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04/21/2015

Si nos han de matar mañana: lenguaje contencioso y búsqueda de una nueva guerra

Tengo miedo de estos apuntes porque tengo miedo de la bomba de tiempo -para usar el lenguaje bélico instalado- en que se ha convertido El Salvador. Los últimos días indican que el gobierno y los medios cayeron en la telaraña de lo contencioso y esa telaraña teje una ansiedad por la explosión de una guerra.

  Caricatura de la prensa gráfica

Caricatura de hoy, 21 de abril de 2015 de La Prensa Gráfica. 

 

Primera guerra

La infancia.

Mi generación y yo crecimos en lo tácito. La incertidumbre vital ante la explosión de lo inevitable. Celebramos piñatas mientras los batallones masacraban civiles y vimos con asombro la incursión de la guerrilla en la ciudad. Aún años después, en nuestros colegios privados, nos ocultaron de la guerra. Yo comencé a pronunciar su nombre -pues ya lo había enunciado en secreto- al llegar a la mayoría de edad. 

Guerra es una palabra que aprendí de niña y nadie me la dijo ni me la explicó. Jamás en mi familia la pronunciaron a pesar de las bombas en la ofensiva del 89. Atrapadas en casa, mi madre, mi padre y yo, oíamos las detonaciones. Entonces, dije a mi padre:

- No voy a desayunar, las monjitas me dijeron que viene el fin del mundo y hay que hacer ayuno.

- Aquí no hay fin del mundo -dijo él.

- Las monjitas dijeron que el fin del mundo empieza con una guerra.

- Aquí no hay guerra.

Si la mayoría de edad busca una forma de madurez, yo la encontré en la UCA, en el jardín de los jesuitas asesinados por el batallón Atlacatl y en los textos leídos y releídos del Informe de la Comisión de la Verdad. Cuando los comenté en mi casa se asombraron, porque es cierto, a pesar de la firma de los acuerdos de paz había tantas cosas que aún no podíamos nombrar. 

 

Segunda guerra

Si durante las décadas de 1980 y 1990 nos costó tanto pronunciar la palabra "guerra", ¿por qué ahora es utilizada en medios, redes, sociales, opinión pública, con tanto desparpajo?

Mis interrogantes en esta búsqueda de la construcción de la nueva guerra parten de aquí: de la moneda común en que se ha convertido esta palabra, en la facilidad de pronunciar y pedir la guerra, aún sabiendo de dónde venimos.

*

La prensa

La guerra civil salvadoreña (1980-1992) se peleó también en un espacio de lo contencioso, entre la ideologización mediática y la idealización de varios sectores. Uno de ellos fue la prensa. Estamos ahora, 20 años después, enfrentándonos a la construcción del enemigo por la prensa, que cala profundamente en la opinión pública.

Si en la década de 1980 la prensa escrita construyó un enemigo terrorista, ahora está construyendo el enemigo pandillero. Y la prensa, en el devenir del tiempo, se convierte en fuente para las ciencias sociales, sobre todo para la Historia. Esta fuente nos entrega la riqueza del prejuicio y la construcción del poder -llámelo gobierno, llámelo bloques empresariales- y está instalada, en ambas etapas, en el lenguaje bélico. Es comprensible -que no justificable- encontrar esta instalación bélica en la prensa de los 80, porque estamos hablando de una guerra civil declarada, pero encontrarla ahora en la prensa escrita y televisiva es peligrosa, porque es la declaración de una guerra en la imaginación nacional.

El asunto no era entonces nuevo. Lo podemos rastrear en la construcción del anticomunismo en 1932.

En diciembre 1981, por ejemplo, La Prensa Gráfica publicaba una noticia sobre Morazán: 

Inició ayer operación de contrainsurgencia de la fuerza armada.

Una operación militar de contrainsurgencia inició ayer el Ejército en todo el departamento de Morazán, en busca de reductos extremistas que hallan internados en espesas montañas de esa región.

Participan  en las acciones de rastreo, efectivos de infantería, artillería y aviación, combinados con cuerpos de seguridad, Policía Nacional, policía de hacienda y guardia nacional [1]

Conocemos ahora el acontecimiento porque se ha convertido en el símbolo de las masacres civiles de la guerra salvadoreña. El 11 de diciembre, fueron asesinados mujeres, niños y ancianos en Morazán, en los cantones cercanos, entre ellos El Mozote.

Un caso más [2]. En 1980, el ejército también masacró civiles en  Nueva Trinidad, Cabañas, pero la prensa construyó otro relato: 

150 muertos en Nueva Trinidad.

