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La ciudad. Ese lugar donde todo es posible. Símbolo de la modernidad. Gran provocadora de sentimiento encontrados. Vientre de ladrillos y mitos: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires, la juzgo tan eterna como el agua y como el aire”, dice Borges en su poema “Fundación mítica de Buenos Aires”. Pero también sabemos que la ciudad es caos y reflejo de desigualdad social; grandes y modernos edificios conviven con favelas, guetos y barrios marginales. Sao Paulo, Medellín, México, D.F., Berlín, París, Nueva York, Barcelona, ninguna se salva de ese contraste. Es entonces que surgen preguntas: la ciudad, como tal, ¿nos pertenece a todos? ¿Quiénes deciden sobre el espacio público? ¿Cómo nos empoderamos de la ciudad?
Uno de los pasatiempos preferidos de la salvadoreña-barcelonesa Ethel Baraona Pohl es coleccionar estudios de caso sobre el uso heterodoxo que diversos colectivos alrededor del mundo le dan al espacio público. Los colecciona como postales o sellos valiosos y los busca como arqueóloga tras piezas escondidas entre capas de polvo. Tal es el caso de L’UX (Urban eXperiment) de París, una organización clandestina conformada por restauradores, arquitectos, historiadores y expertos en túneles que se dedican a mejorar y restaurar los sitios abandonados del patrimonio urbano parisino. Sobre todo, restauran catacumbas que no están incluidas en las redes turísticas; utilizando los túneles subterráneos, penetran en lugares casi inaccesibles, donde no solo restauran sino también llevan a cabo actividades underground (nunca mejor dicho), como exposiciones de arte, lecturas, obras de teatro, performances y proyecciones de películas (en 2004 instalaron un cine, con bar y restaurante, bajo el Palacio de Chaillot en la plaza del Trocadero; la policía lo descubrió y, cuando volvió tres días después para hacer una investigación formal, todo había desaparecido. Solo encontraron una nota que decía: “Ne cherchez pas” – No busquen). Algunas de sus intervenciones más famosas fueron las entradas ilegales que hicieron al Panteón de París, en 2006, para reparar su reloj, el cual data de 1850, y que había dejado de funcionar en la década de los sesenta del siglo pasado. Lo paradójico fue que, una vez puesto en marcha el reloj, las autoridades lo pararon de nuevo: sostuvieron que la reparación se había hecho de forma ilegal, que no se habían utilizado los canales y estándares habituales ni se había aprobado un presupuesto por partida. Ethel cita entonces al Manifiesto Situacionista de Guy Debord: “… las instituciones no pueden prevenir lo que no son capaces de imaginar”.
Otro de los casos de su colección es Vendor Power!, proyecto originario de Nueva York, el cual demuestra que no siempre los cambios positivos en el espacio público se tienen que hacer de forma clandestina e ilegal. Vendor Power! es un panfleto creado por un grupo de diseñadores, asesorados por abogados, que informa e instruye a los vendedores callejeros sobre las condiciones y los espacios donde pueden trabajar sin incumplir la norma. Así, en caso de que aparezca un policía que quiera evacuarlos, cuentan con la herramienta necesaria para defender su derecho a ganarse la vida honestamente. Otro de esos estudios de caso es Conflict Kitchen (Pittsburgh), un restaurante que establece cocinas pop-up en espacios públicos y donde se sirve comida de los países con los cuales Estados Unidos está en conflicto. Se ha servido comida de Afganistán, Cuba, Venezuela, Irán y muchos más. El propósito es crear reacciones e interacciones, las cuales provocan debates y discusiones sobre los conflictos que van más allá de lo que transmiten los medios de comunicación. En definitiva, lo que se busca es que la ciudadanía se acerque a esos conflictos y profundice sobre ellos al tiempo que la comida y el espacio público sirven como marco para la despolarización o para deconstruir visiones discriminatorias hacia esas culturas.
