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Hace algunos meses leí una crónica de Augusto Magaña, joven salvadoreño que estudia en Barcelona y escribe para la revista catalana Som Atents. Augusto tiene 20 años y está muy ligado a la realidad de su país, al que vuelve siempre que puede. Su perspectiva, plasmada en la crónica antes mencionada, me desgarró porque significaba escuchar, sin filtros, la voz de los jóvenes, esa vulnerable franja social cercada por el clima de violencia que vive El Salvador. Sin duda, resulta sumamente difícil ser adolescente y joven en nuestro país considerando las pocas opciones con las que cuentan, el futuro oscuro al que se enfrentan, el estigma con el que cargan, las sospechas que los cercan.
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La escritora puertorriqueña Rosario Ferré murió a los 77 años el pasado 18 de febrero. La noticia me impactó ya que su literatura me ha acompañado durante varios años.
Lo interesante de Ferré no es solamente que fue una escritora posmoderna, que revirtió los mitos femeninos con ironía y lucidez, que con un estilo depurado transitó los terrenos de la imaginación, la memoria y la exploración lingüística para desmenuzar los modelos patriarcales o referirse a la identidad, tanto nacional como personal, y al deseo femenino. Interesante y controversial (debido al momento en que la enunció) es también la idea que defendió a lo largo de su vida: “no hay un estilo de escritura femenina separada y distinta de la escritura masculina”. Pero vayamos por partes para comprender mejor este enunciado sobre el que podemos estar o no de acuerdo. Lo que sí es cierto es que en su momento este vino a ser un valiente contrapunto que invitó a reflexionar más profundamente sobre la escritura hecha por mujeres.
Jorge Galán se acerca a saludarme y puedo ver, inmediatamente, que su mirada no sólo es sombría, anegada de cansancio, sino que también es la de un hombre partido. Muy diferente a la del hombre que conocí en 2010 en San Salvador, cuando lo entrevisté para una investigación sobre el campo literario salvadoreño. Entonces, aunque era la de un hombre tímido, su mirada era otra, incluso apasionada, sobre todo cuando hablaba de la literatura fantástica y de su mentor, Francisco Andrés Escobar.