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Lejos de gozar la paz, Yolanda Mejía sufre la paz. Dice que perdió varios familiares en la guerra civil y en tiempos de paz perdió a su hijo, Óscar. Yolanda no vive en paz, vive sitiada por las pandillas, y también, por el ejército. Antes de desaparecer, su hijo se puso un pantalón encima de una calzoneta y de su calzoncillo para ir a comprar pupusas. Usar calzoncillos, calzoneta y pantalón en un caluroso municipio del occidente del país solo tiene sentido en un lugar en el que es cotidiano el temor a que un soldado te baje los pantalones en medio de la calle para un cateo antojadizo.
El hijo de Yolanda desapareció por culpa del ejército, pero quizá fue asesinado por la pandilla que controla un barrio aledaño a su casa. Yolanda busca a Óscar y tiene claro que si tiene suerte encontrará lo que queda de él, sus huesos.
El mismo día que todos celebramos los 25 años de la paz, la Sala de lo Constitucional resolvió que la Fuerza Armada era responsable de la desaparición forzada del hijo de Yolanda y otros dos muchachos más. Un delito que creímos casi extinto -bastante frecuente en la guerra- volvió a mancharnos esta paz, una paz en la que sigue desapareciendo gente a manos de la pandilla y en la que también desaparece gente por responsabilidad de cuerpos de seguridad del Estado.
¿Qué ha cambiado 25 años después? Algo cambió, es indiscutible. Después de casi 60 años de ser un país controlado por dictaduras militares y oligarquía, el país logró parir partidos políticos en una democracia. El problema, dice un sabio de la política como Rubén Zamora, es que los partidos no reprodujeron en su interior la democracia que pactaron en 1992. “Son hijos de la guerra y no hijos de la paz”, dice.
La promesa de aquel enero del 92 era esperanzadora: los acuerdos de paz firmados por el gobierno de Arena de aquel entonces y la guerrilla del FMLN de aquel entonces (en Chapultepec, México) dicen que el propósito del pacto era “impulsar la democratización del país, garantizar el irrestricto respeto a los derechos humanos y reunificar la sociedad salvadoreña".
Antes, según Rubén Zamora, “teníamos el primer puesto mundial en una dominación militar tan larga y continuada”. Hoy, dice la realidad, tenemos partidos políticos estridentes que se ganan los votos ante una barra de convencidos que piden la sangre del contrario.
Afuera de ese estadio lleno de fanáticos en el que los partidos se juegan el control del gobierno cada cinco años, hay una realidad espeluznante que parecen ignorar: cientos de salvadoreños que huyen de sus casas, una pobreza casi igual de letal que las pandillas. Es excepcional el salvadoreño que no tiene un muerto asesinado, un desaparecido, un familiar migrante o un familiar violentado por extorsiones, violaciones o robos.
Repartiendo los muertos de los últimos 20 años y los últimos cuatro gobiernos -dos de derecha y dos de izquierda- sumamos una paz que deja casi 60 mil muertos. Muertos de los que no se hacen responsables ni las élites ni los partidos políticos. Partidos que deliberan a oscuras para casi nunca ponerse de acuerdo, pero que se reparten entre ellos la Asamblea Legislativa. El reparto de este Órgano de Estado que en los últimos tiempos parece el más impopular de todos ocurre cada tres años y le llamamos elecciones libres.
Hace más de 250 años, Montesquieu establecía en su teoría de la separación de poderes que si el cuerpo legislativo no se reúne en asamblea durante un espacio de tiempo considerable “no habría libertad, pues sucedería una de estas dos cosas: o no existirían resoluciones legislativas, en cuyo caso el Estado caería en la anarquía, o dichas resoluciones serían tomadas por el poder ejecutivo, que se haría absoluto.”
¿De qué sirve una Asamblea Legislativa que tiene años de no parir leyes que se conviertan en beneficios tangibles para sus ciudadanos? Lejos de gozar la paz, Yolanda sufre la paz. ¿Qué relación tiene el sufrimiento de Yolanda y la deprimente Asamblea Legislativa que se reparten los partidos políticos?
Antes de desaparecer, Óscar, el hijo de Yolanda, vivía pegado a las pantallas del televisor para ver fútbol europeo. No trabajaba y Yolanda le sugería que no buscará trabajo. “Todos los muchachos tienen miedo. Siempre han tenido miedo. Yo misma le decía que no fuera a pedir trabajo a las fábricas”, me explicó hace un año cuando le pregunté por qué no quería que su hijo buscará trabajo. Yolanda dice que moverse de un lado a otro puede significar la muerte a manos de una pandilla o los golpes y el maltrato del ejército. Los amigos de su hijo padecía el mismo mal.
La paz en la que vive Yolanda tiene fronteras poderosas, pero invisibles para un Estado que ignora los problemas de sus habitantes. Un Estado que en lugar de apagar la violencia, la alimenta con más violencia. Óscar desapareció en una zona de la pandilla contraria a la pandilla del barrio en el que vivía. La última vez que alguien vio a Óscar este iba escoltado por cinco soldados y un sargento de la Fuerza Armada. ¿Es El Salvador una especie de Sísifo?
Francisca y Yolanda afuera del lugar en el que estaban sus hijos antes de su desaparición. Los hijos de Francisca y Yolanda desaparecieron en febrero de 2014 por responsabilidad del ejército, según una resolución de Sala de lo Constitucional de este 16 de enero de 2017. Foto de Fred Ramos
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