Retrata a personas entregadas apasionadamente a su vocación, sea cual sea. Artesanos, científicos, arquitectos, artistas, jueces, atletas, cocineros, acróbatas: es igual. Lo que importa es destacar su historia de amor (o desamor) con su vocación.

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31/08/2015 14:38:48

Caminar los Alpes, leer los Alpes

 

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Para D.A.

1.

La primera caminata que realicé en la parte piamontesa de los Alpes Marítimos fue en junio de 2010. Para llegar al refugio Emilio Questa, donde me alojé, tuve que hacer un largo viaje: avión de Barcelona a Milán, autobús de Milán a Turín, tren de Turín a Cuneo, autobús de Cuneo a Terme di Valdieri. Este último es un balneario termal asentado a 1.370 m.s.n.m., y desde allí emprendí el camino hacia el refugio, ubicado a 2.388 m.s.n.m. Era la primera vez que iba a los Alpes andando por lo que subir esos mil metros de altura me tomó aproximadamente cinco horas. Un pie, luego otro, inhalar, exhalar, cuesta arriba, beber agua, soportar la mochila, pero nada de eso podía opacar la sensación de riqueza interior, de serena alegría, que iba sintiendo mientras me rodeaban senderos, valles, araucarias, marmotas, ríos, piedras e impresionantes paisajes.

A los largo de los diez días que estuve allí, caminé a solas varias rutas de hasta seis horas cada una. Descubrí, engarzados entre rocas, transparentes lagos aún con pedazos de hielo del invierno anterior flotando en su superficie, y en las pequeñas grietas del silencio, podía escuchar el susurro del hielo rompiéndose, deshaciéndose en agua pura y limpia, despidiéndose del entorno bucólico. En esas fracturas del silencio, también llegué a escuchar el rápido correr de las marmotas que salían a esconderse cuando los ecos de mis pasos las alteraban. El mejor momento dentro de esa gruta amable de soledad fue aquel en que una gamuza me guió –a mí, tropical inexperta en paisajes alpinos– sobre la nieve rezagada que había quedado en un sendero de piedras que llevaba a los lagos de Fremamorta. Lo que sucedió fue esto: cuando me disponía a cruzar el sendero, una de mis piernas se hundió casi por completo en la nieve y quedé un tanto inmovilizada. Cuando logré salir, no sabía si dar la vuelta o seguir; el silencio y la quietud se convirtieron en un temor fascinante, temerario, vital, como una mano invisible que hala, adictiva. ¿Iba a dejar de ver lo que había al otro lado sólo porque sentía un escalofrío palpitante en el pecho? Tenía que seguir. Empecé a caminar y en eso alcé la vista: a poca distancia advertí a la gamuza que me miraba, no sé desde hacía cuánto tiempo. Después que nuestras miradas se cruzaron, el animal empezó a caminar seguro sobre la parte más firme de la nieve. A medio camino se giró y sus ojos parecían verme; yo entendí que me hablaba, que me decía: “Venga por aquí, donde la nieve no es blanda”, así que seguí sus pasos. La gamuza caminó ágil hasta que la curvatura del camino se la tragó. Ya no la volví a ver, pero me regaló seguridad. Al otro lado descubrí uno de los parajes más hermosos que he visto: agua, roca y luz abriendo al unísono sus bocas atemporales. Yo me dejé engullir.

 

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La sabia gamuza

 

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Lago mediano di Fremamorta (2.380 m.s.n.m.)


En aquella época yo pasaba por una crisis personal. Pero durante esas caminatas, pudo por fin mi cabeza testaruda dialogar, sin drama o tragedia, con mi entonces descolorido corazón. Razón y emoción, intelecto y naturaleza, idea y cuerpo, dejaron de ser conceptos opuestos. Sentí una vibración en la lengua, un torrente en la piel; intuí los átomos de las piedras. El ronroneo de la vida me pareció sencillamente perfecto.

