« Borges: cuando la vida es libro y el libro es laberinto – última parte | Inicio | John y Alicia Nash en mi recuerdo »
Liliana Bloch tiene un risa contagiosa. Es estridente, franca, desnuda. No hay medias tintas en esa risotada. Solo el sonido singular de quien sabe darle un descanso al silencio para emanar un regocijo apasionado y jugoso. Si bien su risa explota con facilidad, eso no quiere decir que sus días no sean difíciles. A diario esta salvadoreña residente en Dallas tiene que hacer malabarismos para mantener a flote su galería de arte contemporáneo.
“Mi vida en Dallas es muy acelerada pero con mucha libertad. Voy a la galería y cada día es diferente”, asegura. Entre otras cosas, prepara exposiciones, comunicados de prensa, citas con clientes e instituciones con las que quisiera trabajar o está trabajando, actualiza inventarios, selecciona marcos, hace visitas a los estudios, tiene largas conversaciones con los artistas sobre sus obras y juntos programan calendarios de exposiciones. Pero no solo eso: “Reviso el presupuesto y mantengo el baño limpio”. En pocas palabras, Liliana hace de todo, aunque últimamente ya cuenta con alumnas que realizan pasantías en la galería. Además de lo anterior, también dedica tiempo a seleccionar los eventos de arte contemporáneo a los que le gustaría ir, muchos de ellos en otros países, pero antes revisa cuidadosamente su cuenta bancaria para evaluar realmente en cuáles puede participar.
Liliana estudió economía en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) y después de la guerra civil salvadoreña se marchó a Costa Rica para estudiar una maestría en el INCAE. Poco después, se instaló en Dallas (Texas) donde estudió dibujo y pintura en la Sofia Art Academy. Su carrera comenzó en 2008, en el museo McKinney Avenue Contemporary (The MAC), donde se desempeñó como directora ejecutiva hasta el 2011. Después, entre 2011 y 2013, trabajó como directora en la galería Kirk Hopper Fine Art. En general, las exposiciones que dirigió en esos años se caracterizaron por su apasionada y abierta aproximación al arte, lo cual resultó en muestras sugerentes que invitaron a la reflexión, como las esculturas de Kana Harada (“The Way Home”), las instalaciones de Bryan Florentin, Michelle Murillo y Mary Beth Edelson, y las pinturas y esculturas de Armando Romero.
Durante los fines de semana hay varias aperturas de exposiciones en Dallas y Liliana se dedica a recorrerlas: “voy a todas las exposiciones en Houston y Dallas y también intento ir a las que tienen lugar en otros Estados”. En su tiempo libre le gusta relajarse en su apartamento con sus tres gatos y ver películas extranjeras. “Aunque me encanta lo que hago, puede ser estresante porque los estándares de trabajo son altísimos y la competencia entre las mejores galerías es muy fuerte. Generalmente, si no tengo la mañana ocupada, trato de dormir pues, aunque tengo mucha energía, el trabajo puede llegar a ser desgastante porque me gusta tanto que se me olvidan mis limitaciones físicas y mentales. Pero no hay nada que me haga sentir mejor que estar con animales o ir a un museo para darme un respiro y recuperar fuerzas”.
Liliana lleva más de una década viviendo en los Estados Unidos. Sostiene que su encuentro con la cultura americana al principio fue traumatizante. “Es un país dentro de un país: racista, clasista, con una educación integral, en general, deficiente y con un fanatismo religioso horrible. Pero me encantó la posibilidad de reinventarme, este es un país que abre las puertas a quien viene aprender y al que se incorpora de lleno en su cultura. Me permite ser expectadora de un país poderoso, joven, que cambia continuamente”. Por otro lado, también admira la generosidad de las personas que apoyan a la ciudad con un esfuerzo desinteresado por enriquecer la cultura, como los fundadores de museos gratuitos y las fundaciones de arte público. “He aprendido mucho de la cultura protestante y sus efectos en la economía durante y después de la colonia. El catolicismo se basa en la culpa y bendice a los pobres. El protestante se supera económicamente porque su fe dice que Dios bendice el trabajo duro con recompensas económicas”.
