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El poeta no es un pequeño dios ni un elegido. Su oficio en realidad es modesto. Hölderlin llamó a la poesía "la más inocente de todas las ocupaciones".
Krisma Mancía es una "obrera" de esa imaginada comunidad poética. Como una abeja, atareada e incansable, viene produciendo obras que anuncian la irrupción de una era de descreimiento de los gestos heroicos, porque ya no es legítimo tomar ventajas de las medallitas de latón ganadas en la guerra. Como ella escribe, en nuestro tiempo hay "demasiada perfección entre tanto olor a muerte, demasiada ternura para ser una golondrina que crece con odio".
Si los dones existen, Krisma Mancía fue favorecida con el de la poesía. Sus poemas revelan los diferentes registros que ha alcanzado su voz. Va, como sin esfuerzo, de la euforia al llanto, de la sombra a la luz, de la confidencia a la declamación. "Sálvame de mí", proclama, y cuando lo dice parece escarbar con morbo y sensualidad en una herida que no sabe bien por dónde le sangre y duele.
(Este texto se publica en la contraportada de Pájaros imaginarios, de Krisma Mancía, Valparaíso ediciones, 2017)
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