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Nos acercamos a un nuevo aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz, en 1992. Si nos asomamos a este El Salvador, nos encontramos ensangrentados, polarizados, divididos. En estos días, Guatemala también celebra el aniversario de la firma de sus acuerdos de paz, y somete, de nuevo, a juicio por genocidio a Efraín Ríos Montt. Mirar a Guatemala podría removernos y movernos a pedir la derogación de la Ley de Amnistía, la apertura de archivos, la creación de eficientes comisiones de búsqueda.
Cada día despierto con un incendio. El incendio es una idea obsesiva sobre un suceso en El Salvador. Mi incendio hoy son los 70 mil salvadoreños, entre desparecidos y asesinados, durante la guerra civil (1980-1992), las supresiones de la paz.
No celebro los reyes magos ni el día del amor, no me subo tampoco a las celebraciones del consumo como el thanksgivin o el Oktoberfest, pero durante muchos años esperé con emoción el 16 de enero. Sentía una alegría auténtica por "la firma de la paz", por la paz, así nomás. Pero pasan los años y veo que no tiene sentido conmemorar ni celebrar una paz velada, donde hay una ley amnistía que frena la búsqueda de la justicia, donde a las familias de los muertos y desaparecidos, de ambos lados, se les pide que perdonen y olviden, donde cada vez que esgrimimos peticiones puntuales en búsqueda de la reconciliación nos dicen que estamos abriendo heridas.
Las fechas funcionan como mojones, de la memoria o de la historia. Las llenamos de significados, las llenamos nosotros. No podemos decir claramente cuándo empezó la guerra en El Salvador -algunos la sitúan en 1980, después del asesinato de Monseñor Romero, otros la sitúan en la fundación del FMLN como guerrilla en 1981-, pero podemos decir cuándo terminó porque existieron un acto simbólico y un documento que nos dijeron que había terminado la guerra el 16 de enero de 1992.
La posguerra nos embobó. Pensamos que el mojón era frontera, muro. Pensamos que a partir del 17 de enero de 1992 habría paz, una idea de paz, palomas blancas volando, banderas nacionales que ondeaban, fade out... Comenzó un proceso, la posguerra, cuyos andamiajes políticos nos llevaron a levantar una muralla contra la empatía, el luto y el duelo.
Las cifras de los asesinados y desaparecidos durante la guerra civil -y antes, en la década de 1970- son aproximadas. Pero son un indicio: 70 mil personas desaparecieron del suelo salvadoreño, fueron arrasados -como el alegórico nombre de la operación militar que masacró al cantón El Mozote en 1981- de la faz de esta tierra, del sistema de justicia, de lo que después se llamó historia nacional.
Las memorias en El Salvador son custodiadas por partidos políticos y por ello permanecen en pugna. Los funcionarios salvadoreños, los que firmaron la paz y los que ahora legislan, no estan por encima de nosotros, están a nuestro servicio; pero hay entre ellos una noción de soberanía y pueblo errática, casi fantasiosa. Ser funcionario no implica superioridad, no es una delegación dinástica, no se trata de una probanza de sangre colonial, no es una herencia divina medieval, pero en El Salvador, los estratos del tiempo, compactos en el presente, permiten que pervivan la ignorancia y la negligencia en las funciones del Estado.
La ideologización del pasado es un ladrillo que cae sobre las cabezas quienes preguntamos o disentimos.
Usted y yo quizá podamos despertar tranquilos, un pequeño incendio es apenas una idea. Pero hay quienes despiertan con un incendio cotidiano que consume todo: el recuerdo, la esperanza y la justicia. Hay gente que despierta y tiene una silla vacía en el comedor desde hace 40 años, y aún así usted y yo seguimos tranquilos. No podemos quedarnos tranquilos. Ya no.
Si todos despertáramos con un pequeño incendio que insistiera en preguntas pertinentes sobre la paz y la posguerra, si no nos quedáramos callados y el pequeño incendio fuera una llama colectiva para reclamarar justicia, garantías básicas de vida -en El Salvador el agua aún no es derecho humano- y memoria sobre el olvido, podríamos celebrar, y podríamos hablar con toda justicia léxica, con exactitud semántica, de paz.
Es año nuevo, es año electoral, comenzó la campaña y en unos días se aplaudirá en acto protocolario la firma de la paz. No hay por qué aplaudir, el año pasado fueron asesinados 4 mil salvadoreños, ¿cuántos morirán, cuántos podemos morir este año?
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Muy interesante este artículo Elena, es un tema "taboo" en nuestro país que esta casi prohibido tocarlo; felicidades por recordarlo a nuestros hermanos salvadoreños.
Publicado por: Mario Peña de www.ajedrezpolitico.net | 01/06/2015 en 08:35 p.m.
Muy cierto todo lo que dice. Es muy difícil pensar que las atrocidades cometidas puedan ser olvidadas con un papel que asegura paz, que finalmente, es lo único que no hay. La injusta va perdurar mientras la población no la exija.
Publicado por: Gabriela Hernández | 01/06/2015 en 10:21 p.m.
Yo estaba pequeño pero no olvido nada de la guerra. Sabía desde pequeño que todo ese montón de hombres firmando ese papel no podía significar "la paz". Las armas callaron, pero la guerra cambió de modalidad. Vivimos una guerra pasiva donde todos estamos involucrados. Si en realidad hubiese paz se verían las heridas sanadas, la gente hablaría de lo pasado como una lección histórica sin ningún dejo de resentimiento, pero no. Nadie sabe como empezó ni porqué terminó, solo sabemos que nadie ganó, perdió el salvador. Tenemos que saber lo que en realidad sucedió por responsabilidad histórica, para que no se repita, para que dejemos de andar diciendo que el frente es el malo y arena el bueno. No quiero heredar prejuicios ni culpas a mis hijos, quiero la verdad de lo que pasó y conozcan la historia de su país sin verdades a medias.
Publicado por: El Vicho en yinas | 01/16/2015 en 05:45 p.m.
Nos tendremos que levantar con incendios todos los días de nuestra vida hasta la muerte, porque en este país cerote (el cual quiero incondicionalmente) las cosas no van a cambiar. La corrupción viene en el ADN de los gobernantes, y aunque tratemos de hacer bien las cosas en nuestro entorno más cercano... no es suficiente. Quiero creer, pero la realidad dice todo lo contrario!
Publicado por: Tony Muñoz | 01/23/2015 en 10:25 a.m.
Nos encontramos en un país dividido y polarizado. La guerra todavía está en su cabeza. La memoria histórica se manipula para generar resentimiento y conflicto social. Estaba bien matar por la Revolución pero no por otra causa ¡Muy conveniente!. El objetivo: dividir a la sociedad para depender del Gobierno. ¿Para qué sirvió el fusil que anduvieron cargando nuestros gobernantes? Para espantar a la Siguanaba.
Publicado por: Ricardo Heredia | 01/24/2015 en 11:44 a.m.