Retrata a personas entregadas apasionadamente a su vocación, sea cual sea. Artesanos, científicos, arquitectos, artistas, jueces, atletas, cocineros, acróbatas: es igual. Lo que importa es destacar su historia de amor (o desamor) con su vocación.

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05/12/2014 12:30:43

Borges: cuando la vida es libro y el libro es laberinto – última parte

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Foto: Horacio Villalobos / Corbis

 

“Lo realmente verdadero era el cuento que estaba imaginando”

La década de los treinta son años definitivos para Borges pues es la etapa de transición entre la historia de sus antepasados y lo que vendría después: las narraciones fantásticas.  Abandona la poesía, o por lo menos deja de publicar poemas, y se dedica enteramente al ensayo, a los artículos analíticos y a escribir sus primeras narraciones, que aún no se atreve a llamar cuentos. Alrededor de 1932 conoce a Adolfo Bioy Casares, quien se convierte en amigo, colaborador y compañero de conversaciones, y con quien inicia después la aventura literaria de Bustos Domecq. También conoce a Silvina Ocampo, esposa de Bioy y, además, la hermana menor de Victoria Ocampo. A ésta última, dueña de la prestigiosa revista literaria Sur (fundada en 1931 y de la cual Borges se convierte en consejero y frecuente colaborador) ya la había conocido en 1925. Es en esta década que Borges inicia una extensa labor de crítica literaria en las revistas Sur, El Hogar (en su sección “Libros y autores extranjeros”) y en el suplemento literario Crítica. También realiza traducciones de obras literarias como el Orlando de Virginia Woolf y La Metamorfosis de Kafka (que también prefacia). En 1935 publica Historia universal de la infamia, que incluye su famoso relato “Hombre de la esquina rosada” situado en un ambiente criollo de finales del siglo XIX y en donde aparecen las primeras peleas de cuchilleros y los héroes de la mitología borgeana. Le llevó seis años escribir esta narración, como el mismo Borges confiesa, y es uno de sus cuentos más populares, sobre todo en Argentina. Su autor muchas veces se burló de este escrito, reprochándole su exagerado color local y su vocabulario confuso. Sin embargo, debido a su éxito se le incluyó en las Obras Completas del escritor. Precisamente, se han realizado numerosas adaptaciones al cine y la televisión de “Hombre de la esquina rosada”.

En 1936 aparece Historia de la eternidad, del que sólo se venderán 37 ejemplares, y poco tiempo después consigue un humilde puesto en la Biblioteca Municipal Miguel Cané. 1938 es un año difícil para Borges: muere su padre, su vista es ya deficiente y a finales de año, en nochebuena, sufre un grave accidente: subiendo unas escaleras se golpea la cabeza y pasa tres semanas con delirios y fiebres altas, sufriendo visiones, entre la vida y la muerte. Le operan y pasa por una larga convalecencia. Paradójicamente después de este accidente Borges empieza a escribir sus narraciones fantásticas, por lo que él mismo, medio en broma, llegó a sostener a lo largo de su vida que ese hecho fue su gran presagio. Y es que para comprobar que no había perdido sus facultades metales, se sentó a escribir y fue así como nació uno de sus cuentos más interesantes: 

Cuando comencé a recuperarme, temí por mi integridad mental. Recuerdo que mi madre quiso leerme páginas de un libro que yo había pedido poco antes, Out of the Silent Planet, de C.S. Lewis, pero durante dos o tres noches la postergué. Al final lo hizo, pero tras escuchar una página comencé a llorar. Mi madre me preguntó el motivo de las lágrimas. “Lloro porque comprendo”, le dije. Poco después, me preguntó si podría llegar a escribir de nuevo. Previamente había escrito algunos poemas y docenas de reseñas breves. Pensé que si ahora intentaba escribir otra reseña, y fracasaba con ello, estaba perdido intelectualmente, pero si lo intentaba con algo que nunca hubiera hecho antes, y fallaba en eso podría prepararme para la revelación final. Decidí que intentaría escribir un cuento. El resultado fue “Pierre Menard, autor del Quijote”. Era el año de 1939.

Es así como Borges empieza una etapa de gran creación literaria. De hecho, en la década de los cuarenta y cincuenta publica sus narraciones más célebres: en 1941, El jardín de senderos que se bifurcan, incluido después en Ficciones (en ese año también traduce Las palmeras salvajes de William Faulkner); Seis problemas para Don Isidro Parodi, en 1942, escrito bajo el seudónimo H. Bustos Domecq, en colaboración con Bioy Casares; Ficciones en 1944, por el que recibe el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores; Nueva refutación del tiempo, publicado en 1947 y que luego se incluirá en Otras inquisiciones. En 1949 aparece El aleph, mientras que los ensayos de Otras inquisiciones se publican en 1952. En 1953, en París, se publica Labyrinths con un prefacio de Roger Caillois, uno de sus más importantes difusores en Europa. También en ese año publica su controversial ensayo Martín Fierro. En 1955 la ceguera finalmente lo domina, por lo que más tarde retorna a la poesía.