Por último, me llama la atención una de las joyas de su colección: Recreant Cruïlles, un colectivo de Barcelona que desde hace algún tiempo realiza una intensa actividad para reclamar el uso de un solar ubicado en pleno corazón del ensanche barcelonés. El solar mide aproximadamente 5000 m2 y es propiedad del Ayuntamiento de Barcelona. Estaba destinado a equipamientos educativos y de vivienda pero, debido a los recortes, el Ayuntamiento lo tenía cerrado y abandonado desde 2007. Un grupo de arquitectos, artistas y abogados, comenzó a organizar actividades y a ponerse de acuerdo con las asociaciones de vecinos, las escuelas públicas, los vecinos no asociados, etc., para presentar una propuesta que preveía el uso temporal de aproximadamente 850m2 del solar. El plan todavía está en proceso de implementación pero el Ayuntamiento ya ha abierto el solar en diversas ocasiones para que sea utilizado por los vecinos. La sensación de apropiación de los vecinos ha hecho que surjan diversas propuestas sobre el uso que se le dará una vez se abra de forma definitiva: bibliotecas pop-up, librerías, mobiliario urbano, etc. Es la primera vez en Barcelona que la ocupación de un espacio ocioso no se hace de forma ilegal. Sin duda, ayuda el hecho que existan una buena cantidad de actores involucrados, incluidas las escuelas públicas. Este caso se cita como ejemplo de un “verdadero urbanismo en transición”.
¿Por qué coleccionar estos estudios de caso?
Desde hace algunos años, un grupo de arquitectos, junto a varios activistas, artistas, abogados y sociólogos, difunden nuevas prácticas arquitectónicas relacionadas al espacio público. Estas prácticas tienen como misión responder no solo a una infraestructura material, sino también a aquella que sostiene las relaciones humanas. Su propuesta va ligada al momento que vivimos: los efectos de una crisis financiera y económica, de una burbuja inmobiliaria, de una especulación abusiva, que ha dejado, como saldo, esqueletos de edificios sin terminar y calles ciegas: el memento de una ilusión perversa, de una política corrupta, de un sistema económico voraz. Se trata de “Ruinas modernas”, como las llama la fotógrafa Julia Schultz-Dornburg, una de las referencias de Ethel.
Salvadoreña de nacimiento y barcelonesa de corazón, Ethel forma parte de este grupo. Le fascina tanto su trabajo que en poco tiempo se ha convertido en uno de los referentes de este movimiento, tanto en Barcelona como en Europa. Una de sus características principales es poner en cuestión todas aquellas ideas que damos por sentadas: le gusta estimular reflexiones que nos incentiven a hacernos preguntas. Además, Ethel no le teme al debate, más bien le apasiona. Quizás por eso utiliza citas provocadoras durante sus conferencias:
“Es fácil condenar un sistema estropeado. Es más difícil llegar a comprender cómo vivir en él”. Sarah Kendzior.
“Es inútil esperar, por un avance, por una revolución, por el apocalipsis nuclear o un movimiento social. Seguir en la espera es una locura. La catástrofe no está por venir, ya esta aquí”. The Invisible Committee.
“La tecnología es la respuesta, pero ¿cuál era la pregunta?” Cedric Price.
“… una ciudad no es algo que heredas… sino que es algo que construyes cada día”. Domenico di Siena
En 1987, Ethel comenzó a estudiar arquitectura en la Universidad Albert Einstein, en San Salvador. “Dejé la Einstein a los dos años y medio de comenzar porque, cuando fue la ofensiva final en San Salvador, nos fuimos toda la familia a Guatemala. Allí estudié en la Universidad Rafael Landívar e, inmediatamente al terminar, me vine a Barcelona”.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. “Llegué a Barcelona en 1998, como cualquier estudiante de arquitectura que termina la carrera y quiere conocer todo aquello que ha estudiado en libros y verlo in situ (obras de arte, edificios, ciudades...). Tenía un pasaje de tres meses y cuando se acercó la fecha de vuelta, me sentía tan bien en este tipo de entorno, que decidí quedarme: ¡gran lío! Llamé a mis padres, les dije que vendieran mi coche, que entregaran el apartamento en donde vivía en Guatemala y decidí buscar trabajo aquí. Ante tanta ingenuidad, me comencé a encontrar con todos los trámites y requisitos burocráticos que eran necesarios para poder quedarme... ¡y ahí comienza la historia!”
Las cosas se pusieron difíciles después de un viaje a Londres. Cuando regresó a España de ese viaje le dijeron que, por haber estado ilegalmente en el país durante un tiempo –para entonces ya había vencido su visa de turista–, no la podían dejar entrar. Pero haciendo las preguntas adecuadas, supo que no era necesario que la deportaran a Centroamérica: podía regresar al país de donde había salido su vuelo, es decir, al Reino Unido. Así que decidió que no tenía nada que perder y probó, a ver qué sucedía. Ethel permaneció en Londres durante seis meses mientras se resolvía su situación migratoria en España. Allí trabajó repartiendo flyers y conoció de cerca proyectos ciudadanos interesantes.
