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10/11/2014 11:51:48

Borges: cuando la vida es libro y el libro es laberinto - 1ª. parte

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Borges en Mallorca, 1919. Fuente: Cartas del fervor. Correspondencia con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda (1919-1928) (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores/Emecé, Barcelona, 1999)

 

Antepasados, primeros años.

El lugar de Jorge Luis Borges (1899-1986) en la literatura del siglo XX se encuentra a la misma altura de Kafka, Joyce, Nabakov y de otros grandes escritores. No extraña, pues, la influencia borgeana en el cine, por ejemplo. Imposible pasar por alto las palabras concluyentes en su “Nueva refutación del tiempo” (Otras Inquisiciones, 1946), las cuales fueron expuestas como monólogo filosófico por Jean-Luc Godard en su película Alphaville (1965), cuando un cerebro electrónico que dirige al mundo enfatiza lo siguiente: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre”. Bertolucci filmó con el título de La estrategia de la araña una adaptación de “Tema del traidor y del héroe” (Ficciones, 1944), aunque aplicada a la Italia fascista; y también otras dos narraciones de Borges, incluidas en su libro Ficciones, fueron llevadas al cine: “El Sur”, por Carlos Saura, y “La muerte y la brújula” por Alex Cox.

Precisamente, Borges fue un gran amante del cine. Habiendo pertenecido al movimiento ultraísta, consideraba la imagen de vital importancia. De hecho, existió un fuerte parentesco entre el cine y el arte vanguardista, sobre todo la intencionalidad que descubrimientos como el montaje o el primer plano hicieron posible, es decir, la trasmisión de formas de vida por medio de imágenes poéticas: “[el cine] colocará un alba junto a un anochecer; un cabo suelto de música junto a un brazo femenino; la idea de una botella junto a la sensación de un perfume hasta lograr un bello mosaico”, dijo Francisco Ayala. Así, el cine se convirtió en una de las manifestaciones artísticas preferidas del escritor argentino: el lugar ideal para entregarle vida y movimiento a las metáforas. Incluso, estando ya ciego, solía acudir a las salas de cine, aunque acompañado siempre de alguien que le describiera las imágenes cuando se imponía el silencio de los personajes. Un ciego frente a una materia hecha de luz inmaterial. Sin duda, una metáfora afortunada.

En general, la obra de Borges corresponde a sus obsesiones personales, las cuales se podrían dividir de la siguiente manera: 1) la obsesión por sus antepasados, ancestros gloriosos que cumplieron un destino épico que le fue negado al propio Borges, pero que reivindica porque esa épica pervive en la memoria de su sangre; 2) Buenos Aires como axis mundi, ciudad fantasmagórica y eterna (“A mi se me hace cuento que empezó Buenos Aires”), al lado de un empeño ciudadano y un encantamiento por personajes marginales: los cuchilleros, el malevaje ladino; la valentía y el honor de hombres anónimos en los arrabales, entregados al duelo de manera gratuita pero sagrada; 3) el sistema de símbolos: el laberinto frío y matemático, el tigre amado y temido, el horror multiplicador de los espejos, las bibliotecas como alusiones de un enigma. Un mundo fantástico que aborda y conquista y, en ese sentido, realizando su épica personal; 4) la vejez y la ceguera, el regreso a la poesía (aunque en realidad nunca dejó de escribirla), el deseo de haber sido otro y no Borges, “el hacedor de mentiras literarias”; 5) y finalmente, el último Borges, el desapasionado buscador de la muerte, funerario, irónico, deseoso del “advenimiento teatral del fin”, sostiene Marcos Barnatán.

En efecto, Borges le dio gran valor a las hazañas heroicas de sus antepasados, las cuales coinciden, de alguna manera, con el proceso de conformación de la nación argentina. Desde niño escuchó estas historias con atención, entregándole mérito a la valentía de esos hombres que lucharon batallas y en ocasiones hasta entregaron su vida. Esta valentía, deseada por el escritor, se expresaría constantemente en su literatura. Así, su bisabuelo materno Isidoro Suárez, vencedor de la batalla de Junín (célebre por ser una de las acciones claves en el fortalecimiento de las independencias de las nuevas repúblicas sudamericanas), es recordado en “Página para recordar al coronel Suárez, vencedor de Junín”, poema incluido en El otro, el mismo (1964).   Junín, precisamente, adquiere simbolismo porque es el lugar donde se entrecruzan las sangres criollas de Borges: años después (alrededor de 1870), a esta pequeña población, llega su abuelo paterno, Francisco Borges, como jefe militar de Junín. De su abuelo paterno cuenta Borges:

El general Mitre estaba tramando una revolución; Sarmiento, entonces presidente, le preguntó a mi abuelo si podía contar con sus fuerzas que estaban a sus órdenes en Junín. Borges le contestó: “Mientras usted esté en el gobierno, puede contar con ellas”. La revolución se adelantó. Borges, que era mitrista, entregó el mando de las tropas y se presentó solo en el campamento revolucionario, en el Tuyú. No faltaron quienes vieron en esa lealtad una deslealtad. Llegó el combate de La Verde, el 74.  Los mitristas fueron vencidos; Borges ya perdida la acción, de poncho blanco, montó un caballo tordillo, lo siguieron unos doce o quince soldados y avanzó lentamente hacia las trincheras con los brazos cruzados. Se hizo matar. Fue la primera vez que en esta república se usó el Remington.