Sobre algunas de estas obras, Borges, en conversación con Maria Esther Vásquez afirmó lo siguiente:

No recuerdo muy bien los cuentos porque confundo fácilmente Ficciones y El aleph.  Pero supongo que no están mal. “El aleph” es un cuento que me gusta.  Me acuerdo de que mi familia se había ido a Montevideo; yo estaba solo en Buenos Aires y lo escribía riéndome, porque me causaba mucha gracia. Y luego hubo otro cuento, que se llama “Las ruinas circulares”, con el que me ocurrió algo que no me ha sucedido nunca.  Ocurrió por única vez en mi vida, y es que durante la semana que tardé en escribirlo (lo cual en mi caso no significa morosidad, sino rapidez) yo estaba como arrebatado por esa idea del soñador soñado. Es decir, yo cumplía mal con mis modestas funciones en una biblioteca del barrio de Almagro; veía a mis amigos… iba al cinematógrafo, llevaba mi vida corriente y al mismo tiempo sentía que todo era falso, que lo realmente verdadero era el cuento que estaba imaginando y escribiendo, de modo que si puedo hablar de la palabra inspiración, lo hago refiriéndome a aquella semana, porque nunca me ha sucedido algo igual con nada.

Ya Borges había tenido sus diferencias políticas con el peronismo, por lo que cuando Juan Domingo Perón llega al poder, este se ensaña con su figura: Borges es destituido de su puesto de bibliotecario de barrio, se le asigna un puesto como inspector de aves y, al saberse incompetente para el cargo, renuncia. Su madre, su hermana y sobrino sufren detención o prisión a finales de los años cuarenta. Vuelve definitivamente a la poesía (estando ciego, a Borges le resultaba más fácil retener las ideas y dictarlas cuando tenían forma de poemas), pero durante estos años su poesía queda impregnada del momento político argentino: en 1960, cinco años después de la caída de Perón, recoge material en prosa y verso que titula El hacedor. De estos años data la iniciación de Borges como conferenciante, obligado a dictar cursos y ciclos para reemplazar su trabajo perdido, algo que al principio le resulta difícil debido a su timidez. En el año de 1961 recibe, junto a Samuel Beckett, el premio Formentor, otorgado por el Congreso Internacional de Editores. En 1969 recoge sus poemas en Elogio de la sombra (que también contiene textos en prosa).

 

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En la Universidad de Harvard 1967/8. Fuente: http://www.elciudadanoweb.com/borges-entre-pink-floyd-y-los-gatos/


En 1970 se publica El informe de Brodie, libro de cuentos. Luego le siguen otros títulos: el poemario El oro de los tigres (1972) y, en 1975, los cuentos de El libro de arena así como La rosa profunda (poemas) y Prólogos (ensayos). Al año siguiente, aparece Libro de sueños (relatos) y La moneda de hierro (poemas) y en 1977 publica Historia de la noche (poemas). En una de las entrevistas de esos años, Borges sostuvo que, en su ceguera, uno de los únicos colores que aún podía distinguir en su mundo de tinieblas era el color oro de los tigres, razón por la cual le gustaba ir al zoológico.

Los últimos diez años de su vida son muy intensos. Son los años del reconocimiento mundial de su obra y de su mayor celebridad como escritor, dentro y fuera de Argentina. Realiza innumerables viajes a Europa, Estados Unidos y otros países latinoamericanos dictando conferencias y cursos de literatura en prestigiosas universidades. Recibe premios y Doctorados Honoris Causa. Después de la muerte de su madre en 1975 –a los 99 años de edad–, realiza los viajes en compañía de su secretaría María Kodama, con quien comparte una profunda amistad que culmina en matrimonio a escasos meses de su muerte en Suiza, el año de 1986. Kodama se convierte así en la segunda esposa de Borges (antes había estado casado con Elsa Astete pero el matrimonio solo había durado tres años, de 1969-1972) siendo hasta el día de hoy una figura controversial.

