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10/10/2015 14:25:45

Alfonso Kijadurías. El regreso del escarabajo

Escarabajo

Alfonso Kijadurías (El Salvador, 1940), uno de los grandes poetas latinoamericanos de nuestros días, ha publicado recientemente en Quezaltepeque, su pueblo natal, el volumen de poemas “Todos los rumores del mundo” (Flor de barro, 2015).

Su pueblo queda al pie de la falda norte del volcán de San Salvador, frente a El Playón: un cerro ennegrecido por las escorias de la más reciente erupción del volcán, ocurrida hace casi un siglo, y que fue un tiradero de cadáveres de opositores al régimen militar en los años que antecedieron a la guerra civil que estalló en 1980. Una versión muy difundida asegura que allí fueron arrojados y devorados por los perros y las aves de rapiña los restos del poeta Roque Dalton, ajusticiado por sus propios camaradas guerrilleros.

Kijadurías nació no muy lejos de allí, en Valle del Señor, un cantón que hasta hace unas décadas era un pequeño paraíso rodeado de cafetales arrullados por la sombra de los árboles de laurel, copalchi, cuje y pepeto.

El poeta vuelve todos los años a la casa familiar para escapar del invierno de Vancouver, donde vive desde hace muchos años, e internarse en un territorio que sigue marcado por la violencia. Es la violencia de los perdedores del Acuerdo de Paz entre la guerrilla y el gobierno, celebrados en 1992. Es la violencia de millares de jóvenes, hijos y nietos de otros que vivieron como ellos, en la marginalidad social, como sus propios padres y abuelos, que le han perdido el miedo a la cárcel, a la persecución y a la muerte y protagonizan una matanza tan despiadada como la de la guerra civil. Decía una amiga en Facebook que la salvadoreña es una sociedad que tiene en la frente la marca de Caín.

El poeta vuelve al hoyito de donde salió, a librar su secreta batalla:

 “sin caballos,

sin armas

sin escudos,

a pie,

cambiando de sonido y de lugar,

haciendo de la vida la mejor coartada para vencer estos dominios del orden, de las creencias

en el más allá

de los confetis arrojados desde el balcón más alto”.

(El escarabajo)

El escarabajo, publicado en 1971, contiene el eje de la poética a la que Kijadurías se ha mantenido fiel. Allí están algunas claves de su poesía, que braceó a contracorriente de la tendencia imperante de valerse de la poesía como un arma arrojadiza. Entonces, los poetas meamos como perros impacientes en las esquinas del futuro campo de batalla, para reclamar justicia, sí, y en nombre de la justicia, justificar la muerte. Bien sabemos que en la cúspide del árbol genealógico del perro se encuentra un lobo.

En El escarabajo Kijadurías le otorga a la poesía un poder de liberación personal. Cuando la guerra lo empuja a deambular entre México, La Habana o Managua, la poesía se convierte en su bitácora. No la usa para agregarse a los cantos de gallos que anuncian un inminente amanecer, ni para presumir de sus callejeos cosmopolitas, sino para dar cuenta de su aprendizaje sobre la renuncia, la soledad y el silencio, y para enfrentar una existencia marcada por lo incierto, el rechazo o la indiferencia. Como dice la poeta Krisma Mancía en sus palabras liminares al volumen: “El poeta, viéndose adentro, hace de sus vísceras un espejo”.

Han pasado más de cuarenta años desde la publicación de aquel poema. Su retorno pertinaz “al mismo sitio/ como el escarabajo”, le hace escribir:

 “No he tardado en darme cuenta

de que el lugar donde nací

            se ha convertido en un lugar extraño

del que no es necesario escapar ni regresar”

 (El extranjero)

 Y también:

 “Allí donde pasaba el río caudaloso corre ahora la mugre y su larvario pestilente.

En el lugar más fértil levantaron los Bárbaros el infierno”.

