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Daniel Mordzinzki, mundialmente conocido como “el fotógrafo de los escritores”, tiene en marcha el proyecto fotográfico de formar un “atlas de la literatura mundial ”. Hasta hace poco solo un centroamericano había pasado por su lente.
La ciudad de las palabras me hace evocar los retratos realizados por el dibujante Toño Salazar de los artistas de la vanguardia parisina, "los monstruos de la lira" que pululaban en el bulevar Montparnasse, en el periodo de entreguerras. Como Salazar, Mordzinski despliega una impresionante capacidad para captar el carácter del excepcional grupo de latinoamericanos anclados en París a partir de los años 70. Su trabajo tiene mucho del caricaturista genial, que en unos pocos trazos es capaz de robar el alma de su personaje. O del mago. El Gran Mordzinski sería el nombre perfecto para un ilusionista.
Cuando me lo encontré en la casa de Sergio Ramírez, en Managua, en mayo, hablamos sobre su foto de Armijo. Me contó que cuando asistió a la velación del poeta, en su pequeño apartamento parisino, se llevó la sorpresa de que al yacente Armijo le habían colocado sobre el pecho su libro abierto en la página donde aparece su retrato. Aunque en la sección latinoamericana de su atlas ahora hay más centroamericanos Roberto Armijo está ausente.
Su labor no es fácil. De él se espera siempre una obra maestra. Pero en su arte el resultado es, al menos, obra de dos: del fotógrafo y del modelo. Mirando su colección de retratos en la web creo que Mordzinski ha tenido mayor fortuna con los latinoamericanos. Entre los centenares que ha hecho a lo largo de su carrera, y que llenan una veintena de volúmenes, pocos retratos exudan tanto carácter como los de Guillermo Cabrera Infante, o la belleza enigmática del de Karla Pravisani.
Lo miré en Nicaragua, sudando la gota gorda. Ricardo Bada le ha dedicado una quevediana: “Érase un hombre a una cámara pegado”. Sin asistentes ni luces de respaldo, cargando su enorme mochila de combatiente de la luz, con la cámara colgada del cuello, cazaba a su modelo en el momento menos pensado, y montaba de la nada escenarios insólitos, integrando a la composición artefactos, objetos e, inclusive, reclutando al paso personajes propios del entorno.
Siendo el fotógrafo "oficial" en esas veladas de abundantes egos inflamados, donde le toca retratar a gente que apenas conoce, ¿cómo diablos hace para no repetir sus composiciones y sus ideas? Quizás sea pedir demasiado. Algunos tenemos fijación con ciertos tipo de mujeres, manía con el uso de ciertas palabras, apetencia por determinados platos y sufrimos pesadillas recurrentes. ¿Por qué él tendría que ser la excepción?
El retrato que me hizo en una peluquería en León despertó risillas entre la concurrencia durante la proyección de imágenes que cerró el evento “Centroamérica cuenta” (mayo, 2014). La imagen no ha sido publicada y quizás nunca se publicará. Para los curiosos, diré que es muy similar a la foto que hizo, años atrás, al argentino Ariel Magnus. Calvo, como una bola de billar, el autor aparece sentado mientras un barbero parece cortarle lo que no tiene. Una auténtica tomadura de pelo del Gran Mordzinski.
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