Para entonces, hacia el final de su vida, Borges alberga ideas literarias más maduras con respecto a la estética; a los ochenta y cinco años de edad recuerda en una visita a Sao Paulo:

Estoy arrepentido de esa participación en escuelas literarias. Hoy no creo en ellas. Son formas de la publicidad o conveniencias para la historia de la literatura. Actualmente, no profeso ninguna estética. Creo que cada tema impone su estética al poeta, es decir, recibo algo (puede ser un argumento, puede ser una fábula, puede ser vagamente un poema) y, a continuación, ese tema me dice cómo quiere ser tratado. Desconfío de una estética preliminar, sobre todo de una estética previa. Hoy, cuando pienso en esas escuelas, pienso que fueron un juego y, a veces, un juego hecho para la publicidad, nada más. No obstante, tengo un buen recuerdo de aquellos amigos, pero no de nuestras arbitrarias teorías.

Asimismo, desde finales de los años setenta, testigo de una cada vez más entristecida Buenos Aires abatida por la dictadura militar y un mundo literario enrarecido, Borges empieza a acariciar la idea de abandonar Buenos Aires, pero se limita a pasar la mayor parte de su tiempo fuera del país aprovechando las innumerables invitaciones que le hacen para dictar conferencias, principalmente en Europa y Estados Unidos. Aunque siempre se caracterizó políticamente por estar del lado conservador, más que todo por tradición familiar, en un momento dado y ante la férrea represión militar, en una entrevista publicada en 1980 en el periódico argentino La Prensa, declara lo siguiente: “No puedo permanecer silencioso ante tantas muertes y tantos desaparecidos.” Incluso años antes, junto a Ernesto Sábato (con quien mantuvo una relación tirante pero de mutuo respeto intelectual reflejado en conversaciones que tuvieron lugar entre 1974 y 1975), presidió una delegación de escritores que se presentó ante el general Videla para interesarse por la suerte de escritores desaparecidos. Poco se habla de esta tardía concienciación con respecto a la dictadura militar, porque es cierto que recién acontecido el golpe militar a la viuda de Perón, Borges, gran enemigo del peronismo, se había mostrado del lado de los militares.  Este giro borgeano se expresa claramente en su cuento “Las hojas del ciprés”, que más tarde se incluye en su último libro, Los conjurados (1985). Se vale de esta narración para denunciar la situación política argentina utilizando la ficción: relata el secuestro y asesinato del propio narrador: “Se había decidido mi muerte y el sitio destinado a mi ejecución quedaba un poco lejos… Yo no tenía miedo, ni siquiera miedo de tener miedo…pero cuando la portezuela se abrió y tuve que bajar, casi me caí…El árbol de mi muerte era un ciprés”. No obstante, es hasta finales de 1985, enfermo de cáncer y cansado de la situación de su país, que decide abandonar Buenos Aires para siempre y se marcha a Ginebra a esperar la muerte. Finalmente, muere el 14 de julio de 1986 y es enterrado en Suiza tal como lo pidió en su testamento.

A menudo el lector de los textos borgianos se pregunta cuál es el Borges que se quiere rescatar: al poeta corporal y sentimental, que le cantó a las cosas sencillas, fugaces y simplemente humanas: un atardecer en Buenos Aires, el patio de la casa en Palermo, el chasquido de un sonido cotidiano en una ciudad que perdía contornos. O al Borges que utiliza su inteligencia y conocimiento para advertir la existencia de un universo paradójico e ilusorio, detrás del cual se esconde el verdadero universo: el incorruptible y eterno; el narrador fantástico que construye cuentos de seres que habitan laberintos o bibliotecas. Ya Borges había hablado de esta doble personalidad que llevaba dentro; ambos sufrían por el tiempo transcurrido e inabarcable. ¿Acaso podemos nosotros separarlos? ¿Puede existir un Borges atormentado por los espejos que no deje de referirse indirectamente a su infancia, a su Buenos Aires odiado y querido? ¿Puede Borges dejar de ser Borges? Él mismo dijo que no logró jamás liberarse de Borges (“El mundo desgraciadamente, es real; yo desgraciadamente, soy Borges.”). Por eso a sus lectores no nos queda más que seguir indagando en su obra en busca de esos dos Borges, el matemático, el metafísico, y el de carne y hueso, esos que siempre se terminan encontrando en el reflejo de una vitrina, de un charco o un espejo antiguo. Dos Borges ya inmortales.

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

Barnatán, Marcos R. “Introducción”, en Jorge Luis Borges. Narraciones. (12a. ed.). Cátedra: Madrid, 1998.

Borges, Jorge Luis. Textos Recobrados 1919-1929. Emecé: Argentina, 1997.

Tavárez, S. “Jorge Luis Borges: la génesis de un cuentista”, en Anuario 1, Santo Domingo, Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, 2001: 413-421.

Schwartz, Jorge.  Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos.  Cátedra: Madrid, 1991.

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