En 2013, Liliana decidió dar el paso definitivo: abrir su propia galería de arte: Liliana Bloch Gallery. Al respecto comenta: “Decidí intentarlo para no tener remordimientos futuros. Quería la libertad de escoger mis artistas, tener un espacio donde las decisiones estéticas y profesionales fueran mías. Mis experiencias profesionales anteriores me dieron la confianza que necesitaba para creer que lo podía hacer sola. En pocas palabras, me canse de pedir permiso”. Para entonces, Liliana ya había sido marcada por exposiciones como Documenta 13 (2011, Kassel, Alemania), las de Yayoi Kusama (2011, Centre Georges Pompidou, París), Carsten Holler, Double Carousel (2011, Museo d’Arte Contemporanea, Roma), Marina Abramovic: The Artist Is Present (2010, curada por Klaus Biesenbach, MoMA, Nueva York) y Marlene Dumas (2007, Museum of Modern Art, Tokio).
Pero no podían faltar los artistas que representa, con los cuales ha establecido lazos importantes. “Los artistas que represento no sólo me marcan sino que también me obsesionan. Su genialidad, la ejecución impecable y consistencia entre la pieza y sus mensajes, te hace entender lo difícil que es ser un gran artista contemporáneo. Son muy autocríticos y duros consigo mismos, hay muchos que no tienen idea del talento excepcional que poseen. Tengo el privilegio de conocerlos como seres humanos y desarrollar una relación personal con ellos. Sus huellas son y serán imborrables”.
Uno de los eventos que a Liliana más le gusta idear y organizar son las exposiciones en grupo. “Disfruto mucho el reto de escoger temas que generen conversaciones controversiales e incómodas, temas que me obsesionan. Una vez termina la exposición es como si el tema se resuelve porque me quito el peso de encima y comienzo a pensar en otros temas. Me obsesiona la guerra, en especial la de Vietnam y la Segunda Guerra Mundial, también la evolución histórica de los idiomas, el colonialismo, la historia del racismo y el concepto actual del feminismo”. Entre sus exposiciones en grupo destacan Summer School (2014), basada en el declive de la educación americana en comparación con la del resto del mundo; Side Affect (2012), la cual explora la actitud dogmática y pasiva relativa a las regulaciones de la FDA (Food and Drug Administration); y Sex/Twist (2011), basada en el libro de Foucault, La historia de la sexualidad.
No obstante, Liliana asegura que existe el sexismo en el mundo en que trabaja pero, afortunadamente, ella no tiene que lidiar con esto a diario. “Es un privilegio poder escoger a la gente por y con la que trabajo, pero tengo una personalidad espontánea, explosiva y dramáticamente latina que no siempre trabaja a mi favor. Cuando he sido asertiva con colegas masculinos he sido tachada de ‘agresiva’. El movimiento feminista no resolvió la aprobación de una ley que estableciera la igualdad de salarios. En el mundo del arte contemporáneo hay una desigualdad que prevalece y de la que nadie dice nada o se percata por conveniencia. ¡Incluso las mujeres!”. Como ejemplo, Liliana sostiene que las directoras representan únicamente un 25% en los museos de los Estados Unidos y, encima, ganan un tercio menos. Además, asegura que la objetivización de la mujer como instrumento para vender todavía existe, así como la diferencia de precios entre las obras de artistas hombres y mujeres. “Estuve hace poco en la feria de arte contemporáneo de Miami y muchos de los temas se enfocaban en la sexualidad y belleza del cuerpo humano pero usando sólo a las mujeres como sujeto”.
A la pregunta de por qué es importante el arte, Liliana no tiene dudas. “La importancia del arte, específicamente del arte contemporáneo, es que es una predicción de cómo seremos recordados como nación, como parte de la cultura occidental. El arte no tiene respuestas, pero son los artistas los que tienen preguntas interesantes. El arte también te puede transformar en un niño que se maravilla y se sorprende constantemente, con representaciones de belleza ya sean macabras, tristes, sarcásticas y hasta absurdamente divertidas. Te enseña la dedicación y el talento que se requiere para producir una obra excepcional. Los artistas son personas especiales y sobre todo sinceras; tomaron la decisión de entregar su vida a una de las profesiones más difíciles a nivel mundial. El artista de verdad tiene que crear, si no lo hace, el espíritu se le muere. El arte que es excepcional nos obliga a hacer una pausa mental y física, puede ser hasta una terapia de humildad y respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos. Es importante dejar respirar al cuerpo y dejar volar la imaginación. El arte y las humanidades son para una inteligencia humana, que piensa, siente y habla por los que no podemos crear belleza e ideas brillantes, pero que las buscamos”.
