Antepasados
“Detrás de cada hombre vivo hay treinta fantasmas, pues tal es la proporción con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, unos cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo”
Arthur C. Clarke
2001 Odisea Espacial
¿Quién soy?
Por muchos años ha sido una pregunta recurrente en mi vida. De cierta manera se quien soy, tengo un nombre al cual respondo, nombre que fue dado por mis padres junto con dos apellidos que me vinculan a dos familias diferentes; en mi caso, como muchos salvadoreños, fueron dos familias unidas a partir de un lazo de afinidad exogámico.
La genealogía
Conozco algunas historias de cada lado de esos dos apellidos, son pocas porque los recuerdos se van perdiendo con el paso del tiempo. Parientes que fueron importantes a principios del siglo XX ahora solo son un eco que retumba desde el pasado. En un par de generaciones, a menos que algo espectacular me suceda, también terminaré siendo olvidado.
Es frecuente que las familias mantengan información hasta cierto punto del pasado, la mayoría de ellas no recuerda los nombres de sus ascendencias distantes. En mi caso, a partir de una búsqueda en algunos archivos históricos he descubierto tan solo dos de mis tatarabuelos del lado materno, ellos fueron Yrenea Amaya y Albino Sánchez, quienes vivieron en la zona de Jucuapa y Chinameca a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. De su unión nació Mónico Sánchez, padre de mi bisabuelo, Ángel Sánchez Aguilar, quien fuera abogado y notario graduado de la Universidad de El Salvador en 1912.
Estoy separado de Yrenea Amaya y Albino Sánchez por cinco generaciones, son dos nombres de un grupo de 32 personas (16 hombres y 16 mujeres) que debieron de existir para procrear a las siguientes generaciones hasta llegar a mí. En la genealogía hay una sucesión matemática con un factor de dos por cada generación hacia atrás (2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, etc.); eso sí, hasta cierta distancia en el tiempo porque la población humana no es infinita y el número no puede ser demasiado gigantesco. En algún momento del pasado, miles de años atrás, la sucesión comienza a decrecer y los parientes de toda la humanidad convergen hasta llegar a unos pocos cientos o decenas de Homo sapiens, que se supone dejaron África hace quizás unos 100,000 años.
Del otro lado de mi familia, la paterna, descubrí que se establecieron en la zona del barrio Candelaria, La Vega y San Jacinto desde hace más de dos siglos, en algunos documentos históricos figuran algunos Colorado a finales del 1700. Hace un par de semanas, Marielba Herrera, una colega antropóloga que se dedica a la investigación de nuestros orígenes étnicos, me envió una información que vincula a mi familia en sus investigaciones, información que hace pocos días tuvo mucho sentido.
El Estado
Por otro lado, más allá del nombre dado por mi familia, el Estado Salvadoreño me formó a través del Ministerio de Educación con la idea de una homogeneidad étnica, que soy salvadoreño al 100% sin cuestionamiento o distinción del otro. En mi particular estrato social donde me tocó nacer, crecer y educarme no había mucha diferencia con la otredad, mis compañeros del colegio no eran tan distintos a mí, estudié en una institución mixta, por lo tanto la única diferencia era a partir de aspectos de género y socio económicos, más que culturales.
Algo así es impensable para otra persona en otro contexto, por ejemplo en las escuelas de Estados Unidos el color de la piel y el origen étnico es casi una fijación nacional. Aunque siendo honestos, aún debajo de esa supuesta igualdad donde me crié, con el tiempo me di cuenta que la sociedad salvadoreña mantiene un discreto pero profundo racismo. Es común escuchar insultos y desprecios de una persona a otra utilizando el calificativo de “indio”, al igual que el paradigma de belleza en relación a la piel blanca, visible cuando la gente aprecia más a los bebes con una tonalidad de piel clara.
La historia y la antropología me dieron información de mi origen, supe que mi sociedad se fundó a través de un proceso de conquista y colonización, que la llegada de los españoles a las tierras centroamericanas marcaron un antes y un después en los pueblos mesoamericanos originarios; y los españoles, como bien dicen las crónicas y los documentos de la época, se valieron de la mano de obra traída a la fuerza desde África.
Fui más consciente de la llegada de africanos a El Salvador hasta que dejé la adolescencia, la cuestión de negros africanos entre nosotros es un tabú y nada de eso se habló en mis años de escuela. Aparte que hay muchos mitos alrededor de nuestra la africanidad, desde que no tenemos costas en el Atlántico hasta que el dictador Hernández Martínez los prohibió en los años treinta. Fue hasta hace muy poco tiempo que hemos comenzado a indagar sobre nuestra africanidad, no sin resquemores y actitudes febriles de muchos, que incluso llegan al insulto contra quienes investigan nuestros orígenes.
