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No pretendo llamar su atención con otra frase al estilo de las que suelen usarse para referirse a El Salvador como un país-fosa-común o un país-charco-de-sangre. El título proviene de una ficción del cuentista y dramaturgo Álvaro Menen Desleal, nacido en 1931 y fallecido hace poco más de 17 años.
“País fundado en la basura”, incluido en el libro Cuentos breves y maravillosos (DPI, 2010), pertenece a una tendencia que Menen Desleal cultivó a lo largo de su carrera: valerse de la ficción para realizar una exploración descarnada de las tragedias sociales y políticas de la modernidad. Sus relatos más conocidos: “Hacer el amor en el refugio atómico”, “Tribulaciones de un americano que estudio demografía”, “La hora de los équidos” y “El día en que quebró el café” no aluden exclusivamente a la realidad de su país natal.
El cuento que me ocupa tiene lugar en el seno de una familia. Los niños están a punto de salir al colegio, la madre lava los trastos y el padre lee el periódico.
“— ¡¿Has visto?! —¡El bolchevique ese escribe hoy que el país es un basurero!”, ruge el padre.
Uno de los chicos recoge el periódico del suelo y lee el editorial del día. El autor es un tal Alberto Masferrer, que describe su país como un lugar en donde se ha formado una gran pirámide de basura. Es un bloque alto, ancho, macizo, profundo, de unos veinte mil kilómetros cuadrados, que tiene el aspecto de una roca, que va de la frontera al mar y del mar a la frontera, donde proliferan cucarachas, ratas, cerdos, perros, moscas, gusanos y aves de rapiña.
En lo que Masferrer no tiene razón, cavila el niño, es que ese inmenso bloque no es tan compacto como parece. Su superficie puede escarbarse fácilmente con los dedos. Cuando la lluvia cae, el agua no forma un arroyo, sino que se hunde entre la inmundicia. Igual ocurre con los meados de los borrachos y los perros: se infiltran dejando un rastro de espuma. Los temblores, tan frecuentes, no obedecen a las fallas geológicas sino al desplazamiento de los desechos de aquella inmensa pocilga. Pero hasta aquellas personas que proclaman que ya es hora de limpiar el basurero tienen miedo de excavar muy hondo y hablan con palabras de basura, dice el niño.
Por todo eso, el basurero no solo sigue creciendo, sino que hace posible el florecimiento del deporte favorito del país: “Echamos basura uno al otro (…) a vivos y muertos, a santos y pecadores”, añade. “Pasa una mujer, se le echa basura; pasa un funcionario, se le echa basura. Si la persona así tratada tiene espíritu deportivo, recoge a su vez basura, hace una bola y la arroja como respuesta”. Somos, concluye diciendo, ciudadanos de un país fundado en la basura, nutrido de la basura, regodeado de la basura, como parte de una condena de la que nadie puede escapar.
El cuento está precedido por un epígrafe de un artículo que el autor atribuye a Alberto Masferrer, publicado en el periódico “Patria” en el ya lejano año 1928. Desde antes de su muerte, en el fatídico año 1932, Masferrer ha sido un personaje polémico. Como en el cuento de Menen Desleal, los sectores más conservadores del país lo han considerado como un vil rojo. Sin embargo, en los años 50, bajo los gobiernos autoritarios del PRUD, fue elevado a los altares de la cultura salvadoreña, sus ensayos y artículos se distribuyeron masivamente, como los de ningún otro escritor en la historia de este país, y su nombre se utilizó para distinguir escuelas, calles y plazas. Roque Dalton despreció su memoria llamándolo “viejuemierda”; pero otro poeta, Francisco Andrés Escobar, lo consideró como un auténtico santo histórico y moralista social. Curiosamente, el Estado ha dejado de publicar sus libros y su apellido es más recordado por el redondel ubicado en la parte más alta del Paseo Escalón.
Menen Desleal escribió cuentos de ambientes urbanos caracterizados por el sarcasmo, el lirismo y lo fantástico. Su obra es contemporánea a la de Julio Cortázar y el boom de la literatura latinoamericana. De carácter juguetón y dado a la polémica, Álvaro cosechó premios y antipatías. Su libro Cuentos breves y maravillosos, ganador del segundo lugar en el Certamen Nacional de Cultura de El Salvador, en 1962, comienza con una “carta” donde Jorge Luis Borges adulaba a Menen Desleal. Aquello provocó un escándalo en el mundillo literario salvadoreño y fue acusado de plagio. El texto completo de esa falsa misiva está contenida en el citado volumen Cuentos (in)completos y maravillosos, ocupando el lugar que siempre debió tener: el de una auténtica ficción. Sin embargo, algunos especialistas, equivocadamente, han considerado la "carta" como auténtica. De hecho, está incluida en El círculo secreto (Emecé, 2003) que reúne prólogos y notas de Borges.
De acuerdo con Jorge Ávalos, Menen Desleal sacrificó su reputación literaria a favor de una "campaña permanente por la fama instantánea", un asunto que tienta a muchos en estos días de Facebook live. Sin embargo, Álvaro era de los que creían que la apropiación, la imitación, la alusión y la colaboración son consustanciales al acto creativo.
Conociendo sus antecedentes, existe la posibilidad de que el citado artículo de Masferrer nunca haya existido, y de que el país fundado en la basura del que trata su cuento sea solo una ficción.
Un par de textos sobre Álvaro:
Menen Desleal y el fin de una era: http://www.laprensagrafica.com/opinion/editorial/212047-menen-desleal-y-el-fin-de-una-era
Tocarle el hombro a Borges: http://www.fronterad.com/?q=tocarle-hombro-a-borges
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PS (16/05/17)
Carlos Cañas-Dinarte ha tenido la amabilidad de escribirme confirmando que el texto de Masferrer existe. El investigador adjunta fotografías que lo prueban. ¡Mi desconfianza, aunque razonable, era infundada! Abajo, una muestra.
Dicho artículo fue publicado originalmente en 1928 y está recogido en El libro de la Vida de Alberto Masferrer y otros escritos vitalistas. Edición crítica de la obra teosófico-vitalista (1927-1932), por Marta Elena Casaús Arzú y Regina Fuentes Oliva. Guatemala: F&G Editores. 2012.
Agradezco la participación voluntaria de Cañas-Dinarte en este juego. Como Menen Desleal, creo que la apropiación, la imitación, la alusión y la colaboración son consustanciales al acto creativo.
Dicho esto, solo me resta especular si el país fundado en la basura, que describe Álvaro Menen Desleal, es o no una ficción.
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