(Y llegaron los Bárbaros)

Kijadurías ha estado exiliado de todo. Exiliado de las estrategias de mostrar sus medallitas de luchador, exiliado del cartón piedra de los modelos de negocios. Su cabeza no se ha cubierto con los laureles o el confeti. No se desvive por salvar al mundo, ni a la democracia, no ha erigido su estatua, ni promovido su museo de hazañas. Inclusive, los poetas de su propia generación suelen hablar en voz baja de su poesía como puras mariguanadas metafísicas. En medio de todo, luchando por cambiar su vida, viaja a caballo entre dos mundos: Canadá y El Salvador, año tras año; extraño, incluso, entre los suyos:

 “Familia,

            quien sino yo el extranjero. Oveja negra del rebaño.

Mala hierba. ¿Negado cuántas veces?”

 (Mala hierba)

Pero no todo es pesadumbre. Su sensual poema “Puro amor”, uno de mis favoritos del libro, rinde un homenaje a los felices juegos del azar a partir del encuentro de Fabián con Cleotilde, “la exuberante muchacha de la calle marginal de las curtiembres”.

Escribe:

“De no haber aparecido Cleotilde en su vida aquella tarde de abril,

Fabián jamás se hubiera enterado de la existencia de aquella callejuela,

ni de ese hedor que la alquimia de su amor ha convertido

en el más hechizante de todos los perfumes”.

La poesía de Kijadurías contiene una ética olvidada: la del silencio. Sus poemas reniegan a menudo del señorío de las máquinas de comunicar y reivindican la necesidad del silencio para conseguir la reconciliación interior. Su propuesta la extiende a la escritura misma:

 “Escribir

            para ya no escribir,

desnudar la palabra

            de su falso oropel;

volverla a su raíz,

            al hondo, difícil silencio”.

 (Oficio)

  “Ya no hay silencio, oro puro de un tiempo sin tiempo, sólo ruido, heraldo del progreso fundado en el espanto”.

 (Nada)

Muchos de sus poemas, especialmente los que ocupan en este libro los capítulos “La última estación” y “El reino incalculable”, señalan a un mundo que no duda en representar como la figura de un loco tocado con un cucurucho. Su desencanto, sin embargo, como advierte Ricardo Lindo en la presentación del volumen, “busca alivio en la paz interna”. La paradójica paz de un hombre que se remueve entre la carroña con su inevitable memoria a cuestas:

 “Melville eligió la ballena

            para inundarla de blancura,

Blake, al tigre que infundió a su zarpazo

            la intrepidez del trueno,

Poe, al cuervo y su negra elegía,

Flaubert, al loro, esa despampanante prosa de colores.

Y vos, poeta viejo y jorobado,

            al verde escarabajo

que habita las entrañas de las momias egipcias”

 (Opciones)

 Usando una conocida metáfora judicial, su poesía anuncia no el turno del ofendido, como postulaba Dalton, sino el del taciturno. De vuelta a los lugares de donde siempre termina partiendo, Alfonso Kijadurías se sabe convocado a una cita ineludible.

 “¿Dónde será?

¿En la casa aquella vieja y solariega o en la cantina

donde llegan a liar sus negocios los vendedores de ganado?

¿O en un hotel donde los viejos conspiran contra el tiempo hablando del pasado?

¿O será en la librería mientras ojeas un cuerpo hermoso?

¿O quizás en una esquina oscura iluminada por el brillo del cuchillo?

¿Quién sabe?

Como la seda o el oscuro terciopelo son los pasos de la muerte”

 

 

 

 

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El amigo imaginario by Miguel Huezo-Mixco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.

Comentarios

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Very simple, Very Humble. He is "A Great Man" with a Beautiful Mind, an Incredible Heart and a Sophisticated, Myisterious Soul...

"meamos como perros impacientes en las esquinas del futuro campo de batalla, para reclamar justicia, sí, y en nombre de la justicia, justificar la muerte. Bien sabemos que en la cúspide del árbol genealógico del perro se encuentra un lobo"

Todo en vano y vil sin la direccion del creador .jamas aprenderan la leccion . A pesar de ....de tanta sangre

Grande Huezo Mixco, nuestro gran escritor, escribiendo sobre 40 años de coherencia, esperanza y denuncia de Kijadurías, "...Y vos, poeta viejo y jorobado/al verde escarabajo...

Ya dice un verso disperso puesto en una de las paredes de San Salvador "Todo era más difícil antes de ser sencillo"

A la altura de los mejores. Donde la palabra se vitaliza, y encuentro en este retazo dos grandes para leer.

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