Pero aun con toda la información histórica, étnica, familiar y los mitos de fundación del Estado a mi mano, nunca estuve del todo satisfecho con las respuestas, así que recurrí a la biología y me hice un examen genético en busca del origen de mis ancestros.
Las moléculas
Los humanos somos seres multicelulares, nuestro cuerpo está compuesto de una variedad de tejidos que a su vez son formados por células. Existe toda una variedad de ellas, que se calcula en unas 250 tipos de acuerdo al tejido que forman. Puede parecer complejo pero ellas poseen más o menos las mismas estructuras. Uno de estos organelos, el núcleo, es fundamental para el estudio de nuestros orígenes. Dentro de él –en el caso de las células eucariotas- se encuentra la molécula de ADN la cual posee nuestra información genética.
El ADN es una molécula con una excepcional fama, está formada una larga cadena de fosfato y azúcar enrollada como si fuera una escalera de caracol, siguiendo ese ejemplo, cada escalón está compuesto por dos aminoácidos (adenina, guanina, timina y citosina). Su forma la hace particularmente atractiva, suele aparecer en el decorado del show Big Bang Theory y casi siempre es mencionada en los capítulos de CSI o de Law & Order; sí, el ADN ha logrado resolver muchos crímenes en la pantalla, como también lo ha hecho en la vida real. Con una muestra de tejido (un cabello, uña o un poco de saliva) la ciencia forense es capaz de determinar –con de certeza del orden de 99,9999%- quién es dueño de la muestra o quien es la víctima o el victimario de un crimen.
En el núcleo celular, el ADN está ultra compactado y retorcido de tal forma que la molécula forma los brazos de unas estructuras llamadas cromosomas. En el caso del ser humano solo se cuentan 23 pares de cromosomas. Una unidad molecular de ese ADN cromosómico se le denomina gen, esto es importante porque los genes ordenan que proteínas deben de sintetizarse de modo tal que un organismo logre funcionar y tenga determinada forma y estructura. Por otro lado, el gen es considerado la unidad de herencia, puesto que de cada par de cromosomas, heredamos uno de nuestro padre y otro de nuestra madre.
El 99.99% del ADN humano es prácticamente idéntico para toda la especie Homo sapiens, solo hay un 0,1% de diferencia entre un humano y otro, esto se le llama variación. Estas variaciones a veces no tiene ninguna afectación más que darnos ciertas características particulares, de lo contrario todos seríamos clones. La variación es lo que le hace la nariz más larga a una persona que a otra, o que el pelo sea lacio o rizado, que el color de piel sea más oscuro que otro. Estas variaciones tienden a heredarse y dependiendo del factor hereditario recesivo o dominante vemos que los niños se parecen de cierta forma a sus padres o parientes.
En nuestro ADN está el legado de toda la especie humana y nuestro vínculo con todo el reino animalia (sí, tenemos el 99% de la secuencia básica del ADN idéntico con el de un chimpancé, el 90% al de los gatos, el 50% con los de las moscas, etc.) ahí, en las cadenas de aminoácidos guardamos información que se ha ido copiando y copiando por cada generación desde que nuestra especie se diferenció de los demás homínidos. Solo las mutaciones, la adaptabilidad y la selección natural nos han dado nuestra particular forma individual.
Entre esas variantes de ADN se encuentran las que han sido creadas por mutaciones, pero si esas variaciones son mayores del 1% de la población, ya es posible hablar de un rasgo genético el cual se le conoce como SNP (Single Nucleotide Polymorphism) o “snip”.
Diferentes grupos de humanos separados geográficamente pueden tener diferentes snips, tal diferencia se convierte en un Marcador Ancestral-Informativo AIM, por medio de él se puede establecer una relación de parentesco de una persona a una población particular. Por ejemplo en el cromosoma 1, en un gen catalogado como ACKR1, hay un snip llamado rs2814778 el cual muestra una diferencia importante entre los nativos europeos y los africanos. Si una persona posee el rs2814778 con un aminoácido guanina es porque posee un parentesco vinculado a pueblos europeos, contrario si posee ese AIM con adenina, es porque tuvo antepasados africanos.
