« Ticocardia. "¡No se hinquen, maes!" | Inicio | Matar niños »
Estoy atrás de la tarima de donde Gioconda Belli acaba de descender. Espero, con otros dos escritores, nuestro turno para subir a hablar con el público. Pero la sala se está vaciando. Como una ola que se retira. Nos miramos, sonriendo, meneando nuestras cabecitas. Para nosotros el mar ha entrado en resaca. Lo sabemos. Es la ‘maldición’ de Gioconda, les digo, bromeando.
Uso 'maldición' en un sentido metafórico. Intentaré explicarme. Es una sensación contradictoria. Primero, de fascinación, cuando veo la manera en que la gente espera sus palabras como un alivio y un enervante. Segundo, de frustración, pues cuando abandona el estrado, el público se marcha detrás de ella. Gioconda arrasa... y no deja nada para los pobres.
Me ocurrió en Guatemala, el pasado 19 de julio. Y fue igual en San Salvador, unos meses atrás. Entre las protestas del público que siempre le pide más poemas, Gioconda termina de leer y se dirige al lugar donde firmará libros. La espera, impaciente, una larga fila compuesta principalmente por mujeres. Un grupo de chicas se acerca a ella, como en estado de hipnosis, con sus libros apretados contra el pecho. No es casualidad. Sus poemas invitan a la rebeldía de la conciencia, y del cuerpo, especialmente del de la mujer.
Aunque en materia de sexualidad Centroamérica ha cambiado mucho, los poemas de Gioconda siguen erizando la piel tanto de las cincuentonas que ya peinan canas, como de esas jovencitas que lucen tatuajes y piercings.
Lavinia, la personaje de su novela 'La mujer habitada', traducida a numerosas lenguas, ha inspirado el despertar de muchas mujeres. Versos suyos, como estos, que dicen: "Uno no escoge el país donde nace; /pero ama el país donde ha nacido. /Uno no escoge el tiempo para venir al mundo; /pero debe dejar huella de su tiempo", han alentado la lucha allí donde ha hecho falta luchar y seguir luchando.
Gioconda no es una celebridad distante: ella parece capaz de darle un tiempo de calidad a cada una de las personas que la buscan para saludarla o pedirle una firma. Les apapacha. Les escucha. Parece atesorar cada uno de los gestos que recibe. No destila arrogancia, sino gratitud. Eso se llama carisma. Es el tipo de gracia que uno jamás tendrá.
You can follow this conversation by subscribing to the comment feed for this post.
Los comentarios de esta entrada están cerrados.
Hola que bien escribe. Felicitaciones, me gustaría entrar a colaborar con poesía en el faro. ¿Puede ayudarme?
Publicado por: Mark Bonnet | 09/15/2014 en 12:56 p.m.