El periplo del acta que atestigua que El Salvador firmó la paz en 1992 es un síntoma de la cultura institucional salvadoreña: el archivo no importa.
Cronología de los Acuerdos de Paz. El video en sí mismo, lenguaje e iconografá, merece análisis, de eso hablamos otro día. Ahora vea la firma.
Hagamos un ejercicio: Si yo digo 16 de enero de 1992, ¿en qué piensa usted: en la firma de la paz como acontecimiento o en el documento?
El 16 de enero de 1992 es para los salvadoreños un sitio de la memoria, es decir, un espacio simbólico en el que se deposita la memoria, según Pierre Nora; es decir, la fecha se convierte en sitio, porque para Nora, el sitio no es necesariamente un espacio público o privado.
Pero el sitio de la memoria de 1992 está constituido por el acontecimiento y la memoria que cada uno de nosotros tenga del acontecimiento -yo tenía 10 años, me levanté temprano para verlo por televisión, no hay nada histórico en mi vivencia- y no por el documento.
El acta, que atestigua el acontecimiento, y sobre todo legitima no está en la memoria de los salvadoreños. El documento no es el sitio, como escribí antes, y como consecuencia para la cultura institucional salvadoreña el documento, el archivo, no importa tanto.
Nos encontramos ante una crisis cultural e institucional que ha derivado en la noticia que ha ocupado a varios en las semanas pasadas: el acta de los acuerdos de paz no está en el Archivo General de la Nación -adonde deben conservarse los documentos para la historia de El Salvador- sino que está en un archivo privado, el del presidente Alfredo Cristiani, firmante del acta y que en 1992 representaba al Estado salvadoreño, como han notificado desde hace al menos diez años, varios medios de comunicación.
Cristiani no era el Estado -muy a pesar del dicho de Luis XIV- pero en el sitio de la memoria de ese 16 de enero ocupa el lugar preponderante del Estado, es la imagen que congelamos, la que guardamos, su acto escritural, el movimiento de su mano para su firma, un garabato de gran peso simbólico, lo que signó el futuro del país en que vivimos. Entonces sí, Cristiani es en ese momento el Estado y es la primera imagen que se nos viene a la mente, es la primera firma, además.
Después vendrá lo entrañable, los discursos de Shafick Hándal y Óscar Santamaría, un Dagoberto Gutiérrez joven que recuerda a un joven Sarte o ahora a un hipster bien peinado, David Escobar Galindo y Eduardo Sancho, poetas de rumbos diferentes, encontrados ahí como en los 70 cuando eran jóvenes (y que en 1996 publicarán juntos El venado y el colibrí).
Eso y más. Una catedral en construcción, una multitud que celebra que júbilo auténtico, lágrimas, palomas blancas, el Puma cantando en algún lugar de San Salvador, y cada uno de nosotros con una idea o una esperanza de lo que sería la paz.
Cristiani siguirá aquí,fijo en la memoria, a pesar de los detractores, y constituye también, junto a Shafick Handal, un sitio de la memoria al que hay que excavar antes de peligrosamente convertirlo en mito.
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El hecho no es nuevo pero de nuevo causa conmoción, quizá por muchos factores, entre los que se cuetan la memoria colectiva (en este caso medio amnésica) y la búsqueda de una institucionalidad eficiente; ambos factores derivarían en un hecho fantástico: contar con documentos que sean asideros para escribir la historia de El Salvador y no una historia patria oficial.
Durante años, también, muchos presidentes salvadoreños pensaron que el Estado era suyo y por tanto lo era el patrimonio, mueble, inmueble o documental. Cristiani no es el primero y su libre interpretación del lugar ideal para la conversación del acta no debería ser tema de discusión. La discusión más importante es la del archivo nacional.
Los archivos salvadoreños han pasado por décadas de péridas, saqueos o crisis de conservación, por lo que la solicitud del AGN de conservar este documento debería de darnos la esperanza de una cultura institucional que quiere salir de la crisis, renovarse y finalmente conservar.
Volver al 16 de enero de 1992 debe obligarnos a volver los ojos al acta. Para bien o para mal vivimos en Occidente y su ansiedad por la legitimidad; Occidente se fundó en el registro y el archivo, y eso ha sido precisamente lo que nos ha permitido poder conocer, escribir, re-escribir y desmitificar la Historia.
