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Hace tres años con la publicación de “Teatro bajo mi piel” (2014) el grupo editorial Kalina reunió en un solo volumen, publicado en inglés y español, a un conjunto de poetas que escriben desde El Salvador y Estados Unidos, todos nacidos a partir de los años 60. Con “Puntos de fuga. Prosa salvadoreña contemporánea” (2017) Kalina vuelve a insistir: la literatura salvadoreña ya no se escribe solamente dentro de los límites geográficos del país, ni solo en idioma español, sino también en inglés.
El nuevo volumen reúne en versiones en español e inglés textos en prosa de dieciséis escritores nacidos a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado. “El criterio que recorre la selección de estos escritos”, sostienen las editoras, “ha ido más allá de la “salvadoreñidad” construida; más bien, ha buscado identificar esos puentes que invitan a explorar los márgenes, lo descentrado, a mirar, a interrogar”.
En efecto, con “Puntos de fuga”, Kalina está colocando otra piedra en el nuevo relato de la salvadoreñidad, porque la vieja idea de lo “nacional” está haciendo aguas por todas partes. Este relato tiene uno de sus fundamentos en la convicción de que este país también se entiende y se desentiende a sí mismo hablando y escribiendo en inglés.
No es casual. Primero, porque, como se sabe, la salvadoreña constituye una sociedad transnacional. Las vidas de millones de salvadoreños están atravesadas por las experiencias de la diáspora. La necesidad de insertarse en los ámbitos laboral y educativo en Miami, Nueva York, Houston, Chicago o Los Ángeles ha convertido al inglés en una nueva lengua materna. Espero que suene a herejía. Los salvadoreños, además, somos parte de ese fenómeno imparable que para el año 2050 convertirá a Estados Unidos en el mayor país hispanohablante del mundo.
Estas corrientes históricas están estrechamente asociadas, si bien por diferentes causas, con las biografías de Tania Pleitez, Lucía de Sola y Alexandra Regalado, las editoras de Kalina. Las tres poetas crecieron en hogares en donde el inglés representó, por generaciones, un vínculo característico y un elemento de diferenciación social. Por unas de esas volteretas de la historia, esa circunstancia las ha puesto en mejores condiciones para comprender el fenómeno cultural que vive este país.
Hasta ahora, la obra literaria de autores que han vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos, que escriben en inglés y que se reconocen como salvadoreños, sigue permaneciendo invisibilizada. Baste decir que hasta para un talentoso editor como Vladimir Amaya el fenómeno de la literatura salvadoreña en lengua inglesa está fuera de su campo de visión. En los últimos tres años, Kalina ha venido haciendo un esfuerzo consistente por abrirle espacio a esa literatura desconocida.
Para usar las palabras de las editoras, las obras de literatura de nuestros días tienen “un plano común de salida, pero sus líneas se disparan en diversas direcciones hacia un amplio horizonte que se resiste a las categorías”. Este fenómeno comenzó a despuntar en la poesía. El mejor ejemplo es “La balada de Lisa Island” (2004), de René Rodas, escrito en español, en Montreal, en 1999. Ni el paisaje, ni los temas de ese extraordinario poema responden a la idea de la más pura y dura idea de “literatura nacional”. Más recientemente, el poemario “Matria” (2017) de Alexandra Regalado, escrito en inglés, da cuenta del tránsito permanente de la autora entre los mundos de Estados Unidos y El Salvador, dejando a su paso un reguero de marcas: ancestros mayas, leyendas populares e historias de violencia. La literatura salvadoreña del siglo XXI no se contenta con mirarse el ombligo tierroso. Su vista se dirige en múltiples direcciones.
Un punto de fuga es el lugar geométrico en el cual las rectas paralelas convergen. Mi profecía de mago de feria es que, en algún momento, las líneas del español y el inglés se terminarán uniendo para darle brillo y esplendor a la lengua que resulte de estos años terribles.
Ilustración: Libertad I, por Amber Rose
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