Me dice cosas al oído y no tengo más remedio que escribirlas.

« El sueño americano no existe | Inicio | ¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas... »

06/12/2014 16:40:04

La esperanza de vida

Mano
Imagen: Beth Hoeckel/ Flickr

Nunca he sabido exactamente qué es la esperanza de vida. En mi país, en 1981, la expectativa de vida al nacer era de poco más de 57 años. Pero la mía, en ese entonces, no pasaba de los 27 años.

En 1982 aumentó a 28 años. A 29, en 1983. A 30, en 1984. Contra toda previsión, a medida que la guerra se volvía más cruenta, mi esperanza de vida alcanzaba cada año un año más.

Los patrones de mortalidad de los hombres de mi edad cambiaban todos los días. No había una sola forma de morir. Uno moría un poco bajo el fuego, y luego, cuando pasaba el peligro,  se revivía un poco. Pero cuando en la fila para recibir la ración de comida se hacía evidente la fatal ausencia de alguien, la expectativa de vida sufría una baja irreversible.

El reloj de la esperanza de vida se me echó a perder tempranamente. No tuve que esperar a hacerme viejo para perder a muchos seres queridos. La esperanza de vida no fue nunca un horizonte, sino una cuenta regresiva que paraba únicamente durante el sueño. En cierto momento, cuando ni los dedos de la mano ni los de los pies eran suficientes para contar mis fallecimientos, di por hecho que jamás alcanzaría los 60 años que las mediciones estadísticas del año 1985 establecían como la expectativa de vida promedio.

Me volví descreído del futuro. Recibo los años con una expectativa similar a la de un salario que así como llega, se va. Con esa falta de esperanza he intentado fabricarme una filosofía de vida. Pero bien sé yo lo fácil que me resulta creer en mis propias mentiras.

A pesar de lo que suele decirse, la vida no es breve, ni larga. Si es verdad que hemos vivido vidas anteriores, un tibio abrazo basta para devolverle el sentido al sinsentido de haber pasado por todas las cosas por las que se pasa cuando se nace y se renace. Pero si lo pienso bien, prefiero vacunarme con la idea de que en el futuro no hay reservado para mí un lugar en ninguna mesa, en ninguna cama y en ningún corazón.

La vida nos enseñó demasiado pronto unas cuantas lecciones. La principal y la más difícil entre todas fue aprender a poner a un lado la esperanza. Saber que no hay nada firme bajo tus pies. Que las cosas más temidas pueden pasar, y que si de algo podemos estar seguros es que viajamos en una barca que, tarde o temprano, va a irse a pique. No esperar grandes cosas. El mundo está mil veces peor del que miré cuando yo era un muchacho dispuesto a dar la vida. Abrigar esa certeza me ha vuelto un hombre más alegre, pero dudo de si esta no es otra de mis mentiras favoritas.

No hago planes para alcanzar los años que las estadísticas establecen en nuestros días como la esperanza de vida promedio de una persona. Quizás sean demasiados. Como escribió Joyce, "la historia es una pesadilla de la que quiero despertarme".

Comentarios

Fuente You can follow this conversation by subscribing to the comment feed for this post.

vaya vaya ante tal tremendo articulo .Solo me queda agregar a manera de conclusion :

Lo que no mata engorda!

Acepto, pienso y recuerdo ese viaje en el cual nos embarcamos hace cuantos ayeres. Y precisamente, en el tras-tras de ese tren, muchos crearon y adaptaron su propia filosofia ante la vida. Por supuesto que esta iba engrapada con el sello de una utopia. parafraseando a Luison, "ambas dos", eran fragiles, de cristal enamorado. Pasado ese "rato", la esperanza de vida ha sido trastocada y cada quien la adereza y endereza con su aritmetica diaria. Me gustó su nota. Saludos Minero

Los comentarios de esta entrada están cerrados.