Lo primero que llama la atención de Ethel es la gorra inglesa de tela a cuadros que siempre lleva puesta, toda una marca de su identidad, la cual le otorga un aire juvenil pero también iconoclasta. Según me cuenta, las tiene de varios colores. Su carácter dinámico, mezclado con una sencillez sofisticada, es quizá lo que la lleva a autodefinirse en su blog como “profesional aficionada” (professional amateur).
Fue en Barcelona que Ethel diversificó su trabajo y se convirtió en crítica, escritora y comisaria (o curadora, como se dice en América Latina). En 2012, fue comisaria asociada de la exposición Adhocracy en la primera Bienal de Diseño de Estambul; al año siguiente esta misma exposición se presentó en el Lime Wharf de Londres y en el New Museum de Nueva York (como parte del Ideas City Festival). Junto al guatemalteco-barcelonés César Reyes Nájera (su pareja), fue comisaria invitada de Think Space, con el tema “Money” (2013), programa organizado por DAZ, la Sociedad de Arquitectos de Zagreb, Croacia.
Además es co-fundadora, siempre junto a César, de la editorial independiente dpr-barcelona, la cual publica bibliografía referente al tema que les apasiona: la arquitectura como medio y expresión de desarrollo humano. Por si fuera poco, también es editora de Quaderns y ha escrito artículos para Domus, The New City Reader y MAS Context, entre otras publicaciones sobre el tema. “La verdad es que a veces es difícil sintetizar lo que hacemos, ya que la gente tiende a encasillar los conceptos y la palabra ‘publicar’ la relacionan simplemente con ‘publicar libros’. A nosotros nos gusta volver al origen del concepto, ya que ‘publicar’ viene básicamente de ‘hacer público, de comunicar’ y es por eso que a la par de los libros y publicaciones digitales, estamos trabajando en temas de comisariado y dando conferencias, cuando se tiene la oportunidad, ya que todos estos formatos tienen la misma finalidad de comunicación (the medium is the message) de unas ideas y una forma de entender la arquitectura que creemos que es muy necesaria en el momento actual”, enfatiza. El trabajo editorial de Ethel y César fue destacado en un artículo titulado “Publishing to the power of two”, publicado en Domus.
“El espacio público es libertad”
Ehtel y César fueron fuertemente influidos por el libro de Markus Miessen y Shumon Basar, Did Someone Say Participate? An Atlas of Spatial Practice (MIT Press, 2006). Precisamente, este fue el primer libro que tradujeron y editaron con el sello dpr-barcelona, bajo el título ¿Alguien dijo participar? Un atlas de prácticas espaciales (2009). En el prólogo, titulado “Bitácora”, ambos subrayan que comparten con Miessen y Basar “la visión de la arquitectura como algo que necesita trascender el hecho constructivo”, es decir, “apartar (por un momento) la vista del star-system y fijarla en la realidad espacial que nos rodea. Y bajo una óptica multidisciplinaria ayudarnos a entender y facilitar los cambios que se están generando en nuestro entorno”.
Uno de los aspectos que más les gustó de este libro fue su enfoque positivo ya que, en lugar de ser una publicación más sobre el estado de la arquitectura contemporánea, planteada desde una crisis de estilo o forma, lo que hacen Miessen y Basar es “desarticular la idea de ‘el Arquitecto’ como el único encargado del espacio”. En dicho atlas se ha documentado el uso creativo de espacios ociosos en ciudades como Berlín. En pocas palabras, se han rastreado proyectos que rompen los límites profesionales con los que la arquitectura suele tropezarse, lo cual tiene implicaciones políticas y sociales: la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre el uso del suelo público, innovadoras propuestas sobre el futuro de los museos, etc. Pero, añaden, también el libro muestra “trozos inquietantes y emotivos de las ciudades que hemos levantado. Las perversas estrategias (sutiles y no) que usan las estructuras de poder para doblegar al hombre, como ente singular y como miembro de una colectividad, y para controlar su acceso a recursos básicos como el agua”. De esta forma, Miessen y Basar mapean las conexiones entre arquitectura, espacio y sociedad: “Los arquitectos como agitadores sociales-los activistas haciendo arquitectura”.
