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Vivimos en los márgenes. Asumir esa marginalidad, objetiva y simbólica, debieran ayudarnos a imaginar un "nosotros" menos sectario y arrogante.
El juicio contra un grupo de militares acusados de participar en la matanza de centenares de civiles, en El Mozote, en 1981, podría leerse con uno de los signos del fin de la posguerra. Miles de personas en el mundo vuelven sus ojos a Morazán, ya no como el escenario de las batallas, sino como un lugar en donde se enciende una esperanza para miles de víctimas.
Si de algo tienen conciencia sus habitantes es de su condición marginal. Más de la mitad de su población vive en condición de pobreza. Aunque se le considera una zona remota, en realidad no queda muy lejos de San Salvador. La zona montañosa donde tuve lugar aquella matanza está a solo cuatro horas, una distancia para nada excesiva en países con una mayor superficie territorial.
Gracias a mi cercanía con el Centro de educación integral Amún Shéa, un visionario proyecto educativo que está llamado a transformar la educación en el nororiente de Morazán, he conocido el libro “Poesía desde los márgenes” (2017), una antología que reúne a doce poetas nacidos entre 1985 y 1995. Todos los poetas incluidos nacieron, o residen, en municipios de Morazán, principalmente en la zona nororiental, donde la guerra civil tuvo uno de sus principales escenarios.
El libro es el resultado de una serie de encuentros culturales llevados a cabo a lo largo de 2016 destinados a fomentar el desarrollo de las artes y las letras. Como se escribe en el Prólogo, su título es una metáfora que persigue llamar la atención sobre “el lugar desde el cual se realiza la enunciación poética: uno de los últimos departamentos del país, y desde el punto de vista artístico, quizás también uno de los más olvidados”.
En esta expresión hay una verdad. En El Salvador, como en muchos otros países, la puesta en valor de la creación artística y literaria se produce, principalmente, desde “el centro”, esto es, desde San Salvador. Si bien en la capital del país también los recursos editoriales y los espacios de difusión son escasos y, a menudo, paupérrimos, es desde aquí en donde se establece el canon de los autores que merecen atención.
El fenómeno no es nuevo. A finales del siglo XIX, la “Guirnalda salvadoreña”, de Román Mayorga Rivas, reunió una muestra de poetas nacidos de diferentes lugares de la geografía salvadoreña pero que ejercieron el oficio literario desde “el centro” del país. En nuestros días, los poetas salvadoreños, hijos de inmigrantes, que escriben en inglés, y entre quienes se encuentran poetas extraordinarios, también suelen estar ausentes de las compilaciones o estudios sobre literatura salvadoreña. La excepción a esta norma, me apresuro a decir, es la antología “Teatro bajo mi piel” (Kalina, 2014).
Los poetas de los márgenes, los de Morazán y los de Estados Unidos, en términos cronológicos, corresponden al grupo de poetas reunidos en “Una madrugada del siglo XXI” (s/e 2010), de Vladimir Amaya, y en la antología “Las otras voces” (DPI, 2011). Más allá de sus diferencias en materia de estilos, búsquedas y resultados, para unos y otros, la marginalidad es parte de nuestras prácticas sociales, en su dimensión objetiva y simbólica.
Con todo, bien lo sabemos, en los márgenes también ocurren cosas trascendentales. El intercambio de experiencias existenciales entre marginales debiera ayudarnos a propiciar una idea del “nosotros” diferente a la que concebimos y practicamos en nuestros días.
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Con todo, bien lo sabemos, en los márgenes también ocurren cosas trascendentales. El intercambio de experiencias existenciales entre marginales debiera ayudarnos a propiciar una idea del “nosotros” diferente a la que concebimos y practicamos en nuestros días.
Publicado por: Rıdvan Corut | 06/28/2017 en 02:25 a.m.