Catálogo de violadas 2017
Desde hace un par de años, cuando por fin llegó el siglo XIX a El Salvador, ocurre una cosa muy curiosa con fechas como el 8 de marzo y el 25 de noviembre: los medios de comunicación sienten la ardiente necesidad de decir algo, lo que sea, sobre cosas que no tienen idea de cómo abordar. Antes, todo era más fácil: el único día en que se hablaba sobre mujeres en notas de más de doscientas palabras era el 10 de mayo y el asunto se solucionaba en gran parte con publicidad: ponías a un pasante a recopilar las mejores ofertas en electrodomésticos y zas, asunto arreglado. Si eras muy aventurero, llamabas a las tres mujeres que han sobrevivido al machismo imperante de la redacción de tu periódico, las ponés a hablar de los hijos que casi nunca ven por dedicarle horas a ganarse el respeto de sus colegas, le escribís un par de párrafos en son madrecitaqueridapedacitodecielo y ya, nota. Qué lindo, qué conmovedor. Olvidémonos del asunto hasta el año que viene.
Eran otros tiempos. Ah, qué nostalgia.
Pero resulta que ahora que una ya no espera a que le lleguen a dejar el manojueleña en la puerta de la champa, y así como ocurrió con la locomotora y la electricidad, el viento del progreso también nos ha traído la radical noción de que algunas mujeres son personas. Digo algunas y no todas porque no hay que confundirse, diocuarde: las mujeres pobres, las que viven en territorio controlado por pandillas, las mujeres que no rinden adoración a los hombres que las consideran pensantes y las trans no pueden darse ese lujo. Hay que guardar algún tipo de decoro. Pero bueno, decía: esas selectas mujeres que son consideradas por Los Reyes de la Sala de Redacción como personas han chingado tanto que ahora los medios publican cosas el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y el 25 de noviembre, Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La onda es que a veces terminan publicando unas zanganadas que no despiertan en mí más que esta reacción:
Así pues, este pasado 25 de noviembre hubo un desfile de textos grotescos vendiéndose como abordajes periodísticos de la violencia contra la mujer cuyo tema central era la violación o esclavitud sexual. Como ya sé del mal que padece mi pueblo, diré lo siguiente en negrita y en altas: NO ESTOY DICIENDO QUE NO PUEDA ESCRIBIRSE SOBRE VIOLENCIA SEXUAL*. Si pudiera, lo subrayaría con marcador de ese amarillo dameverga que venden en las librerías (ah mirá, ¡sí pude!). Nota tras nota, enlace tras enlace, la cosa empeoraba: titulares morbosos como Magaly pudo escapar de la esclavitud, pero no de ser violada ejemplifican muy bien el tipo de publicación por el cual los medios de comunicación abogaron: "mire qué difícil: a ella la violaron y yo tuve el valor de escribir al respecto". El mismo enfoque. Una. Y otra. Y otra vez.
El 25 de noviembre, cuya conmemoración debería centrarse en debatir públicamente cómo diversas exclusiones y violencias de todo talante —sexual en ocasiones y con particular gravedad, sí, pero antes de eso también fue económica, educativa, sanitaria, laboral y social—afectan la calidad de vida de las mujeres, acabó siendo, al menos en El Salvador, un catálogo de violadas cuyas historias fueron narradas con un claro tono morboso y deshumanizado que redujo un evento traumático y violento a una forma de hacerse un nombre a costa del sufrimiento de otras personas sin tener la menor intención de comprenderlo o denunciarlo.
La violación y esclavitud sexual ejercidas contra mujeres son la punta de lanza de cierto tipo de periodismo que se presume audaz y valiente hasta que se le cuestiona sobre el silencio sepulcral que guarda sobre las raíces de esta violencia tan cruenta, inabarcables, eso sí, si no es desde la interdisciplinariedad. Ante el cuestionamiento, se escuda en estadísticas que intuye relevantes, pero no sabe precisar por qué, o confunde de lleno culantro con verdolaga. ¿Cómo es que alguien se atreve a escribir sobre violencia de género con petulancia y algún tipo de vanagloria y luego pregona que la misma no existe, es una exageración o nomás un puño de histéricas haciendo alharaca? Pues así:
—Te voy a contar la parte grotesca, pero nunca te hablaré de lo sistémico.