Los snips se cuentan en cientos de miles, hasta el día de hoy hay 94,329 snips que se pueden consultar en bases de datos online.
En los últimos años en todo el mundo se han obtenido muestras biológicas de muchos pueblos nativos y con ello se han elaborado mapas genéticos. La genética puede establecer con un alto grado de confiabilidad la ascendencia étnica que una persona solamente buscando minúsculas diferencias entre sus cadenas de aminoácidos.
El test y la familia.
Hace varios años se fundaron algunas empresas privadas que ofrecen el servicio de un análisis de ADN. En un principio sus servicios se dirigían hacia pruebas de parentesco padres-hijos o trabajo forense, pero desde que los genetistas han logrado ubicar los Marcadores Ancestrales ha sido posible que estas empresas ofrezcan un reportes de ascendencia étnica, que incluye por cierto el linaje paterno y materno hasta cientos de años atrás.
De todas las empresas disponibles en el mercado me decidí por 23andMe. Pagando un pequeño monto me enviaron un tubo de ensayo el cual llené con mi saliva y envié de regreso por medio del servicio postal (23andMe solo funciona en EEUU). En la saliva se fue una buena cantidad de células epiteliales de mi boca de las cuales se extrajeron el ADN para ser analizado de acuerdo al mapa de los AIMs y ver con cuales poblaciones estoy vinculado genéticamente.
Y en cuestión de seis semanas, me llegó la respuesta.
Fue una conmoción observar los resultados, pero fue coherente con lo que la historia y la antropología me habían dicho desde antes. Aunque el examen también trajo algunas sorpresas.
Es de considerar que los resultados del examen se basan en un nivel de confianza probabilística a partir de cada porción de ADN analizado. Puesto que la base genética se basa en 31 poblaciones étnicas diferentes, el algoritmo de 23andMe analiza cada una de los AIMs y los compara con su probable origen. Hay algunos que con un nivel de confianza muy conservador saltan a la vista y otros con un nivel de confianza del 80% ya son claramente visibles.
Por otro lado, no es un examen de raza. En genética no existen los conceptos y prejuicios raciales que mucha gente usa en el día a día. Es fácil para alguien no entrenado o con grandes vacíos educativos caer en la falsa percepción que los resultados de los exámenes genéticos muestran los diferentes niveles raciales. De hecho prueba lo contrario, prueba que a nivel molecular toda la especie humana es la misma.
Los Resultados
Hay en mí un 54% de material genético procedente de Europa, en mayor proporción de la península ibérica. Apenas un 0.8% de Europa del noroeste, pero es tan bajo que no es posible definir si procede de Irlanda, Bretaña, Francia o Alemania. También recibí una sorpresa, hay una minúscula porción, casi del 1% en mis cromosomas 2, 5, 16 y 19 parece estar vinculado al marcador genético del pueblo judío asquenazí, estos judíos se asentaron durante la edad media en oeste y centro de Europa, con una larga tradición de persecuciones y migraciones forzosas.
También poseo un 32% de indígena americano, significa que buena parte de mis antepasados fueron indígenas mesoamericanos, algo que había intuido por algunos elementos tradicionales, visiones del cosmos y del más allá que siempre escuché de mi abuela y tías abuelas del lado materno. También lo había considerado porque el segundo apellido de mi abuela paterna era Mixco, un apellido de origen indígena.
Otra sorpresa, al parecer hay un pequeñísimo porcentaje, apenas un 0.4% de material genético asiático, vinculado al pueblo Yakut, ellos habitan la siberiana república de Sakha de la Federación Rusa.
También se encontró casi un 7.5% de material genético que me vincula con el oeste africano, de la zona de Bantu, Camerún, Ghana, Costa del Marfil, Liberia, Nigeria y Sierra Leona, así también un 1.6% del norte de África. Probando que al menos en mi caso, un salvadoreño como cualquier otro que no parecería haber tenido vínculos con África, los tiene. Es un hecho científico que tuve antepasados africanos, como probablemente muchos otros salvadoreños los tuvieron pero han sido olvidados. Estos familiares quizás fueron traídos a la fuerza por los europeos como mano esclava hacia nuestra región. El Salvador recibió un flujo de poblaciones negras desde la llegada de los españoles hasta un poco antes de la independencia ¿Entonces donde están los negros o los afro descendientes? La respuesta es muy obvia: aquí hay uno y si hiciéramos este mismo examen a los seis millones de salvadoreños los resultados serían sorprendentes y reveladores.