Más de mil quinientos terroristas fuertemente armados asesinaron a 150 habitantes de la población de Nueva Trinidad, en Chalatenango, la madrugada del domingo anterior según voceros de la Fuerza Armada [3]

La Comisión de la Verdad reporta esta masacre civil, pero la prensa la hizo aparecer un enfrentamiento bélico en el que el enemigo estaba bien diseñado con todos los ingredientes de la Guerra fría: 

Extranjeros
También explicaron que la mayoría de extremistas eran de un acento distinto al de los salvadoreños, y que al amanecer pudieron ver caras de hombres como si fueran panameños, cubanos o nicaragüenses.
En un camino vecinal, fue localizado el cadáver de un hombre con facciones afro-cubanas. Estaba en una hamaca, por lo que las autoridades sospechan que era comandante de algún grupo terrorista.
[4]

No estoy haciendo este punteo para colocar a los pandilleros en la misma caja que las víctimas civiles de la guerra, sino para anotar las construcciones de la prensa frente a un enemigo.

En este sentido, encontramos una estrategia de lenguaje que hasta el más puro de los estructuralistas podrá validar. Y el ejercicio es el mismo estos días, en el tratamiento de varios medios sobre la incertidumbre y la tensión social respecto a las pandillas y la negociación de la tregua.

*

El gobierno

La semana pasada, el presidente de El Salvador Salvador Sánchez Cerén dijo que la violencia era una percepción construida por los medios. 

Su declaración era falaz (cuántas madres lloran por los hijos asesinados en un día, cuántas buscan de fosa clandestina en fosa clandestina una osamenta para vivir un duelo, cuántos huérfanos lloran a los padres y las madres). Pero lo que debemos tener en claro es que los medios sí están instalando a la guerra como tema en la opinión pública. Pongo estos ejemplos aquí, en un análisis sucinto y hasta simple, para evidenciar que los medios están construyendo la ansiedad por la guerra. 

En los pocos días de esta semana, La Prensa Gráfica, El Diario de Hoy, La página, entre otros, han recurrido a estas caracterizaciones: "nueva guerra", apoyados en la brillante estrategia del gobierno de la creación de BATALLONES DE LIMPIEZA. Batallones del ejército salvadoreño destinados a la limpieza social.  

Así, en esta espantosa teleología del supuesto conflicto bélico, El Diario de Hoy tituló hoy: MS-13 y mara 18 planean unirse para enfrentar al Estado. Vamos a encontrar más noticias que están buscando explotar la guerra en la opinión pública. Ya, desde hace años, si uno escudriña las noticias comentadas en los medios digitales, una población que tiene acceso a redes sociales e internet y que escribe desde el anonimato pide la limpieza social, el extermino y la guerra. 

El lenguaje del odio, el vocabulario bélico, la institucionalización de la violencia se normalizan de nuevo en la prensa y se convierten, entonces, en la moneda de cambio, en el sentido común de una población atormentada por la pobreza y la desigualdad y en una discusión de clases no saldada, que lleva a un discurso de rabia y venganza.

Pero ahora es serio.

 

Tercera guerra

La ansiedad por la nueva guerra

Tenemos que apuntar varias cosas antes de pronunciar de nuevo guerra en estos días.

 ¿Por qué la gente mata? ¿Por qué la gente cree que la única solución es matar al otro? ¿Quién es, claro, esta gente?

Durante un par de años he asistido, aterrada, a los comentarios en redes sociales y en medios de comunicación en línea. Ahí, se pide sangre y venganza, se pide guerra, efectivamente. El asunto es que un sector de la población vio cristalizarse su ilusión en los nuevos rumbos de la política de seguridad del gobierno actual.

Anoche me aterré de nuevo, la pregunta que me rebotaba en la cabeza era esta: ¿Por qué un gabinete del Fmln ve en la militarización la solución a la violencia? No deja de dar escalofríos que un comandante guerrillero firmante de la paz recurra ahora al ejército como comandante general de la fuerza armada y ordene la limpieza social. Nuestro destino de ouroboro nos muerde la cola: si el Fmln logró desarticular la estructura militar contra la que peleó la guerra civil, ahora la reafirma. Legitima la violencia. 

Yo no tengo las respuestas, ni siquiera las preguntas correctas. Pero creo que lo que hay que mirar y evidenciar es que el Estado está avalando el terrorismo, en el sentido de "espera tener éxito principalmente mediante la amenaza o el uso de la violencia”[1].

