Es una noche de primavera en la Copenhague del siglo XIX. Están en una casa iluminada por muchas velas, de todos los tamaños. Se escucha el sonido áspero del papel mientras unas tijeras lo recortan dándole forma de árbol. Pero ese sonido, aunque seco, endulza el silencio y acoge los suspiros contenidos de varios adultos sentados sobre cómodos sofás y de varios niños tirados al azar sobre el suelo. El público atento escucha e imagina una luna instalada en el cielo que narra historias seductoras a un joven y pobre pintor, un muchacho que vive en la última planta de una casa situada en la callejuela más estrecha de una ciudad escandinava. En realidad no es solo la voz del papel lo que sobresale, ni es eso lo que lleva al público a imaginar ese pobre pero privilegiado pintor que recibe historias maravillosas de la luna. No. Lo que sobresale es la voz de un hombre que sabe como nadie contar historias. Su nombre: Hans Christian Andersen.
Ayer se publicó la primera parte del retrato de Ethel Baraona Pohl. Crítica, escritora, comisaria, co-fundadora de la editorial independiente dpr-barcelona, desde hace varios años esta salvadoreña-barcelonesa publica bibliografía referente al tema que le apasiona: la arquitectura como medio y expresión de desarrollo humano. Hoy contesta las cuatro preguntas de la biógrafa: Ethel Baraona Pohl por sí misma.
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La ciudad. Ese lugar donde todo es posible. Símbolo de la modernidad. Gran provocadora de sentimiento encontrados. Vientre de ladrillos y mitos: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires, la juzgo tan eterna como el agua y como el aire”, dice Borges en su poema “Fundación mítica de Buenos Aires”. Pero también sabemos que la ciudad es caos y reflejo de desigualdad social; grandes y modernos edificios conviven con favelas, guetos y barrios marginales. Sao Paulo, Medellín, México, D.F., Berlín, París, Nueva York, Barcelona, ninguna se salva de ese contraste. Es entonces que surgen preguntas: la ciudad, como tal, ¿nos pertenece a todos? ¿Quiénes deciden sobre el espacio público? ¿Cómo nos empoderamos de la ciudad?
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Robert Skidelsky –autor de los tres volúmenes que componen la biografía de John Maynard Keynes– señaló que en algunos casos la biografía se convierte en un simple “voyeurismo embellecido con notas al pie de página”. Al utilizar la palabra voyeurismo, Skidelsky llama la atención sobre el sentido fetichista (o morboso) que el género biográfico puede llegar a alcanzar. Surge entonces la pregunta: ¿debe ser la biografía un texto sensacionalista que capture la atención maliciosa del lector? Mario Cuomo, refiriéndose a una biografía sobre Abraham Lincoln, enfatizó algo que ayuda a responder la pregunta anterior: “Lincoln no es un hombre con las uñas de los pies encarnadas; él es una idea”.