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04/12/2016

Teatrero

Teatrero-rene

Ya les he contado que el año pasado, los sábados por la tarde tomaba yo mi carro y subía a un lugar estrecho y caluroso, un sitio con una densidad brutal que no sólo dependía de la temperatura. Subía yo a hacer teatro con unos enanos que la vida me prestaba puntual cada sábado a las 3 de la tarde. Este sábado del que voy a hablarles, la vida me prestó sólo a cuatro teatreros. Los otros se me confundieron quién sabe por qué y pensaron que no había taller.

Al estacionar me encontré en el portón a René, quien no faltaba nunca a una sola clase. Estaba ahí parado viendo la calle y esperando algo, cualquier cosa, menos regresar a su casa.

—Pues no vinieron los demás, no podemos hacer nada. ¿Y si nos lleva a pasear en su carro, seño? —dijo casi convencido de mi respuesta.

Pregunté que dónde y dijo que a cualquier lado, que al parque, a Metro o aunque sea sólo a dar vueltas manejando.

—¡Vaya! Pero hay que pedir permiso a sus familias.

Llamamos entonces desde mi teléfono y sólo logramos convencer a una mamá, la del mismo René, que confió en mi voz sin conocerme siquiera y dijo que sí después de algunos titubeos. Los otros dos teléfonos a los que marcamos no atendieron.

—Es que es número desconocido —dijo la mamá de una de las niñas que esperaba a ver en qué terminaba el plan de irnos de paseo—. Casi nadie contesta si es número desconocido —. Y accedió también a prestarme a su chiquilla después de haberlo meditado un rato.

Teníamos dos. Faltaban dos más. Decidimos darnos a la expedición de ir a las otras casas a hablar personalmente. Corrimos ansiosos bajando y subiendo gradas estrechas de pasajes estrechos. Llegamos a casas estrechas en las que no hay muros ni divisiones, sólo camas juntas en espacios pequeños. Pedimos permiso. ¡Rogamos permiso! Convencimos a abuelas y a mamás temerosas y corrimos con nuestro logro a carcajadas.

Subimos al carro, encendimos el aire acondicionado, pusimos música y los enanos fueron felices. Podría jurar que fueron muy felices. No dejaban de hablar y sus palabras tropezaban con sus mismas risas. Llegamos al parque de la Centroamérica, fuimos a la tienda, compramos una gaseosa gigante y bolsas de plástico con pajillas para todos y nos sentamos debajo de un árbol a comer doble sándwich de los que nos llevaron para el refrigerio y platicamos.

—Aquí chivo porque hay bastantes árboles y hace brisita. Quizás nunca hace calor, ¿verdad, seño?— dijo René, comiendo desprevenido con el cuello doblado hacia arriba viendo las ramas de árboles viejos.

Platicamos y platicamos sin pausa los cuarenta minutos que duró nuestro paseo con brisa. Hablamos de las casas pequeñas llenas de gente, de las mamás desempleadas, de lo que alcanza con un solo salario para cinco personas, de los padres que nunca volvieron a visitar a sus hijas, de la escuela que no les da clases de inglés, de un perro llamado Gaviota, de los niños que abandonaron antes el taller de teatro. De todo, casi.

—¿Te acordás de David? —preguntó René a Laura y ésta asintió con cara de susto repentino—. ¡Ése sí era terrible, seño! Era bien inquieto, nunca dejaba de molestar. Pero a usted quizás le hubiera caído bien, fíjese.

Y en el carro, de regreso, les pregunté qué querían ser cuando fueran grandes.

—Yo teatrero —dijo René con la cara en la ventana pero asegurándose de reojo de que yo lo viera desde el retrovisor—. ¿Verdad que puedo sólo terminar el bachillerato y ponerme a hacer obras de teatro, seño? ¿O cómo hace uno para trabajar de eso? Aunque mi mamá dice que los que sí ganan bien son los contadores. ¡Como 400 dólares al mes! Pero no quiero ser contador, ni sé qué es lo que hacen… Lo que sí quisiera aprender es a ser zapatero, fíjese. ¡Me llega! Pero sólo aprender y después irme al teatro.

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Alejandra Nolasco
“En realidad es la ternura la que me interesa.
Ése es el don que me conmueve,
que me sostiene, esta mañana,
igual que todas las mañanas.”
Raymond Carver

Aprendí el oficio del teatro y desde ahí defiendo la vida. Soy salvadoreña, tengo 33 años y encuentro una inmensa diversión jugando a que canto y cocino. Hace unos años comencé a dar clases de teatro a niños y escuchándolos descubrí que yo de esa vida que desde mi trinchera defendía quizás no sabía mucho. Y comencé a buscar.

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