Borges: cuando la vida es libro y el libro es laberinto – última parte
“Lo realmente verdadero era el cuento que estaba imaginando”
La década de los treinta son años definitivos para Borges pues es la etapa de transición entre la historia de sus antepasados y lo que vendría después: las narraciones fantásticas. Abandona la poesía, o por lo menos deja de publicar poemas, y se dedica enteramente al ensayo, a los artículos analíticos y a escribir sus primeras narraciones, que aún no se atreve a llamar cuentos. Alrededor de 1932 conoce a Adolfo Bioy Casares, quien se convierte en amigo, colaborador y compañero de conversaciones, y con quien inicia después la aventura literaria de Bustos Domecq. También conoce a Silvina Ocampo, esposa de Bioy y, además, la hermana menor de Victoria Ocampo. A ésta última, dueña de la prestigiosa revista literaria Sur (fundada en 1931 y de la cual Borges se convierte en consejero y frecuente colaborador) ya la había conocido en 1925. Es en esta década que Borges inicia una extensa labor de crítica literaria en las revistas Sur, El Hogar (en su sección “Libros y autores extranjeros”) y en el suplemento literario Crítica. También realiza traducciones de obras literarias como el Orlando de Virginia Woolf y La Metamorfosis de Kafka (que también prefacia). En 1935 publica Historia universal de la infamia, que incluye su famoso relato “Hombre de la esquina rosada” situado en un ambiente criollo de finales del siglo XIX y en donde aparecen las primeras peleas de cuchilleros y los héroes de la mitología borgeana. Le llevó seis años escribir esta narración, como el mismo Borges confiesa, y es uno de sus cuentos más populares, sobre todo en Argentina. Su autor muchas veces se burló de este escrito, reprochándole su exagerado color local y su vocabulario confuso. Sin embargo, debido a su éxito se le incluyó en las Obras Completas del escritor. Precisamente, se han realizado numerosas adaptaciones al cine y la televisión de “Hombre de la esquina rosada”.
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