Borges mostró gran admiración por esta acción de su abuelo paterno, llegando a convertir la anécdota en leyenda familiar y, más tarde, en versos que forman parte de dos de sus poemarios. El hacedor y Luna de enfrente (porque eso fue tu vida: una cosa que arrastran las batallas); también le dedicó el poema “Inscripción sepulcral” incluido en Fervor de Buenos Aires (1923). De la misma manera, su abuelo materno, Isidoro Acevedo Laprida, también participó en hazañas de guerra: en las batallas de Pavón, Cepeda y Puente Alsina. Algunos críticos coinciden en que las ideas de familia y patria están íntimamente ligadas en Borges, pero se trata más bien de una patria propia, de gloriosos ancestros y de años épicos perfilados con destellos románticos.

Una de las personas que más influencia ejerció sobre Borges fue su abuela inglesa, Fanny Haslam de Borges, esposa del coronel Francisco Borges, el ya mencionado jefe militar de Junín. Originaria de Northumberland, llegó siendo muy joven a Entre Ríos, donde conoció a Francisco Borges; como vimos, enviudó en 1874. La abuela inglesa se adaptó muy bien a la vida en Argentina y, con respecto a Junín, lo definió como “un paraíso de calles de tierra y calles de adobe”. Fanny Haslam de Borges le enseñó a su nieto a leer y a hablar el inglés antes que el castellano, y de ella heredó su devoción por la literatura y la lengua inglesa: “Leía y releía a Dickens, pero también a Wells y a Arnold Benett”, dijo Borges alguna vez refiriéndose a su abuela. Pero quizá lo que más admiró de ella fue su fuerte y práctica disposición ante los inevitables sucesos de la vida; al respecto contaba: “Cuando estaba muriéndose, todos la rodeamos y ella nos dijo: ‘Soy una mujer vieja que está muriendo muy despacio.  No hay nada interesante ni patético en lo que me sucede’. Nos pedía disculpas por su demora en morir”. En “Historia del guerrero y de la cautiva” incluido en El Aleph (1949), Borges menciona a su abuela y alude a uno de sus relatos de inglesa “desterrada a ese fin del mundo”.

Su padre fue otra de sus grandes influencias. Jorge Guillermo Borges, abogado de profesión, fue también profesor en un instituto de lenguas modernas, un escritor romántico y frustrado, y un ciego prematuro como lo sería su hijo. Fue discípulo de Spencer y gran seguidor de los escritos de Shelley, Keats, Wordsworth y Swinburne.  Sobre él dijo Borges:

La realidad de la poesía, el hecho de que las palabras puedan ser no sólo un juego de símbolos, sino una magia y una música, me fue revelada por él. Cuando recito ahora un poema lo hago, sin proponérmelo, con la voz de mi padre… Desconfiaba del lenguaje: pensaba en muchas palabras que encierran un sofisma. Los enfermos creen que van a sanar -decía- porque los llevan a un sanatorio.

Por su parte, la madre de Borges, Leonor Acevedo, solía decir: “Yo sólo soy la madre de los Borges”. Y es que Norah, su hija, la hermana del escritor, también destacó en el arte, aunque ella se decidió por el arte pictórico y llegó a gozar de reconocimiento dentro de la vanguardia; fue la esposa del escritor español Guillermo de Torre. La madre acompañó siempre a su hijo en su vocación literaria y durante años fue su mayor y más exigente crítica, su secretaria y amanuense (aunque algunos hablan de una fuerte sobreprotección materna).