Comprendo las ansias por seguridad y justicia, el miedo de salir de la casa, el ver morir a un familiar, a un amigo, por un celular o por una cora ($0.25). Hoy más que nunca la vida no vale nada en El Salvador. Pero me asombra y me constriñe que el gobierno vea una alternativa tan violenta que costará la vida de muchos, más que los 16 muertos diarios.

Estamos asomándonos al horror y estamos empujados por el rumor y la ansiedad de la opinión pública, en el sentido de pensar que lo que vemos en los medios y las redes sociales sea lo que piensa, siente y desea una gran parte de la población. Pero pido mirar atrás.

Pido mirar todos estos síntomas en el espejo de la Historia. Yo sí creo que la Historia nos da dignidad y por eso no la estudiamos en los programas privados y públicos en la educación salvadoreña; yo sí creo que la dignidad nos habría ayudado a comprender nuestros procesos y achicar los abismos del odio de la posguerra. Todavía podemos buscar esa dignidad -aunque me responderán: quién quiere dignidad cuando lo que quiere es salvar la vida-.

Crecimos durante la guerra y jamás comprendimos la posguerra. No creo que este torbellino de sangre deba combatirse con más sangre. Me niego a pensar que la condena de El Salvador, como nación y como cultura, sea la de morderse la cola hasta que no quede nada. 



[1] O’Sullivan, Noel, "Terrorismo, Ideología y Revolución", Alianza Editorial, Madrid, 1987, pag. 2

 

[2] La Prensa Gráfica, miércoles 9 de diciembre de 1981, p. 3. 

[3] Estos casos son parte de uno de mis trabajos de maestría: "Qué se decía y cómo se decía sobre la guerra en El Salvador (1980-1992). Una revisión sobre la represión a través de notas de prensa", para el seminario de la Dra. Lola Ferrero Blanco, de la UHU, España.

[4] La Prensa Gráfica, 3 de febrero de 1980, portada.

[5] La Prensa Gráfica, 3 de febrero de 1980, p. 41. 

04/10/2015

Morir en cualquier lado, excepto donde nacimos

La línea veracruz 2009

Esta es la línea del Tren entre Veracruz y Orizaba, uno de los caminos de los migrantes indocumentados centroamericanos en su periplo a Estados Unidos. Foto en 2009 paisaje verde pero desolador.

 

I

Hoy subió al autobús un muchacho hondureño. Pidió limosna: "Mirá vos, amigo mexicano, diculpá esta molestia". Su voseo me activó la resistencia de la lengua, una cosa inexplicable llamada identidad centroamericana. 

Hace unos meses, mi madre vino de vacaciones, en un semáforo en rojo, una pareja se acercó al taxi en que viajábamos. Hombre y mujer, jóvenes, delgados, ojerosos. Mostraron un documento de identidad y yo sentí un vuelco en el corazón. En el documento de identidad brillaba el escudo de El Salvador.

- Perdonen, somos migrantes.

- ¿De dónde son? -les preguntó el taxista.

- Somos salvadoreños -contestaron.

- Ay, Dios mío -dijo mi mamá- ¿De qué parte?

- De Soyapango. 

Los centroamericanos siempre están pidiendo perdón. Piden perdón en sus países, piden perdón en México, pedirán perdón en todos lados. La culpa no es, sin embargo, de quienes arriesgan la vida para no perderla en su propia casa, la culpa es un estructura monumental centenaria, y todavía no hemos pedido perdón por ella.

Los centroamericanos que piden perdón en México se han quedado varados en su camino de mojados a Estados Unidos. Como muchos migrantes indocumentados, han perdido todo y piden limosna para seguir avanzando hacia la frontera norte.

II

Nacer y morir en el mismo lugar es en varios sentidos un acto patético, siempre que recordemos que el pathos está relacionado a la intensidad. Morir en el lugar en el que se nace es también una tragedia. Muchos centroamericanos han decidido morir en cualquier lugar, excepto en el lugar en que nacieron. 

 III

México ha sido, por décadas, un generoso refugio de latinoamericanos. Con diferentes matices y paradojas, como han señalado muchos autores, acogió durante varios periodos históricos a centroamericanos en riesgo. Durante las décadas de 1920 a 1960 y la de 1980, fue asilo para los que se encontraban en riesgo de vida en sus países de origen en el contexto de las dictaduras y las guerras civiles. 

La posguerra y la pobreza en Centroamérica incrementaron la violencia y muchos de sus ciudadanos decidieron abandonar sus países de origen, por lo que en los últimos años ha aumentado la migración indocumentada, denominada “ilegal” por el gobierno mexicano y los medios de comunicación, cuya tipificación viola el derecho humano de la movilidad migratoria.