 

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Lago sottano di Fremamorta (2.359 m.s.n.m.)

 

2.

El libro VI de El Preludio o el crecimiento de la mente de un poeta, ese monumental poema de William Wordsworth (1770-1850), es una respuesta a la grandiosidad del paisaje alpino. Precisamente, el poeta romántico inglés completó dos versiones de esa épica autobiográfica; la versión original de 1805, y una versión revisada publicada póstumamente en 1850. No obstante, la versión original es la que suele estudiarse con mayor amplitud ya que se considera más espontánea y melodiosa, mientras que la versión de 1850 resulta mucho más elaborada. La intención del autor era establecer este escrito como la introducción a su poema filosófico El Recluso, el cual no llegó a terminar. Wordsworth comenzó a escribir El Preludio a los 28 años y siguió trabajando en el mismo toda su vida, hasta su muerte a los 80 años, puliendo el estilo y aclarando sus enunciados sobre el gran tema que lo recorre: la suficiencia divina de la mente humana y la exploración poética de la memoria en comunión con la vastedad telúrica de la naturaleza. Octavio Paz dijo que en estos poemas, “en sus más altos momentos, el entusiasmo reflexiona, por decirlo así, se contempla y contempla al mundo que lo rodea: la naturaleza, el hombre y sus pasiones”.

 

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En realidad, el inglés nunca llegó a ponerle un título, simplemente lo llamaba el “Poema (aún sin título) a Coleridge”. También fundador junto a Wordsworth del movimiento romántico en la poesía inglesa, Coleridge fue su gran y querido amigo,  con quien precisamente publicó las famosas Baladas líricas (1798). Al principio, todo comenzó como un juego, una aventura poética: juntos, Wordsworth y Coleridge, escribirían un poema que sobrepasaría en extensión a El paraíso perdido de John Milton. Este último está conformado por diez mil quinientos versos y, de haberse completado El Recluso, el poema épico de Wordsworth hubiera sido tres veces más largo, llegando a alcanzar los 33 mil versos (El Preludio, por sí solo, alcanza los ocho mil versos). En varias cartas, Wordsworth llegó a expresar su frustración y agonía porque no era capaz de terminar su trabajo; estaba obsesionado con la escritura de un poema filosófico sobre su visión de lo humano, la naturaleza y la sociedad, siendo sus principales materias las sensaciones y los pensamientos de un poeta recluso, aislado, que con templanza experimenta el desasosiego de aquel que se rehúsa a alejarse de la Naturaleza. Según Harold Bloom, Wordsworth fue el inventor de la poesía moderna ya que la llena con “la memoria del yo” y eleva al mismo nivel la confesión íntima y la reflexión espiritual. Pero, como apunta el autor de El canon occidental, se trata también de “la agonía más larga de un gran genio poético en toda la historia”.

En cartas a Dorothy Wordsworth, su hermana –también poeta y diarista romántica–, el inglés se refirió al “poema sobre el crecimiento de mi propia mente”. Estando éste con vida, el poema únicamente fue leído por sus allegados. En efecto, fue conocido por el público hasta pocos meses después de su muerte, cuando finalmente se publicó. Su viuda Mary fue quién bautizó al poemario con su nombre definitivo, agregándole al título aquella frase expresada a la hermana: El Preludio o el crecimiento de la mente de un poeta.