Es a lo largo de su infancia que Borges realiza las primeras lecturas que habrían de marcarlo para siempre, tales como Don Quijote de la Mancha (según Rodríguez Monegal, Borges aseguró que su primera lectura de El Quijote fue “en la lengua de Shakespeare, no en la de Cervantes”) y Las mil y una noches (en la versión inglesa de Sir Richard Burton), Wells, Kipling, Stevenson, las mitologías griegas y escandinavas. Su hermana Norah lo recuerda leyendo durante horas, tirado sobre el suelo. Sus lecturas predilectas fueron La isla del tesoro de Stevenson, Los primeros hombres en la luna y La máquina del tiempo de Wells, una novela de Douglas, The House with Green Shutters, Lalla Rookh de Thomas Moore, el Poema del Mio Cid y algunas novelas de Eduardo Gutiérrez. A los siete u ocho años, después de leer Don Quijote, escribió su primer cuento, La víscera fatal, inspirado en un lenguaje más o menos parecido al de La gloria de don Ramiro (1908) de Enrique Rodríguez Larreta; antes ya había escrito en inglés una exposición sobre la mitología griega. A los nueve años tradujo por su cuenta El príncipe feliz de Oscar Wilde, el cual fue publicado en el periódico El País de Buenos Aires por el primo de su padre, Alvaro Melián Lafinur.

En 1914, la familia Borges Acevedo viaja a Europa. El padre se vio obligado a jubilarse por su creciente ceguera y decide realizar un histórico viaje familiar por el “Viejo continente”. Pero el estallido de la Primera Guerra Mundial los obliga a quedarse en Suiza hasta 1919: “Y éramos tan ignorantes de la historia universal, sobre todo del futuro inmediato de la historia, que viajamos el año catorce y quedamos encajonados en Suiza”, recuerda el autor de Ficciones. Para entonces, Borges tenía quince años y ya había leído a Poe, Mark Twain, Hawthorne y Jack London. Establecidos en el cantón francés, el joven entra a estudiar en el Collège Calvin de Ginebra y, con ello, llegan sus primeras lecturas en francés: Tartarín de Tarascón, Los Miserables, lee a Flaubert, Guy de Maupassant, Zola, Barbusse, Rimbaud, Verlaine y, gracias a su amistad con uno de sus compañeros, Maurice Abramowitz, conoce el simbolismo francés. (Después de marcharse de Ginebra, Borges mantuvo una cercana correspondencia con Abramowitz, la cual está conformada por una colección de cartas considerable. A él le dedicó un poema, “Señal”, publicado en la revista Grecia el 15 de julio de 1920. También le recordó en dos páginas antológicas publicadas en Los conjurados.)

Asimismo, en Ginebra Borges aprende el alemán; se dice que se encerró varios días en la habitación de un hotel con un diccionario inglés-alemán y con las obras completas de Heine, descifrando de esta manera el alemán. En cualquier caso, es así como conoce a los expresionistas; también lee a Gustav Meyrin (Der Golem), iniciándose en él su pasión por la leyenda de Praga. Además lee a Schopenhauer, Berkeley, Carlyle y a Chesterton, los escritores que reaparecerán en sus ensayos y narraciones a lo largo de toda su vida. Para entonces ya conocía y admiraba a Whitman. Así las cosas, comienza lo inevitable: empieza a escribir artículos para algunas revistas germanas. Estos artículos llaman la atención del filósofo Martin Buber, quien se sorprende al enterarse que el escritor argentino tiene menos de veinte años.

En 1919, la familia se desplaza a España. Primero se establecen en Mallorca –donde Borges prosigue sus estudios de latín–, y luego en Andalucía y Madrid. En Madrid, Borges establece amistad y una relación literaria muy estrecha con el escritor sevillano (y no tan conocido) Rafael Cansinos-Asséns (1883-1964). Este escritor español había estado afiliado al movimiento poético modernista liderado por Rubén Darío. De 1918 a 1922, es el director de la revista Cervantes y, además, es colaborador de las revistas Helios, Prometeo, Renacimiento y Ultra, donde difunde las innovaciones del dadaísmo, el futurismo y el ultraísmo. En la capital española, Borges concurre a las tertulias literarias de Cansinos-Asséns celebradas en el café Colonial, donde conoce el mundo de la conversación pulposa ultraísta. “Todo este movimiento ultraísta español es el pariente cercano del expresionista alemán y del futurismo italiano”, le cuenta Borges en una carta a su amigo Maurice Abramowitz.

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Rafael Cansinos-Asséns. Fuente: http://proyectoargantonio2.blogspot.com.es/2011/05/el-genio-desconocido.html

Cansinos-Asséns siempre fue considerado por Borges como su maestro; le profesaba una gran admiración: “…marchamos a Madrid y allí el mayor acontecimiento para mí fue la amistad de Rafael Cansinos-Asséns. Aún me gusta pensar en mí como su discípulo”. Más adelante, Borges le ayudará al sevillano a publicar en Buenos Aires.  Pero ¿quién era Cansinos-Asséns? Entre otras cosas, fue escritor y crítico además de políglota; tradujo al castellano Las mil y una noches, a Dostoievski y Gorki, además de las obras completas de Goethe y Shakespeare para la editorial Aguilar; en definitiva, un escritor vanguardista que pretendía asimilar a Oriente con Occidente.  Además, investigó y se preocupó por el acervo cultural sefardí en España. Dice Borges lo siguiente:

