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“…me siento vecino de las estrellas
Bajo la inmensa luna de verano”
Ricardo Lindo
Hace varios años recibí una llamada de Ricardo Lindo, un hombre que hasta ese momento conocía como poeta, alguien del mundo del arte y de las letras con quien había coincidido en dos o tres eventos culturales. La llamada fue corta y directa, Ricardo me invitaba a participar en una investigación hacía en el municipio de Corinto, Morazán. Él quería que examináramos unas rocas cerca de la cueva del Duende las cuales podrían tener alguna alineación astronómica.
Siempre he considerado a Corinto como un sitio misterioso que incluso raya en lo místico, es de esos lugares que uno regresa con más preguntas que respuestas, su hechizo no solo es por el arte rupestre que se exhibe en sus abrigos rocosos sino también por su geología, está lleno de grandes rocas que evocan aquellas imágenes mentales de lo que hoy creemos que fue la prehistoria.
Ricardo Lindo estaba tan entusiasmado con la investigación que en el trayecto hacia Corinto no dejaba de hablar de sus teorías sobre el pasado en Morazán, lo que decía me recordaba un poco a los académicos clásicos de la talla de don Tomás Fidias Jiménez pero mezclado con literatos y poetas del nivel de Salarrué. Hablaba con tanto ahínco, convicción y humor que parecía que era un niño contando un cuento o una película de acción, él era jovial a pesar de cargar sobre sí mismo una buena cantidad de años, tenía un frenesí y un impulso casi sobrenatural que solo era sometido por la fuerza de sus eternos cigarros.
Cuando llegamos a Corinto me mostró una de las rocas, una particularmente interesante que los locales le apodan "El Hongo", que es un enorme pedrusco equilibrado sobre un pedestal también rocoso, luego me enseñó otras con características similares que distanciaban de la piedra hongo por algunos metros. Ricardo creía que estas formaciones eran artificiales y que algún pueblo en el pasado remoto por una razón desconocida las había colocado en equilibrio. Le dije entonces que la naturaleza puede llegar a los mismos resultados por razones de la erosión y humedad, que en otras latitudes conocen a estas formaciones con el nombre de piedras caballeras, Ricardo no me dijo nada, solo me vio de reojo y se rió un poco mientras seguíamos apreciando a las rocas.
Recordé cierta historia de los astrónomos del siglo XIX que observaban al planeta Marte usando los primeros telescopios de gran apertura, ellos estaban tan convencidos que en Marte existía vida inteligente que pasaban noches enteras frente al ocular dibujando lo que creían ver, una serie de canales que se extendían por todo el planeta. Creían que en el planeta rojo había una civilización que agonizaba y que habían construido enormes obras de ingeniería planetaria para llevar agua del sur al norte, pero cuando las investigaciones y mejores equipos se desarrollaron se descubrió que Marte es un sitio desértico, despoblado y probablemente estéril, no hay canales ni ciudades porque todo fue producto de la imaginación humana, los astrónomos querían ver canales y su cerebro les hizo ver canales.
Porque en la ciencia, lo que uno cree no necesariamente es cierto.
Las rocas que me mostró Ricardo estaba un poco más al norte, atrás de un enorme bloque de piedra que se había desprendido de la pared lateral del valle quien sabe hace cuanto tiempo y cercanas al acceso de la cueva del Duende. Eran cinco rocas en total, cuatro de ellas en una alineación bastante particular, cuando las medí y obtuve su alineación azimutal me encontré con una de las más grandes sorpresas de mi vida.
Cuatro de ellas estaban alineadas con el norte real me pareció demasiado perfecta su posición para que la naturaleza las hubiera colocado de tal forma ¿de verdad estaba viendo la alineación de cuatro rocas o estaba siendo contagiado con el entusiasmo de Ricardo? Las volví a medir y las palabras que dije a continuación me persiguen desde entonces.
“Sí, en efecto, están alineadas…”
Ricardo Lindo que para entonces terminaba otro de sus cigarros, hizo una cara de sorpresa y alegría, él decía “¡lo sabía, lo sabía!”. Le expliqué que era una interesante alineación y que había una roca que era la más curiosa de todas, porque su posición en relación con las otras la colocaba un poco fuera de línea y le dejaban una una ventana hacia el horizonte poniente en dirección al ocaso solar, que quizás podría tratarse de “un antiguo observatorio”.
Pero en la ciencia, lo que uno cree no necesariamente es cierto.
De inmediato planeamos más visitas, partimos con algunas hipótesis, hubo que ubicar la posición de cada una de las rocas en GPS y luego reconstruir el horizonte para hacerlo coincidir con los ocasos del Sol y de otros cuerpos celeste en el presente y por lo menos unos cinco mil años en el pasado. Varias semanas después regresamos con dos compañeros y amigos de la Asociación Salvadoreña de Astronomía, Ricardo Lewy y Ramón Rossell, nos acompañó Astrid Francia quién había sido mi alumna y entonces estaba a punto de terminar su licenciatura en antropología en la UTEC, levantamos las posiciones GPS de las rocas y fotografiamos el horizonte durante las tardes de los solsticios y los equinoccios.