Una de las artistas preferidas de Liliana es la japonesa Yayoi Kusama. Nadie mejor que ella para describir la fascinación que siente por esta singular artista. “Me la presentó una de mis asistentes en el museo, Autumn Flores. Me dijo que Yayoi Kusama era una de sus artistas preferidas y me enseñó la imagen de una de sus instalaciones en la que utiliza formas antropomórficas en rojo y blanco. Me hechizó. Yo respondo mucho a la simetría y al arte que me recuerda a un mundo de juguete, a la ironía, y la obra de Kusama tiene esas cualidades. Empecé a leer sobre su vida y sus obras. Tuvo una vida muy difícil, llena de mucho sufrimiento e incomprensión por parte de su madre, que le dejó huellas indelebles de abuso físico y mental. Me inspira su determinación e ingenuidad, en la época en que vivía en Nueva York. Para salir de un ambiente asfixiante, machista, hipócritamente puritano, tuvo la ‘osadía’ de escribirle al Presidente de Francia pidiéndole que le informara los pasos a seguir para poder vivir en Francia. Aunque el Presidente respondió su carta señalándole las líneas claras para iniciar el proceso, el intento no fructificó pero el destino la llevó a Georgia O’Keefe, quien, después de mantener correspondencia, recibió una obra de Yayoi. Al verla, la refirió a una de las galerías más prominentes de Nueva York donde inmediatamente le ofrecieron un solo show. Todas sus obras se vendieron. Sin embargo, antes de llegar al éxito pasó, literalmente, hambre, frío, soledad y una aguda depresión en Nueva York. Cuando desarrolló la idea de explorar el tema del sexo, lo hizo con performances escandalosas que incluían orgías hetero y homosexuales, con los participantes pintados con círculos. Kusama me introdujo al arte contemporáneo feminista. Hizo y provocó a quien quiso con sus piezas y sus arrestos eran tan frecuentes que era reconocida por los agentes en las estaciones policiales. Fue diagnosticada con esquizofrenia, se quebrantó después de la muerte de su padre y por una madre que se avergonzó de ella cuando regresó a Japón, ya consagrada en el extranjero. Ingresó voluntariamente en un hospital psiquiátrico donde aún vive produciendo sus obras en su atelier privado. Ha tenido una vida muy sufrida pero desbordó su alma y sus frustraciones en testimonios de rebeldía, feminismo, sexo, y en su obsesión por la eternidad y las formas circulares. Su valentía y persistencia son un ejemplo vivo de que con mucho trabajo, decisión, convicción en el talento, y una buena dosis de suerte, los sueños se cumplen. A sus ochenta y cinco años, sigue trabajando en lo que ama”.
En la actualidad, Liliana Bloch Gallery representa a Mayra Barraza, artista reconocida internacionalmente y que reside y trabaja en El Salvador. Sin embargo, asegura, su invitación no surgió del hecho que son compatriotas. “Nunca escojo artistas latinos porque me identifico con la cultura que compartimos, todo tiene que ver con la propuesta, la maestría y la consistencia entre el mensaje y las piezas”. Más adelante agrega: “Tengo muchos proyectos en mente para trabajar con artistas salvadoreños y apoyar al país en todo lo que sea posible, para ponerlo en el mapa a nivel mundial. Pero las decisiones del listado de la galería sólo se basan en mi visión y esta no tiene nada que ver con el mundo latino sino con nuestra relación con el mundo entero. De hecho, casi todo el listado de la galería está compuesto por mujeres y no fue premeditado”.
De igual manera, a Liliana le interesa la guerra civil de El Salvador así como otros temas salvadoreños y en ese sentido artistas como Mayra Barraza, Simón Vega y Ronald Moran son con los que más se identifica. “Pero yo pienso que el arte que deja huella es universal, se pueden vivir los horrores de la guerra con Shanjana Mahmud, quien es de Bangladesh, como con los testimonios históricos sobre la Guerra de Vietnam que se palpan en las piezas de Laray Polk. Se borran las fronteras, como se me borraron a mí hace catorce años”.
Conversar con Liliana Bloch es una experiencia enriquecedora, no solo porque su pasión por el arte es algo admirable e inspirador, sino también porque nos hace recordar lo hermosamente vulnerables que somos bajo esa constelación magnífica que es el proceso de creación artística. Para Liliana, el arte debería alimentar el hambre existencial de una humanidad por ahora tan egocéntrica que ha dejado de sorprenderse. Dejemos, pues, que el arte nos hable, nos divierta o nos duela. Cualquier cosa menos dejarnos indiferentes o con el sabor del tedio en la lengua. El arte es una forma de oxígeno. No muramos ahogados.