Había venido [a Madrid] de Sevilla donde había iniciado los estudios sacerdotales, pero habiendo encontrado el nombre de Cansinos en los archivos de la Inquisición, decidió que él era judío. Esto lo llevó al estudio del hebreo y más tarde llegó a hacerse circuncidar. […] Era un hombre alto, con el desdén andaluz por todo lo castellano. El hecho más notable de Cansinos era que vivía enteramente para la literatura, sin preocuparse del dinero o de la fama. Era un excelente poeta y escribió un libro de salmos –mayormente eróticos– titulado El candelabro de los siete brazos, publicado en 1915. También escribió cuentos, ensayos, y cuando yo le conocí, presidía un círculo literario.

En Madrid, Borges también establece contacto con Ramón Gómez de la Serna, especialmente atraído por su invención literaria: la greguería. Nacido en la capital española en 1888, Gómez de la Serna tradujo el manifiesto de fundación del futurismo de Marinetti, publicado en Le Figaro de París en febrero de 1909. Es famoso sobre todo porque inventó la greguería, una forma epigramática basada en una fórmula matemática: “humor más metáfora = greguería”.  Desde 1917 presidió las reuniones de sus seguidores en el café Pombo. Más adelante, Gómez de la Serna escribió una reseña sobre Fervor de Buenos Aires, publicada en Madrid por la Revista de Occidente (abril de 1924), lo cual contribuyó a afirmar la reputación de Borges en España. Precisamente, en 1938, en plena Guerra Civil española, el inventor de la greguería emigró a Buenos Aires, donde murió en 1963. 

Según Barei, la vida literaria de Borges se inicia, en realidad, en Sevilla en 1919 donde se vincula con los poetas de vanguardia en torno a la revista Grecia, dirigida por Isaac del Vando Villar. Es en esta revista donde publica sus primeros poemas. Luego colabora con innumerables publicaciones en la revista madrileña Ultra. Pero es en Madrid donde se adhiere plenamente al ultraísmo, de la mano de Cansinos-Asséns. Para cuando vuelve a Buenos Aires, en 1921, Borges ya había asumido su condición de poeta ultraísta: cree pertenecer a una nueva generación de escritores abierta a experiencias literarias innovadoras. Así, no solo exportará el ultraísmo a Buenos Aires sino que contribuirá a su desarrollo autónomo en la ciudad porteña.

 

En la próxima entrega, conoceremos los años vanguardistas de un Borges veinteañero, en pleno descubrimiento de Buenos Aires, así como sus mordaces críticas a Horacio Quiroga y Alfonsina Storni.

 

Bibliografía

Barei, Silvia N.  Borges y la crítica literaria. Tauro: Madrid, 1999.

Barnatán, Marcos R. “Introducción”, en Jorge Luis Borges. Narraciones. (12a. ed.). Cátedra: Madrid, 1998.

Borges, Jorge Luis. Textos Recobrados 1919-1929. Emecé: Argentina, 1997.

Rodríguez Monegal, Emir. Borges por él mismo. (2da. Ed). Monte Avila Editores: Venezuela, 1991.

 

Comentarios

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cuando será la otra entrega de Borges ???

La próxima entrega se hará el lunes 17. Gracias por tu interés.

Hola ! que maravilloso aporte. Yo aún no logró descifrar Borges, y he releido "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" (hay quienes dicen que es el mejor texto en castellano escrito en la historia) pero aún hay cosas que no entiendo. ¿Qué opinas?

Hola Herman! Sí, "Tlön..." no es fácil porque se juntan la filosofía, la literatura, el juego, la ficción y la realidad. Lo que plantea es interesantísimo: la gente de un mundo imaginario llamado Tlön (una construcción ficticia dentro de una ficción), se adhiere de forma extrema al idealismo de Berkeley y rechaza la realidad del mundo. La posdata de 1947 es muy importante, cuando irónicamente se refiere a Tlón como un "planeta ordenado" que cada vez se parece más a la Tierra. Esto, hasta cierto punto, es una crítica a los totalitarismos.

Borges ya ha contado que solía reírse mientras escribía (por ejemplo, cuando escribió "El Aleph"), así que su literatura es un poco de esto, una broma erudita. Creo que hay que leerlo primero con atención y luego con liviandad, hasta captar su broma metafísica. Lo mejor: compartir lecturas con personas que también son apasionadas de Borges y conversar sobre las preguntas que surjan. También te recomiendo las clases sobre Borges que impartió Piglia en la televisión argentina (son cuatro capítulos): http://www.youtube.com/watch?v=im_kMvZQlv8

¡Nos vemos en la próxima entrega sobre Borges!

Muchas gracias Tatiana!

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