También hay un pequeño porcentaje, del orden del 1% que parece procedente de Oceanía, específicamente gente de Nan Melanesia, Papúa o Tonga. No tengo claro como alguien de esa región pudo llegar a vincularse conmigo, aunque manejo una hipótesis: es posible que esta persona llegara en tiempos coloniales a través de un barco procedente de las Filipinas, un archipiélago dominado por España desde 1565 hasta 1898 y desde donde se mantenía una ruta frecuente entre Manila y Acapulco. Esta ruta se le denominó el Galeón de Manila, porque utilizaba galeones para transportar mercadería y personas de un lado al otro del océano Pacífico. Era un viaje muy duro y peligroso que duraba hasta 5 meses, donde la gente pasaba hambre, enfermaba de escorbuto o incluso moría.
Por 200 años esa ruta logró un flujo sostenido de comercio y de gente desde Oceanía hasta México y Centroamérica. Es posible que alguien de esa zona llegara a nuestra región y dejara su carga genética. Aunque su existencia ha sido olvidada entre los recuerdos familiares, esta persona sigue aquí conmigo, su firma molecular está guardada en una pequeñísima porción en mis cromosomas 12 y 19.
Existe, eso sí, casi un 5% de mis AIMs que no han podido ser asignados a alguna etnia, sea porque el material genético es tan confuso que le es difícil que el algoritmo de 23andMe pueda emparentar con un grupo en particular o porque todavía hacen falta descubrir más marcadores ancestrales que determinen de donde procede. Como todas las ciencias, la genética es una disciplina en constante dinamismo, seguro recibiré más sorpresas en un futuro cercano.
Observando la gran diversidad genética que me compone, es indudable que soy el resultado directo del proceso histórico de la conquista, algo muy característico en los latinoamericanos. Como muchos otros de nuestra región estoy vinculado con casi todos los continentes de la Tierra, seres humanos globales. Tragicómico en un tiempo donde la extrema derecha, populistas, grupos de la alt-right y neonazis pretende ir contra la diversidad y la multiculturalidad, pretendiendo cerrar fronteras y levantando muros.
En mis moléculas descansan todos esos pueblos, están en mí, pero no soy ellos. De no ser por algunos aminoácidos que me dejó uno de mis antepasados hoy no hay nada que me vincule con el pueblo Yakut, no sabía quienes eran hasta hace muy poco tiempo, no hablo su lengua y nunca he visto a uno de ellos. Tuve antepasados judíos, pero aunque les guardo una gran simpatía, respeto y admiración, no comparto sus tradiciones, ni su religión o sus actitudes hacia la vida.
Aunque soy afro descendiente, la historia y el blanqueamiento ideológico y social que sufrió el país durante el siglo XIX no me ha permitido ver donde está residiendo mi africanidad y en que elementos culturales se manifiesta, si es que tal africanidad como aspecto cultural ha sobrevivido todos estos años y no ha sido reemplazado por otras tradiciones o por la modernidad. Quizás seamos afortunados y se haya protegido dentro del sincretismo, es trabajo de la antropología cultural explorar por esos senderos identitarios para darnos las respuestas que necesitamos. Hasta el momento se me ha negado la posibilidad de conocer nuestro origen africano, incluso ha sido invisibilizado de todo recuerdo familiar e histórico en el país, es una gran pérdida.
Cuantitativamente he tenido más parientes españoles e indígenas que de otros grupos. Una característica muy común en individuos de nuestra región y es casi una obviedad pues las tradiciones, la lengua, religión, gastronomía, actitudes sobre la vida y visiones cosmogónicas apuntan hacia esa relación española-indígena.
El cromosoma 23 (X,Y) cuentan otra historia mucho más fascinante que explicaré en otra publicación.
Lo maravilloso es tener una prueba objetiva de ese vinculo y ser consciente que mi existencia es producto de un proceso histórico que tuvo fuertes implicaciones en lo social y cultural de nuestra región.
Quizás lo más importante es comprender que esos pequeñísimos fragmentos de materia es la simplificación bioquímica de vidas ahora olvidadas. Todas esas alegrías, tristezas, desgracias, fortunas, sueños y esperanzas, todo lo que vivieron mis antepasados viajando por océanos y continentes, a veces esclavizando, a veces siendo esclavos, a veces conquistando y a veces resistiendo, a veces disfrutando el poder y a veces sobrellevando el sometimiento dignamente, está resumido discretamente en un par de átomos contenidos en mis células.
Ellos están en mí,
Porque son mi familia.