Es así cómo estos nuevos arquitectos han concebido la idea de la ciudad como plataforma de innovación. En ese sentido, se han convertido en facilitadores de los ciudadanos. En el caso de España, el punto de inflexión se da durante las protestas de 2011, en el marco del 15M. Muchos arquitectos reflexionaron sobre el espacio público y las nuevas formas de “hacer ciudad”. “Nos dimos cuenta que ese espacio estaba allí pero no lo estábamos utilizando porque también nosotros como ciudadanos habíamos entrado en esos ritmos del mercado, en esas rutinas”, dice Ehtel. La problemática surgida por la crisis financiera y económica les hizo comprender que esos espacios sirven para tejer sistemas de relaciones, que es lo que en realidad hace a una ciudad. Si no existen relaciones entre las personas, no hay ciudad.
Así, comenzaron a trabajar junto a otros profesionales para llevar a cabo proyectos, acciones e intervenciones en el espacio público; re-organizar espacios ciudadanos con el fin de fortalecer la infraestructura de las relaciones humanas. El ya mencionado proyecto Recreant Cruïlles es uno de ellos, pero hay más. “En realidad, el espacio público, como espacio de relaciones, siempre ha estado allí, siempre ha existido, pero con el crecimiento económico nos habíamos olvidado de eso, como diseñadores urbanos nos habíamos olvidado que la gente necesita relacionarse. Solo se construían edificios para obtener más dinero”, enfatizó Ethel en una de sus disertaciones, en el marco de la conferencia Young Spanish Architects, organizada en 2013 por la Asociación de Arquitectos de Oslo. Este nuevo enfoque arquitectónico ya no se centra solo en el objeto (el edificio, la plaza, etc.), sino que ahora también le presta atención a los procesos, a la auto-organización, a todo lo que pasa antes de tener el producto final.
Ethel, además, propone a los arquitectos (y a otros profesionales) que levanten la mirada sobre el espacio para verlo desde otra perspectiva. “La innovación no es siempre hacer algo nuevo, diseñar el cacharrito o la aplicación ideal. También hay que volver la mirada sobre las cosas que ya existen y cambiar nuestra forma de pensar para aprender a utilizarlas de otra manera”. Por ejemplo, propone volver la mirada sobre espacios o edificios que ya existen pero que no se están utilizando o hacia patrimonios que están abandonados, y averiguar la razón de ello. “Debemos tener la sensibilidad de ver que eso que ya existe se puede reutilizar, restaurar, dándole otros usos y otras formas. Debemos entender cómo funciona realmente nuestro sistema para saber cómo ‘hackearlo’ y hacerlo útil”, apunta Ehtel en otra conferencia. Y aquí comparte otra de sus citas provocadoras que subrayan el problema: “Estamos adquiriendo retos del siglo XXI, evaluándolos con ideas del siglo XX y respondiendo con herramientas del siglo XIX” (Madeleine Albright, Aspen Ideas Festival 2013).
En síntesis, el espacio público es un lugar donde conviven pluralidades, ritmos, historias, expresadas en la vida cotidiana. Precisamente, esos espacios se prestan para conocernos, conectar y trabajar juntos, ya sea en formas organizadas o enteramente espontáneas; ayudan a despolarizar tensiones. Concebido como espacio de participación y de relaciones humanas, el espacio público faculta a una sociedad a transformarse a sí misma. Bajo esta consideración, se convierte en parte esencial de la calidad de vida de las personas, más allá de los índices que evalúan a las ciudades o a las localidades en un contexto puramente competitivo. La ciudad, pues, se convierte en plataforma para el pensamiento.
En Guatemala, por cierto, ha surgido una propuesta interesante llamada Posconflicto Laboratory que pretende extenderse a toda Centroamérica y que está repensando el rol de la arquitectura en la región. Recientemente, dpr-barcelona entrevistó a los integrantes de este laboratorio.
Me pregunto si en la caótica San Salvador y en otras localidades del país existen nuevas dinámicas ciudadanas en el espacio público, es decir, iniciativas multidisciplinarias que permitan a los ciudadanos empoderarse de forma creativa del espacio público; iniciativas que fomenten las relaciones humanas, fortalezcan a esa infraestructura que permite a una ciudad oxigenarse, vitalizarse, una ciudad cuyos cimientos sean los contactos humanos, ya sea para disentir, intercambiar o establecer empatías. Iniciativas que estén “haciendo ciudad” y protegiendo su patrimonio. Seguro que las hay y sería un aporte enorme documentarlas en un “atlas de prácticas espaciales salvadoreñas”. Quizá ese atlas ayude de alguna forma a tomar conciencia sobre el papel de los ciudadanos en la preservación de nuestro patrimonio y de los espacios públicos urbanos y rurales, para no seguir dependiendo de las instituciones y de los intereses de la política y la economía.
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