 

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Valle del Valasco

 

El Preludio, lectura imaginativa, apasionada, reflexiva, donde la voz del poeta es ingobernable y los pensamientos andan libres, se basa, como ya dijimos, en las interacciones de su autor con la naturaleza, las cuales, según él, lo afirmaban en su “misión poética” gracias a una especie de conciencia mutua, una comunión, entre ambos mundos: el natural y el humano. Wordsworth había visto con horror y desgarro cómo la naturaleza era arrasada por el avance de la Revolución agrícola. De ahí su afán por emprender excursiones a lugares como los Alpes o a Snowdon, la montaña más alta de Gales. Todos sus viajes, además de su infancia y su paso por Cambridge, Londres y Francia, son narrados en su extenso poema. Los viajes literales se convierten así en metáforas del viaje espiritual, de la búsqueda de la memoria del poeta. En definitiva, El Preludio es una especie de autobiografía espiritual en la que Wordsworth plantea un viaje circular cuyo fin es el principio:

 

Percibí destellos

como el rutilar de un escudo: la tierra 

y la faz común de la Natura me hablaron

de cosas memorables.

[…]

Mi esperanza ha sido, en todo ello, recobrar

fecundantes pensamientos de años que partieron;

restaurar el equilibrio de mi mente vacilante

[...]

mi canto consiste en recordar

momentos que poseen el embrujo

de las cosas visionarias, esas formas deliciosas

y dulces sensaciones que al origen nos devuelven.

 

El libro VI, dedicado a los Alpes, se titula precisamente “Cambridge y los Alpes”. En esta parte, el poeta primero describe su vida en Cambridge, donde se ha llegado a sentir insatisfecho, limitado. Siente que tiene otra vocación más allá del trabajo académico y, finalmente, cuando termina sus estudios, se marcha a los Alpes con un compañero de estudios. Así, en su narración retrospectiva, en la que revive la grandeza y la libertad que sitió a lo largo de esa excursión, vemos como su estado anímico cambia. El poema se vuelve robusto, fluido, exuberante, con detalles coloridos que expresan el gozo, la celebración de la vida, al tiempo que la naturaleza se abre paso en la mente del poeta. Él observa y la naturaleza le muestra, le enseña, lo educa, lo fascina, le vigoriza la materia prima de la imaginación. El poeta se consolida y es uno con el todo.  

Wordsworth no fue el único que respondió a esa grandiosidad alpina. Percy Bysshe Shelley (1792-1822), otro de los grandes poetas del Romanticismo inglés, escribió su oda Monte Blanco: versos escritos en el valle de Chamonix (1817) durante un viaje a este lugar, precisamente donde nació el alpinismo y ubicado muy cerca del macizo de las Agujas Rojas francesas, desde cuyas laderas se aprecian vistas insuperables del Monte Blanco, la montaña granítica culminante de los Alpes (mide más de 4.800 m.s.n.m.). En dicha oda, Shelley se preocupa por la mente humana y por su capacidad de comprender la verdad, es decir, discute la percepción de la mente, al tiempo que aborda el problema de la muerte, la violencia y la amoralidad; aunque rechaza recurrir a Dios, también apela a la imaginación para darle sentido a la absurdidad del mundo. Sin embargo, a diferencia de Wordsworth, Shelley plantea que existe un lado oscuro de la naturaleza el cual forma parte inherente del proceso cíclico del universo. Por lo tanto, cree que si bien la mente humana debería estar libre de restricciones, también reconoce que nada en el universo es completamente libre: existe una fuerza intrínseca a éste que está conectada a la mente humana y que, por lo tanto, influye sobre ella. La relación del poema mismo con el Monte Blanco se convierte en un símbolo de la relación del poeta con la historia; el poeta puede interpretar la voz de la montaña y desgranar su verdad por medio de su poesía. En ese sentido, el poeta es capaz de comprender la verdad anidada en la naturaleza. Así, Shelley apunta que, más que el rol de la naturaleza, lo que importa es la mediación del poeta entre la naturaleza y la humanidad. Al rechazar la religión y apostar por la naturaleza, Shelley ofrece un reemplazo más igualitario que dicha institución, sin embargo, se convierte al mismo tiempo en una paradoja: sólo algunos –muy pocos– son los privilegiados que llegan a comprender los secretos del universo.  

Por último, cabe decir que los Alpes fueron elogiados en los diarios de Claire Clairmont (1798-1879), hermanastra de Mary Shelley y también madre de Allegra Byron, hija del famoso escritor.