Hace unos meses, escribí, con la ayuda de dos salvadoreñas en México, una petición a los gobiernos centroamericanos, un pronunciamiento sobre el desplazamiento forzoso.  La petición era muy clara. Solicitaba a los gobiernos del triángulo norte no olvidar que los que arriesgan la vida cruzando otras fronteras son también hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, son también ciudadanos y aunque estén afuera del territorio, los gobiernos están obligados a velar por sus garantías mínimas de vida.

Conseguimos poquísimas firmas. Me dio rabia. El privilegio no nos ha enseñado a pedir perdón como han pedido durante siglos los que sufren. Mientras la clase media siga buscando likes en redes sociales, la transformación social estará muy lejos de nuestras manos. 

IV

Los migrantes centroamericanos son valorados en sus países de origen siempre y cuando atraviesen exitosamente -y también trágica- la frontera México-Estados Unidos y contribuyan al crecimiento de la economía nacional y al sustento de sus familias a partir del envío de remesas. 

Los migrantes centroamericanos desaparecidos en México desaparecen simplemente. No se integran en las narrativas emprendedoras que nos enseña la publicidad.  A pesar de la masacre de Tamaulipas, ocurrida en 2012, seguimos pensando que los únicos migrantes centroamericanos que importan son los que venden pupusas o baleadas en Estados Unidos o Australia. 

En el debate salvadoreño, los migrantes no son sujetos de temas de nación. Durante las pasadas elecciones, seguí por Twitter a muchos candidatos a diputados. Pregunté con insistencia por sus plataformas políticas y sus propuestas para los salvadoreños en el exterior o recién repatriados. Los más populares nunca me contestaron, sus Cms ni siquiera me dieron el demagógico "fav" por mención. Solo Johnny Sol Wright, de Arena, Diana Orellana, del PSD, y Oscar García del PCN -¡sí, del PCN! me contestaron. Y aunque cada uno ofreció lo que pudo, lo que quedó claro es que los partidos políticos no tienen ni un mínimo interés en los migrantes que no manden la remesa para el Pib. 

Los programas políticos, si existen, no son transnacionales, los salvadoreños en tránsito migratorio, documentado e indocumentado, no son contemplados por las políticas públicas actuales. No son salvadoreños, quizá.

V

La primera vez que vi a un migrante centroamericano pedir limosna en México fue hace dos años. Recién llegada al doctorado, vivía un DF alucinante, una esperanza intelectual y demás sinónimos de privilegio. Camino al Colmex, un hombre subió al autobús. Vi brillar en su documento el mismo escudo nacional. 

Durante mucho tiempo critiqué los dispositivos de identidad nacional, el arcaismo de los símbolos patrios, esa nación criolla-liberal-conservadora-modernizante-fracasada. Pero ese día en el autobús, el escudo de El Salvador brilló y comprendí quizá esa comunidad imaginada de Anderson, esa geografía moral de la nación de Smith o a mi abuela, simplemente, colocando una bandera de El Salvador cada 15 de septiembre en la ventana de mi casa. 

Recordé cómo nos hemos engañado y consolado con la nación y preferí engañarme en la identidad nacional y la solidaridad, dos salvadoreños en un autobús. A veces, la ilusión de la patria nos conforta.

Cuando en 2006 trabajaba como periodista, fui a la frontera de Las Chinamas a cubrir la repatriación de varios salvadoreños detenidos en México en su travesía a Estados Unidos. Venían aplastados y sudados en un autobús, unos 300 salvadoreños, enlatados como sardinas, descorazonados, cansados, endeudados. Vinieron por carretera y no vieron el "Hermano, bienvenido a casa" de un monumento que conecta San Salvador con el camino al aeropuerto. Vinieron y no eran bienvenidos. Eran más bien un silencio, la demostración del fracaso de las políticas públicas y de la identidad nacional. 

El Instituto Salvadoreño de Migración los recibió con los símbolos nacionales posibles: pupusas y kolashampán. A veces, la mentira de la patria no nos perdona.

 

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Elena Salamanca

"Se dedica a la política para distraerse de sí misma: Acepta la Regencia de la misma manera que aceptaría tejerse un chal": Margerite Yourcenar en Fuegos.

Encontré al hombre de mi vida; se llama Reindhart Koselleck. Por supuesto, está muerto.

Elena Salamanca estudia el Doctorado en Historia en el Colegio de México, en México. Es Máster en Historia Iberoamericana Comparada por la Universidad de Huelva, España, y Licenciada en Comunicación Social por la UCA, de El Salvador.

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