Una historia de la guerra en El Salvador debe pasar estrictamente por abocarse a la lectura del acta de la firma de la paz. Pero nunca la leímos, no está en los libros de Historia que debemos leer en las escuelas (¿Leemos en realidad libros de Historia en las escuelas de El Salvador?) y durante mucho tiempo no ha sido importante para la institucionalidad del Estado ni para el ciudadano de a pie.
No sé qué suceda con el acta. La misma Constitución de la república habla de un Estado protector de bienes culturales pero ese ha sido su último rol. Debería existir una negociación entre coleccionista privado y AGN que derive en la comprensión del documento como fuente para la Historia del país.
Que el documento que puso fin a más de 12 años de guerra civil no sea un sitio de la memoria dice mucho de una cultura en la que el incendio provocado y el saqueo han mermado las fuentes para la Historia.
La situación, para abordarla con humor, nos coloca en la situación de la ranchera: la memoria, como lavida, no vale nada. La negación del recuerdo y la supresión del archivo solo nos colocan ante el miedo a saber quiénes somos. ¿Quién le teme a la paz?
¿Cuando le preguntan "qué es ser salvadoreño", qué contesta usted? Puede no contestar nada, si quiere. Puede incluso sentir orgullo o miedo de contestar.
Nación-consumo: Anuncio de Kolashampán, 1984.
Estas escenas son reales:
1. Yo a las 3 a.m. cantando Quién, quién, quién, el tema de Kolashampan.
2. Yo, camino a Oaxaca, invitada por un amigo mexicano a cantar el himno nacional de mi país. Me llevo la mano al pecho en el autobús y empiezo: Coro, primera estrofa, ¿segunda? No recuerdo el himno nacional, confundo los versos, y termino diciendo la Oración a la bandera.
3. Yo, en la celebración del mundial, cantando los himnos de Honduras y Costa Rica antes de cada partido. Esta vez no ocurre lo mismo que ocurrió con el himno de El Salvador: los sé de memoria, no me confundo, canto.
¿Soy o no soy salvadoreña?
Cuando era niña, un hombre mató a su perro llamado "Troski", porque creía que encarnaba el Comunismo.
Esta es una instantánea sobre la polarización, encallada en la Guerra fría en El Salvador.
I
Un hacendado ganadero tenía varios hijos, uno de ellos se casó con una doctora. Un día fueron a la hacienda y la doctora conoció al resto de la familia, los terrenos, el ganado Holstein, los caballos favoritos, el semental, los perros. Uno de los perros se llamaba Troski. La doctora sabía que toda su familia política estaba adscrita al pensamiento de derecha, así que le pareció una curiosa paradoja el nombre del perro, y se lo hizo saber a su suegro:
—Qué chistoso que su perro se llame "Trotski", como uno de los líderes de la Revolución rusa.
El suegro se desentonó, llamó al perro a un escapando de la hacienda, sacó su pistola, y lo mató.
—No voy a rendir honor a un comunista en mi casa -les explicó.
Cada domingo, yo, católica, rezo por un Estado Laico.
Esto es claro: Me bautizaron, hice la primera comunión, me confirmó un obispo, estudié en una universidad jesuita, creo en el Jesús de los que sufren, el Jesús que es amor y en la santidad del martirio de Monseñor Romero. Mi abuela me regaló un rosario, lo traigo en la cartera porque me lo regaló ella; me criaron entre procesiones de semana santa, sigo yendo porque mi abuela quiere ir y de esa manera la hago feliz; canté en el coro de la Iglesia San Francisco, el día de muertos rezaba por mi papá y mi bisabuela, alguna vez usé escapulario...
PERO:
Así como creo en Jesús, creo en la separación de poderes heredada de la Modernidad. Así como abogo por la libertad de culto, abogo por el Estado laico. Soy una ciudadana que espera que llegue el día en que culmine exitosamente la ruptura con el pasado colonial, salir finalmente del Antiguo Régimen, por entrar a la Modernidad, como dirían algunos (por favor, piense modernidad en términos históricos y no en Los Supersónicos), por respetar la institucionalidad.
Si yo hubiera estudiado el doctorado a los 22 años, me habría aculturado con perfección. Pero tengo 30, y he pasado por un proceso de exploración histórica que me ha convertido, quizás, en una nacionalista. Yo no puedo dejar a El Salvador, un país tan pequeño que podría llevar colgado de mi cuello, como un relicario con la fotografía de un novio desalmado.
"Cerote", bordado sobre tela. Esta es una pieza que bordé a mi regreso a México, tiene toda la ternura y agresividad que la palabra misma entraña.