—¿Pero cómo, Señor Periodista Comprometido con La Verdad?
—Así, mirá. Agarrá escuela.
Yo creería que por pura coherencia este tipo de señores se abstendría de escribir sobre temas que no domina del mismo modo que yo nunca busco calcular la cuenta en la pupusería: no sé sumar; no voy a meterme a hacer algo que no domino. Pero más allá del avanzado nivel de cognición requerido para sumar o considerar personas a las mujeres, supongamos que deciden escribir de estos temas porque venden. No los consideran válidos ni urgentes, pero venden. Dan premios. Atraen donantes. Te hacen ganar becas. ¿No pesaría entonces siquiera cierto requerimiento de rigor profesional, de responsabilidad con el trabajo que uno va a firmar? Es en serio. No me estoy burlando. ¿No pesa siquiera eso?
Hay pocas nociones más ingenuas que la objetividad del periodista. Ésta es inasequible e imposible: quien escribe, quien reporta, aborda el hecho noticioso con toda su noción de mundo, sus ideas de lo correcto y lo incorrecto, de lo justo y lo injusto. Nadie nunca puede despojarse completamente de su sesgo, pero sí puede ser consciente de él y reconocer cómo y de qué formas podría afectar su desempeño en ciertas áreas. Escribir sobre violencia de género sin entender cómo ésta funciona, sin creerla un asunto real y repudiable debería ser una cosa de la que quien ante ésta labor se plante deba ser consciente, mas no se hace. Y no es por falta de oportunidad.
Nadie nace feminista. Todxs hemos crecido en un sistema patriarcal y machista que nos otorga roles estúpidos en virtud de, ahora sí, la relación sexo/género. Todxs fuimos criadxs en el machismo, pero éste, como todo, puede desaprenderse. Oxfam Intermón tiene todo un taller que busca orientar la relación comunicación/género y los vicios que la afectan a la hora de escribir sobre violencias machistas desde el periodismo. Está bien si en lo privado usted cree de verdad que ninguna mujer está a su nivel en ningún ámbito de la existencia humana, pero si va a cobrar por escribir sobre violencia ejercida contra mujeres, tenga al menos la seriedad de hacerlo rigurosamente. Eso pasa por reconocer sus propios sesgos y hacer lo posible por dejarlos de lado, como cualquier profesional.
Lo ideal sería, por supuesto, que se involucrase a más mujeres en el periodismo de investigación y de profundidad, que hubiese más mujeres en las salas de redacción. Ésto por sí mismo no garantiza nada porque ser mujer no equivale a ser feminista, pero al menos matizaría en algo esta obsesión con hablar de violencia contra mujeres únicamente en su talante genitosexual. Quizá, con algo de suerte, incluso se notaría cuán distinta es la mirada sobre el tema cuando se lo aborda como algo sistémico y complejo. Eso pasaría, por supuesto, por no volver a las salas de redacción en un sitio tan hostil y machista, en considerar a otras colegas como interlocutoras válidas, en pensar en las mujeres como tutelares de derechos aunque no sean ni tus hijas, ni tus novias, ni tus madres.
Mientras eso ocurre, y si resulta no ser posible, existe una magnífica opción: callarse.
:)
*¿No odian cuando El Diario De Hoy y La Prensa Gráfica resaltan lo que consideran más importante en la nota, como si el lector fuera un maje? Es bien molesto. Ansori.
PD: PAGUEN POR UN TALLER DE GÉNERO Y PERIODISMO. Y otro sobre Derechos Humanos. Y uno sobre diversidad sexual.