En definitiva, la vivencia de los Alpes, su magnificencia, jugó un rol en la construcción de la mente romántica inglesa.

 

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Lago Negro, Valle Maira


3.

Mi segundo viaje a los Alpes Marítimos lo hice este verano. Gracias a las largas y serenas caminatas entre pasadizos naturales de silencio, poco a poco se me desveló una realidad: debo poner en perspectiva mis tareas académicas, las cuales en ocasiones me asfixian. La entrega y el amor por la literatura no están en discusión pero sí la interminable esgrima en un competitivo y voraz mundo académico. Problemas de salud y fatiga son solo el resultado de una forma de malvivir. Durante una de las caminatas, llegamos (esta vez éramos dos) a un pedregal de unos 300 metros de largo: eran los restos de un derrumbe de piedras y las indicaciones de la ruta apuntaban a cruzarlo. Comenzamos.

 

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Inicio del sendero hacia el pedregal

 

Del lado izquierdo, un montículo de piedras sobre la ladera de la montaña; del lado derecho, la continuación de la ladera repleta de piedras formando una caída al vacío de unos 100 metros; entre una y otra, un estrecho sendero de apenas 30 centímetros de ancho, en ocasiones cubierto por pequeñas piedrecillas. A medio camino, cuando la inclinación del sendero se hace más aguda y las piedrecillas son menos estables (por no decir resbaladizas), florece el momento cumbre: no podemos volver, tenemos que seguir, no perdamos el control, poco a poco, un pie, el otro, moverse con las manos, los pies, el trasero, como animales, reptar las piedras, fuerza, serenidad y, en eso, levantar la vista y detenerse, absorber el paisaje, la frescura del aire, succionar el momento, incluso bajo presión, y es entonces que, como un conductor, la audacia agita su batuta y nos guía para entonar la sinfonía del movimiento, con soltura, precisión, armonía; no hay queja, no hay dolor, no hay prisa. Llegamos al otro lado y comienza el valle, el río, el sorbo de agua que refresca, y miro de frente a mi pasión y le digo que esté tranquila, que no la abandonaré, pero que es momento de bifurcar caminos. La respuesta no es clara pero sí la resolución. Al bajar al pueblo, nos regalamos un spritz y brindamos, comemos una focaccia con romero silvestre y queso fresco. Pienso que hay algo de generoso en todo esto. Hay algo de generoso en el soltar, en dinamitar mi torre.

 

   

Comentarios

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Que belleza Tania, de las mejores publicaciones en blogs que he leído. Precioso y constructivo.

El suyo es un relato simple y hermoso, gracias por compartir sus recuerdos en medio de esta selva de concreto y violencia. Pude caminar por los Alpes en mayo del 2004, desde el pueblo francés de Chamonix, ascendía hasta la mitad de los picos nevados, para contemplar los nidos de las aguilas...

Jorge: muchas gracias a usted, por leerlo.

Andariego: también le agradezco su lectura. Su viaje a los Alpes y la contemplación de los nidos de águilas suena maravilloso.

Saludos a ambos.

Todos en la vida deberíamos tener la oportunidad de visitar lugares tan maravillosos como Los Alpes que visitó. Pero la realidad "alma sin estudio ni posibilidades económicas para viajar tan lejos" a veces es tanto o más dura que las rocas que ahora conozco a través de sus hermosas líneas llenas de experiencia Alpina. Ojalá y en el paréntesis "(esta vez éramos dos)" estuviera también escrito: (uno de los dos, o tres, era mi acompañante Ernesto) En fin, muy agradecido le suplico, siga viajando, siga contándome, por favor. :)

Ernesto, gracias por sus amables palabras. Muchos saludos.

Tania que bien y bonito escribe. Me ha encantado su relato entre literatura, paisaje y vivencia interior. Gracias por regalarnos su experiencia.

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