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07/03/2015

Javier Simán y el derecho a discriminar por la fe

Cada año, alrededor de finales de junio, cuando miles de personas de la comunidad LGBTI salimos a la calle a defender nuestro derecho a existir en un país convulso y recalcitrante como este, el ambiente se pone (todavía más) tenso. Hombres desde autos en movimiento practican su puntería con mujeres trans o disparando a mansalva afuera de discas. Organizaciones a favor de los derechos de la diversidad son saqueadas. La PNC se siente facultada para vapulear a un hombre trans por ser quien es. Esto pasa todos los años. Hasta ahora, solo Contrapunto ha escrito algo al respecto. 

Como es usual con las violencias contra otredades, la sociedad en pleno se desborda en justificaciones que validen una implícita inferioridad, un algo que vuelva aceptable ante la opinión pública que a la población LGBTI se le atribuya un estatuto de ciudadanía inferior. Esta argumentación suele girar alrededor de una noción cristiana de aquello que es correcto, moral o bueno ante los ojos de Dios.

Durante junio y un par de semanas de julio, los estados de Facebook, los comentarios de la gente en la calle y los tuits están llenos de versículos del Antiguo Testamento que condenan el coito entre personas del mismo género o describen las reglas de la unión matrimonial para el Pueblo Elegido. Nunca este pueblo es más cristiano que cuando cuatro, cinco mil personas no heterosexuales/no cisgénero salen a la calle a defender su derecho a ser. Nunca se abren más biblias, ni siquiera en Navidad.  Esto no es malo per se, tampoco reprochable: cada persona tiene derecho a creer en lo que sea. El problema es cuando se usa un argumento religioso para excluir a un grupo de personas del goce de sus derechos civiles, todo esto en defensa de una fe que nadie está atacando.

En La religión en la esfera pública, Jürgen Habermas considera que las religiones (como dadoras de sentido a dudas existenciales) pueden contribuir a la democracia insertando en el debate público temas como la dignidad humana, el perdón o la reconciliación en su dimensión secular, brindando argumentos a su favor más allá del «Dios dice que…». Al hacerlo, someten estos valores  a discusión, de forma que todos los actores políticos de una sociedad participen de ese debate. Ese no es el caso de El Salvador. 

En la historia reciente, la formulación de leyes en defensa de equis o ye en detrimento de los derechos de los ciudadanos LGBTI ha sido respaldada por un grupo de poder económico y cristiano del cual tenemos como representantes a Evangelina del Pilar de Sol, Julia Regina de Cardenal y Rodolfo Parker. Si bien tener un credo personal no es reprochable, como tampoco lo son las misiones de evangelización emprendidas por estas personas, sí lo es utilizar creencias religiosas e influencias políticas para formular un Derecho que excluye y margina a otros ciudadanos del goce de garantías civiles en nombre de Dios. Eso es discriminación: El Salvador y sus leyes se deben no a los cristianos, sino a todo aquel nacido en territorio nacional o hijo de ciudadanos salvadoreños nacidos en cualquier lugar del mundo.

En defensa de su fe cristiana, Javier Simán, presidente de la Asociación Salvadoreña de Industriales, publicó ayer en Facebook una foto de este afiche, el cual se encuentra en las oficinas centrales de Almacenes Simán*: 

Simán

Es curioso que mientras Javier Simán aboga desde la ASI por un país de libertades individuales y con reglas claras conciba que las primeras solo aplican para las empresas y no a la ciudadanía de la diversidad. ¿Qué habrán pensado sus empleados LGBTI al ver este cartel? ¿Qué tipo de país busca construir? ¿Para quién son las libertades por las que aboga desde una palestra creada sobre capital financiero y político? Es curioso, también, que Simán no objete cuando un gran número de personas de la diversidad utilizan productos o servicios producidos por las industrias afiliadas en ASI. Dinero es dinero sin importar de quien venga, ese es un concepto que él puede entender. Eso de los derechos civiles, por otro lado, ofende a su fe.

 

Tras la publicación de esa foto y el rechazo que generó en redes sociales, Simán se defendió esta mañana, «aclarando» su postura:

733El original, mientras no lo borre, está acá

Siempre me ha parecido curioso cómo quienes sostienen este discurso siempre reaccionan ofendidos al evidenciarles que están discriminando. Tras negarlo, enumeran una seguidilla de argumentos bíblicos que justifican lo dicho. Quizá si hubiese honestidad de su parte y admitiesen que ven en un libro sagrado el derecho a discriminar yo podría tratar de entender que lo que sienten es miedo.

El último párrafo del comentario de Simán es revelador. Ante sus ojos, el respeto debe buscarse, es opcional para un grupo otorgarlo o no. La dignidad humana parece estar reservada para los creyentes heterosexuales y cisgénero. Soy yo, la anormal, la que debo buscar su respeto procurando no lastimar sus sensibilidades religiosas con el mero hecho de existir siendo homosexual y creyéndome amparada por la Constitución que él también defende. Soy yo la que debo procurar no colocarme en supuestos en los que el rechazo (que él considera normal) hacia mi condición aumente.

A pesar de ello, él niega estar discriminando, niega que el suyo sea un discurso de odio (y nada consecuente bíblicamente hablando: cita a Génesis y después dice que Jesús definió el matrimonio. O sea, cómo, ¿beibi J es un time lord?).  Uno de los puntos débiles del discurso a favor del matrimonio igualitario es, a mi parecer, reducir una cuestión de garantías civiles al amor romántico: tiene sentido; el código civil no vende y los corazoncitos cursis sí. Empero, es algo más profundo, más abstracto: antes que contrayente, una persona de la diversidad es un ser humano, ciudadano con derechos y obligaciones que, casualidades de la vida, puede amar y ser amado. Simán afirma que no discrimina a nadie por ser homosexual, pero que yo no tengo a derecho a participar de una figura jurídica anterior a la cristiandad porque eso ofende a su fe. Explíqueme cuál es la diferencia. 

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Virginia Lemus

Estudiante de Filosofía en la UCA y observadora sarcástica, incluso cuando se describe a sí misma: "Solía jugar a ser una persona seria que estudiaba Derecho y publicaba textos amorfos en un par de revistas. Cuando de tanto ver los noticieros estaba a punto de matarme, dejé de escribir, me cambié de carrera y ahora rehuyo del país que tanto detesto y me detesta haciendo como que estudio a señores barbuditos con el mote de filósofos.

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