Todas las mediciones que hicimos no concluyeron en nada, ni el solsticio ni los equinoccios ni la posición más austral o norte de la Luna o Venus parecían coincidir con la famosa ventana de observación. Recuerdo tener en mi casa una pequeña pizarra donde dibujé un esquema del lugar con las líneas azimutales hacia el horizonte, todos los días veía ese croquis y me preguntaba si había alguna alineación. Hubo un par de estrellas en el horizonte que concordaban con algunas líneas que se podían trazar desde alguna roca, pero nada era concluyente, excepto la curiosa fila norte-sur.
Así que la idea que las rocas tenían un origen natural comenzó a tomar fuerza, varios amigos y colegas antropólogos, así también algunos arqueólogos que supieron de oído el trabajo que hacíamos comentaron que perdíamos el tiempo, que las rocas eran de origen natural y punto.
Ricardo Lindo tomaba con humor las opiniones contrarias a la investigación y siempre remataba con algo ingeniosamente divertido, yo era de la opinión que había algo curioso y teníamos la obligación de investigar desde un punto diferente de lo que siempre se había hecho. En ese tiempo logramos contactar y hacer una visita de campo con Luis Castillo, geofísico de la Universidad de El Salvador, Luis quien en un principio consideró el origen artificial de las rocas con el tiempo cambió de opinión y emitió un arrollador veredicto geológico: las formaciones rocosas podían explicarse perfectamente a partir de fuerzas de la naturaleza.
Ricardo se desilusionó con la conclusión de Luis Castillo, yo también me desilusioné pero ambos nos sentimos un poco aliviados porque era algo que nos había mantenido pensando por varios meses. También fue un poco divertido darnos cuenta que hubiéramos iniciado con la opinión de Luis antes de dar los siguientes pasos, ahora puedo verlo, pero en ese momento las cosas fluyeron de otra forma.
Eso sí, nunca hubo ninguna explicación del porqué las rocas están alineadas de norte a sur, la única explicación posible es el azar. A veces el azar nos juega malas pasadas, creemos ver orden en el desorden porque creemos que solo el humano es capaz de ordenar de cierta manera las cosas, a veces sucede que al tirar dos dados estos caen en seis, lo mismo puede suceder si tiramos tres dados hay 1/216 probabilidades que todos caigan en seis, y no hay nada de mágico en ello o porque alguien los haya colocado así.
Posiblemente es lo que pasó en Corinto.
Pero ¿y si no?
Esta semana me enteré que Ricardo Lindo había fallecido, me llenó de pesar porque sabía que él era un gigante en un país de enanos, un hombre con una facilidad para soñar y decir lo adecuado en el momento preciso, un tipo con una brillantez y una locura tan lúcida que uno sabía de inmediato que era un hombre singular, eso lo demuestra su obra, sus poemas, sus escritos y el testimonio de quienes lo conocimos.
Siempre me sentí de cierta forma en el rincón opuesto a Ricardo, yo soy un nativo del mundo de la razón y las pruebas, de considerar solo lo que se pueda medir y concluir, pero Ricardo Lindo me tendió un puente hacia el mundo de la fantástica irracionalidad, porque para construir una nave espacial se necesitan sueños, se necesitan abrir los ojos a la imaginación y no tenerle miedo a la quimera. Por eso creo que hicimos un estupenda pareja de investigación, él siempre mantuvo opiniones y visiones tan diversas que me esforzaban a pensar más allá de mis límites mentales.
Yo siempre lo molestaba, le decía que nuestro trabajo en Corinto parecía más a un caso de los Expedientes Secretos X, con todo ese misterio de las rocas en un lugar muy enigmático, que él era Mulder que deseaba soñar y creer; y yo Scully, que aguadaba la fiesta y buscaba pruebas.
De nuevo me pregunto: Pero ¿y si no?
Porque es preciso considerar que las piedras están ubicadas dentro de un contexto cultural, todo el arte rupestre y los abrigos rocosos lo confirman. Es posible que esas formaciones geológicas sí tuvieran un origen natural, pero es difícil no suponer que estás no tuvieran importancia dentro del antiguo paisaje cultural, que no hayan sido tomadas en cuenta para realizar algún tipo de actividad humana, sean actividades ligadas a un ritual que incluso bien podría haber incluido sacrificios.
¿Observaron las estrellas desde ahí? No estoy seguro, pero los antiguos pueblos siempre observaron el cielo, dependieron del Sol, la Luna y las estrellas para llevar la cuenta del tiempo y construir sus calendarios, para conocer cuando era el tiempo de la cosecha o el mejor momento para la caza, cuando es la llegada de los vientos del norte o el aparecimiento de la lluvia; Sí, pudieron observar estrellas desde ahí, pero solo hay un rasgo astronómico y eso no es suficiente para poder afirmar tal cosa.
Las misteriosas rocas siguen en Corinto, quizás en el futuro vendrán otros investigadores que se harán las mismas preguntas que nos hicimos nosotros, vendrán con otros paradigmas y otras aproximaciones, quizás se rían un poco de nuestra ingenuidad para luego también darse de bruces con el pasado.
Pero las rocas sobrevivirán a nuestra humanidad, ellas se rigen por el tiempo geológico que es distinto al tiempo de nosotros los mortales, los que apenas podemos conjeturar sobre las piedras y sus propósitos, desde nuestra razón y desde nuestros sueños.
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