador me comentaba que ellos han aprendido que aquí todas las malas noticias, excusas y pretextos, empiezan con un “fíjese que…”. Parece que nuestros políticos se han apropiado de la expresión y la usan para anticipar cualquier excusa ante crisis y desastres, sin mucha vergüenza o arrepentimiento, fieles a la costumbre de echarle la culpa de sus errores a los demás: gobiernos anteriores (de cualquier color), oposición (de cualquier color), gremiales o sindicatos, organizaciones de sociedad civil y demás entes desestabilizadores.
El Salvador y su gente trabajadora.
El Salvador y sus ciudadanos de cálida sonrisa.
El Salvador y las pupusas.
El Salvador y la Selecta, yo te quiero.
En El Salvador, entre enero de 2014 y agosto de 2015, el Ministerio de Salud registró 15,779 partos de niñas y adolescentes entre 12 y 19 años, un promedio de 789 al mes*.
El embarazo adolescente es uno de los problemas más devastadores de nuestro país; es un problema de toda la sociedad que alimenta el ciclo de pobreza de las jóvenes madres: según el UNFPA, el 89% de las niñas encuestadas en 2015 abandonaron los estudios al quedar embarazadas y solo un 18% de ellas retornó a la escuela tras ser madre, en los casos en que estaban escolarizadas, que no son la mayoría.
Los datos son categóricos y El Salvador no tiene una buena posición en la región: con una tasa específica de fecundidad de 89 por 1,000 mujeres de 15 a 19 años, supera la tasa de fecundidad total de América Latina y el Caribe que es de 76.2 (la tasa mundial es de 52.6). En Latinoamérica, una de cada tres mujeres es madre antes de cumplir 20 años.
Hace unos meses, cuando “lo que está pasando en Guate” se refería a manifestaciones, constantes y masivas, de ciudadanos en redes sociales, plazas y calles, que retaban al poder, hartos de la corrupción de la clase política, muchos nos cuestionamos por qué en nuestro país no había mayor despertar ciudadano.
Estuve en Guatemala y Honduras en las últimas semanas y, a pesar de que no pude participar en las manifestaciones multitudinarias que exigen un cese a la corrupción, sentí la efervescencia de ciudadanos que están hartos de las mañas de sus élites políticas y que ya no están dispuestos a solo quejarse en voz baja.
En ambos países, tuve una profunda envidia de su compromiso cívico, de su sentido de responsabilidad, de su valor de exigir transparencia a la clase política. Pensé que su ejemplo iba a ser el detonante para que, nosotros también, despertáramos y nos uniéramos a lo que bien podría ser una primavera centroamericana. Pero ante este silencio real (indignación, de la virtual, tenemos), debemos mirarnos como nación y preguntarnos, ¿qué estamos esperando para salir a las calles y expresar pacíficamente el descontento ciudadano?
Como ya le queda poco a la actual legislatura, los diputados que se despiden de sus curules se están dedicando a aprobar instrumentos legales útiles para el país: así, el decreto no. 952 fue aprobado por 44 diputados el pasado 11 de marzo. No será tan famoso como el 743, pero no por eso lo olvidaremos. Su objetivo es noble: es una declaración de asueto para celebrar el Día de la Paz, la Vida y la Justicia, extendiendo una invitación a una marcha nacional "a todos los sectores de la sociedad salvadoreña para una toma de conciencia en cuanto a que, a través de la unidad de dichos sectores, se puede contribuir a promover y facilitar el diálogo y la concertación alrededor de las políticas públicas relacionadas con la justicia, seguridad ciudadana y convivencia, procurando el logro y suscripción de acuerdos nacionales sostenibles".
Quien me lea en redes sociales, sabrá que el tema de la causa palestina es uno al que soy particularmente sensible, sobre todo desde un reciente viaje a Cisjordania (sin aspiraciones de mensajera de paz y que no fue pagado con fondos públicos, les aseguro) que me permitió conocer de primera mano la realidad diaria de los palestinos. Por lo mismo, hoy que ya ha cesado el ruido de las bombas y se ha calmado la propaganda, y tras varios intentos de escribir que fueron interrumpidos por fugaces treguas, cese al fuego rápidamente violados, he decidido caer voluntariamente en una digresión a lo que prometí escribir en este espacio, y compartir un poco de perspectiva a la luz del contexto.
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