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07/05/2016

Informante clave

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Entrevistando a Angelita Castro, Jucuapa, Usulután, Julio 2012.

A diferencia de otras ciencias, la antropología permite construir un vínculo emocional muy fuerte con nuestras fuentes orales, sobre todo con nuestros informantes claves. Hace más de una década trabajé una etnografía de salvadoreños migrantes en Long Island y hasta el día de hoy siempre trato de mantener contacto con mis fuentes, les guardo un profundo respeto y amistad.

Angelita Castro nació en Jucuapa, Usulután, en el año de 1916. La conocí de toda la vida porque fue esposa de uno de mis tíos abuelos, Antonio Sánchez, de quien enviudó a mediados de la década de los noventa; es decir, Angelita era mi tía abuela política, pero más allá de lazo de parentesco afín, ella se convirtió en los últimos años en una voz recurrente cuando me dispuse a investigar la historia de Jucuapa, un municipio al que guardo un vínculo familiar que se extiende al menos hasta mediados del siglo XVIII.

Angelita nació en el contexto de la Primera Guerra Mundial, un conflicto que El Salvador se mantuvo al margen pero que sufrió de forma indirecta por las repercusiones económicas de un mundo para entonces ya globalizado. Nació en El Salvador de principios de siglo XX, un país donde el telégrafo, el ferrocarril y la luz eléctrica era para entonces la industria de punta; eso sí, un país con una tecnología más simple que la actual, pero con los mismos problemas endémicos: violencia, desigualdad y corrupción. La historia salvadoreña es una larga cadena de conflictos, contradicciones sociales y desastres naturales, tantos que se pierden en la bruma de la historia y en los silencios de los ancianos.

Angelita creció en un tiempo previo a 1932, recordaba la época de Pio Romero Bosque, Arturo Araujo y la llegada de la dictadura del General Martínez. Me hablaba como si fuera ayer de la época de Oscar Osorio, ella vio como Jucuapa pasó de ser una población de casas de adobe y bahareque, a una ciudad reconstruida por un prometedor plan gubernamental.

Para poner las cosas en contexto, Jucuapa fue destruida por dos terremotos la tarde del 6 de mayo de 1951. La catástrofe fue un punto de quiebre en la historia de la población, en mi familia y en mi historia futura. Jucuapa fue reconstruida por la administración de Oscar Osorio, un gobierno que se atribuyó los valores de la revolución de 1948 y que a mi parecer ha sido el gobierno que inauguró la modernidad en El Salvador.

La inaugura a partir de una nueva Constitución que consideraba la propiedad privada sujeta a un interés social y aseguraba de una vez por todas el voto femenino. La administración de Osorio también creó instituciones célebres como el IRA, CEPA, el IVU y el ISSS, así también mucha de la infraestructura que todavía en el siglo XXI sigue en pie y es utilizada a diario.

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Una imagen de Jucuapa que ya no existe. Acuarela realizada a partir de calcos de  fotografías que se perdieron en el tiempo. Estos calcos se mantienen en la Casa de la Cultura de Jucuapa. Acuarela por Fausto Pérez estudiante de Diseño Gráfico, Escuela de Diseño, Universidad Dr. José Matías Delgado

Angelita vivió los conflictos y las tragedias sociales, los golpes de Estado y la conmoción política que desencadenó la guerra civil de 1980, así también la posguerra que nos llevó al desangre actual. Soportó con la hidalguía de la ancianidad el bullicio que en los últimos años produjo un almacén de variedades que se construyó ilegalmente en terrenos públicos frente a su casa, y que a pesar de los continuos llamados para controlar el ruido de su publicidad nunca hizo el mayor esfuerzo por callarse.

Personalmente no creo en el infierno, pero de existir debería de tener un área especial para aquellos que mortifiquen a los ancianos.

Angelita llegó a los 100 años hace menos de tres meses, alcanzó el siglo de existencia y se convirtió en centenaria, un título que apenas le duró un par de meses porque murió hace una semana. Ahí quedó el testimonio de sus recuerdos en mis cuadernos de campo y en las grabaciones de audio, en sus palabras y en algunas de las anécdotas de tiempos extintos.

Hay una foto que una compañera de trabajo (Lorena Juárez) me tomó hace unos años cuando yo entrevistaba a Angelita en su casa en Jucuapa, por alguna razón esa imagen me vino a la mente en el momento que mi madre me comunicó su muerte. Recordé la foto porque desde mi perspectiva tiene un valor muy importante en mi condición de antropólogo durante el trabajo de campo. Fue una tarde especialmente calurosa en Jucuapa, momentos antes habíamos estado obteniendo los permisos para medir el interior de unas viviendas que construyó la gestión de Osorio y me tomé el tiempo para preguntarle a Angelita si guardaba memoria de los nombres de algunos vecinos, hablamos un rato y luego ella -o su hermana, Rosita- me ofreció algo de tomar, yo asentí, pero aproveché la pausa para ver si se acercaba una tormenta que nos afectara el regreso a San Salvador, me asomé a la ventana y solo vi el cielo azul, algunas nubes algodonadas y el meneo de las hojas del almendro de la calle.

Entonces me sentí completo, lleno de vida y realizado profesionalmente.

Siempre nos preguntamos cual era su clave para vivir tanto, un misterio que nunca logramos resolver pero que siempre terminaba entre risas, lo único que sabíamos es que nadie es tan viejo que no pueda vivir un día más, ni tan joven que no pueda morir hoy.

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Jorge Arturo Colorado

Antropólogo, divulgador científico, investigador en astronomía cultural, arqueoastronomía y etnoastronomía, es socio fundador y presidente de la Asociación Salvadoreña de Astronomía ASTRO.

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