Liliana Bloch responde a las cuatro preguntas de la biógrafa
¿Cómo llegaste a tu vocación?
A través de los libros. A mi papá le encantaba leer de todo. Desde pequeña leía enciclopedias sobre mitología griega y romana, historia, el arte de la Iglesia Católica desde el medioevo y, sobre todo, animales. Mi papá empastó volúmenes de una publicación zoológica mensual (creo) con fotos e información sobre animales de todas las especies. Volvía a las páginas que me gustaban, tanto que empezaron a gastarse visiblemente. Me parece arrogante cuando la gente dice que las personas son más bonitas que los animales, las variaciones individuales de cada animal existen pero tienen la sutileza de descubrirse sólo ante quien las absorbe y respeta. Mis profesoras de gimnasia siempre me regalaban libros en mi cumpleaños o me prestaban los de ellas. También leía revistas populares; mi abuelo coleccionaba la Rearder’s Digest. Cuando tenía alrededor de doce años leí sobre los trabajos en papel y tijera de Matisse; hace unos meses los vi en Nueva York por primera vez. Después de treinta y tantos años no se me olvidaron.
Mi introducción en el arte visual comenzó cuando visité la casa de unos amigos. Estaba llena de cuadros, no había un espacio para más, era un feliz coleccionista por excelencia. Años después, cuando ingrese en la universidad, conocí a mis mejores amigas, Blanca Oliva y Carmen Hinds, y nos reuníamos en sus casas a estudiar. Una de ellas tiene una de las mejores colecciones de arte moderno salvadoreño y con los años me di cuenta que mientras más veía algunas pinturas, más quería saber sobre sus historias. La “segunda sede” de nuestro estudio era igual, una familia de intelectuales que ha dejado huella histórica en el país, sobre todo en literatura y pintura.
Leí sobre Francisco de Zurbarán en una enciclopedia y nunca olvidé que fue uno de los pocos artistas españoles que pintó a la Virgen María de niña. En una visita al Museo de Arte de Dallas vi uno de sus bodegones por primera vez, desde entonces me hice adicta a los museos y a las galerías de arte. Ya no pude parar.
¿Qué dudas has tenido con respecto a ella?
El círculo de mecenas y coleccionistas de arte contemporáneo es limitado. Me descorazona la ignorancia voluntaria, la estupidez de los que dicen “yo puedo hacer eso” al ver piezas de Franz Klein, Richard Tuttle, Baldesari o Agnes Martin. Yo pienso: “¿En serio? ¿Me podés regalar una réplica de una pintura de Franz Kline? Por favor, dejámela en la puerta. ¡Gracias!” En otra ocasión, un ex-compañero de la maestría me preguntó sobre Rothko. Sin dejarme explicar nada, me dijo que esa era una pintura que un millonario pendejo había comprado por no tener en qué gastar el dinero y para darse aires de culto. Supe que vivir del arte iba a ser una lucha cuesta arriba que exige tolerancia y paciencia.
La gente también piensa que los galeristas contemporáneos explotan a sus clientes sin pensar en los gastos fijos y variables que toda galería tiene. Si la gente se interesara en los beneficios económicos cuando se invierte en arte contemporáneo y el efecto que genera…, creo que es parte de la educación que necesitamos: una galería exitosa que genere trabajo contratando asistentes especializados; ingresos para que el artista viva de sus ganancias profesionales y desarrolle nuevos proyectos. El comprador recupera su inversión al crear un mercado donde se aprecie su colección en términos monetarios.
Me entran muchas dudas cuando oigo personas con un nivel de educación alto decir que no les interesa saber sobre el arte contemporáneo porque no lo entienden. El arte no hay que entenderlo, hay que disfrutarlo pero las mentes cerradas son las más comunes. A veces no sé qué hacer para comprender y lidiar con el rechazo de esas personas.
¿Qué revelación has tenido gracias a ella?
Tal vez que nunca es tarde para empezar y tomar riesgos.
¿Qué estarías dispuesta a hacer por mantenerla?
Tener dos trabajos, dejar muchas comodidades que se dan por sentadas. Vender mi colección, aunque me duela en el alma. Es un compromiso con los artistas que represento.
Los comentarios de esta entrada están cerrados.
Comentarios
You can follow this conversation by subscribing to the comment feed for this post.